Se miraron, por aquel entonces, los quehaceres de la moderna Suiza y hoy se ven estampas de las ruinas en la jungla, imágenes que recuerdan a un pedacito de Calakmul, una ciudad maya que no se descubrió hasta el siglo XX, durante la década de los 30, cuando un equipo de biólogos y mayistas extranjeros exploraron la Península de Yucatán. Les hablo, quitándole a todo un punto de realismo mágico, del ascensor de Begoña, cuyo esqueleto de una suerte de cetáceo industrial, emerge entre la vegetación. Es un paisaje extraño en el corazón de Bilbao.

El ascensor de Begoña aparece en el panorama de la villa por encargo de la familia Aranguren. Fue construido por el arquitecto Rafael Fontán para salvar el desnivel entre el barrio de Begoña y el Casco Viejo de Bilbao, concretamente la calle Esperanza. Así, enlazaba directamente con la estación de tren conocida primero como Bilbao Aduana, más tarde como San Nicolás y en la actualidad como la parada de metro Zazpikaleak/Casco Viejo.

Fue inaugurado el 31 de julio 1947. El deseo se remonta tiempo atrás, se diría que antes de la Guerra Civil pero la falta de hormigón tras la contienda retrasó su construcción hasta 1945. Dos años después se estrenaba para salvar los 45 metros de altura que distan entre la calle Esperanza y los campos de Mallona a los cuales solo se podía subir a través de las calzadas del mismo nombre. Como les decía antes, el arquitecto Rafael Fontán fue el diseñador del elevador siguiendo modelos de ascensores suizos similares que se construyeron a principios del siglo XX.

Cuentan los arquitectos que tanto saben de esto que estaba construido en hormigón armado y consta de una pasarela que llega al mirador. Consta de una gran columna hueca de hormigón armado visto, con modulaciones mediante hendiduras horizontales, que alberga los ascensores en su interior, para facilitar el transporte vertical de pasajeros. Y una pasarela horizontal superior, apoyada sobre una estructura más liviana de vigas y pilares de hormigón armado incluida una viga vertical en celosía. Dispone de una zona abierta, y otra cerrada acometiendo de manera inclinada hacia su encuentro con la gran columna abrazándola en curva como una especie de mirador o faro de la ciudad. De toda la composición resulta la silueta de un enigmático vigía.

Aquel año fue clave en la trayectoria de Fontán, ya que diseñó uno de sus proyectos más emblemáticos: los ascensores de Begoña son uno de los grandes ejercicios del Movimiento Moderno de la arquitectura europea. Fue una propuesta de extraordinaria singularidad e insólita para la época, no solo por el tipo de edificación que entrañaba, nada habitual en la arquitectura contemporánea, sino también porque dejaba su estructura a la vista.

Desde una mirada más local, más próxima, uno recuerda que el ascensor ahorraba los jadeos que provocaba, provocan, los fatigosos 351 escalones de las Calzadas de Mallona, que comunican el Casco Viejo con la Basílica de Begoña. Fue pasarela de tránsito para los usuarios de la Aste Nagusia de Bilbao desde todos los ángulos, fuente de inspiración para artistas (existe un cuadro bucólico del pintor Jesus Mari Lazkano, Ascensor de Begoña IV Acrílico sobre lienzo. 90 x 244 cm., firmado en 1984, pongamos por caso...), atalaya para recrearse en una mirada panorámica de Bilbao. En fin, este monumento en desuso cuenta la historia de una era pasada y espera ser restaurado, ofreciendo la oportunidad de explorar la evolución urbana y tecnológica de Bilbao mientras se conecta con su pasado industrial. Es un lugar que invita a la reflexión sobre la transformación de la ciudad y su patrimonio, mostrando la importancia de la preservación y revitalización de estructuras que cuentan la historia del desarrollo urbano.

La historia de los ascensores en Bilbao se remonta a décadas atrás, cuando surgieron como una solución eficiente para superar las pendientes y los desniveles característicos de la ciudad. Los ascensores se han convertido en una parte integral de la vida cotidiana. Los ascensores han evolucionado de ser una mera curiosidad a convertirse en un elemento esencial del transporte público en Bilbao. En los últimos años, su importancia se ha incrementado significativamente, con millones de personas utilizando los más de 70 elementos públicos verticales en funcionamiento en la ciudad. El Bilbao de los montes, el viejo Botxito, defendiéndose de las infernales cuestas que lo rodean.

Como ocurría entonces, aunque la titularidad era pública, el elevador funcionaba bajo una concesión otorgada por 99 años a la sociedad mercantil Ascensores de Solocoeche, que en 1953 cambio su nombre a Ascensores a Begoña S. A..

El adiós de este elevador tan añorado empezó a finales de 2013 cuando la sociedad explotadora del transporte desde julio de 1947, Ascensores a Begoña S.A., comunicó al Ejecutivo de Gasteiz que la falta de rentabilidad del negocio le llevaba a rescindir unilateralmente el servicio. La apertura años antes de la estación del metro del Casco Viejo y el elevador gratuito que le hacía la competencia llevó a la mercantil a tomar esta decisión drástica. A pesar de que Lakua inició conversaciones para llegar a un arreglo económico y se suspendió en febrero de 2014 una primera clausura, finalmente las posiciones enfrentadas abocaron al cierre el 8 de julio de 2014. Bilbao no lo olvida.