La empresa tecnológica más influyente del mundo forma parte de nuestra vida cotidiana desde hace años. Google está en el móvil, en los mapas, en el buscador, en el correo, en la nube. Cada vez que pedimos indicaciones, que buscamos una tienda o que abrimos una hoja de cálculo, dejamos una huella. Y aunque parezca inofensiva, esa huella tiene valor.
Lo que la compañía estadounidense hace es construir un perfil completo de cada usuario. No se limita a registrar tus búsquedas o los vídeos que ves. También asocia horarios, ubicaciones, temas de interés, hábitos de consumo, y los conecta entre sí. Cuanto más usas sus servicios, más claro es el retrato. Y todo eso alimenta un sistema diseñado para mostrarte anuncios muy bien dirigidos, sí, pero también para influir en tus decisiones sin que lo notes.
El coste de la personalización
La gran promesa de los servicios digitales es la personalización. Todo parece estar adaptado a ti: el contenido, los resultados, las recomendaciones. Pero esa personalización no es inocente. Se basa en años de información acumulada, mucha de la cual ni siquiera sabías que estabas cediendo. Desde los lugares por los que te has movido hasta los productos que has buscado para regalar.
La tecnológica con sede en California no solo cruza esos datos entre sus propias plataformas. También los integra con lo que aprenden de webs de terceros, aplicaciones instaladas y dispositivos conectados. En algunos casos, la empresa sabe más de tu día a día que tus personas más cercanas. Sabe cuándo te levantas, qué temas te interesan últimamente, si estás planeando un viaje o si cambiaste de trabajo. Y aunque todo eso funcione para darte un servicio más eficiente, también concentra un poder inmenso en muy pocas manos.
No se trata de dejar de usarlo, sino de saber cómo funciona
No hay que vivir con paranoia. Usar Gmail o ver vídeos en YouTube no es el problema en sí. Lo peligroso es hacerlo sin saber qué ocurre con todo lo que compartes al usar esas plataformas. Porque cuando no miras qué permisos das o qué actividad se guarda, la empresa tecnológica toma el mando sin avisar.
Muchos usuarios desconocen que pueden revisar lo que se guarda en su cuenta. En las herramientas de gestión de actividad y privacidad es posible consultar tu historial, desactivar funciones que registran tus movimientos o limitar qué tipo de anuncios se te muestran. Solo hace falta dedicarle unos minutos y entender que no todo tiene que quedar registrado para siempre.
Lo que está en juego no es solo tu publicidad
Quien controla los datos, controla el relato. Y cuando una sola compañía tecnológica tiene acceso a millones de perfiles personales detallados, lo que puede hacer con esa información va mucho más allá del márketing. Influir en campañas políticas, anticiparse a tendencias sociales o condicionar decisiones de compra forma parte del terreno donde estos datos se vuelven estratégicos.
Además, los riesgos no se limitan al uso comercial o político. También existen fallos, filtraciones y brechas de seguridad. Ha ocurrido en otras plataformas y puede volver a pasar. Cuando esa cantidad de información sensible queda expuesta, las consecuencias pueden ser graves: suplantaciones de identidad, accesos no autorizados a cuentas personales, estafas dirigidas y la sensación de que tu vida privada está en manos ajenas.
La verdadera cuestión no es qué sabe Google de ti, sino qué puede hacer con eso. Y lo que tú puedes hacer al respecto. No es alarmismo, es sentido común digital. Porque en el día a día damos por sentado que los servicios gratuitos lo son de verdad. Y se nos olvida que, muchas veces, cuando algo es gratis, el producto somos nosotros.