El domingo, fiesta de guardar, fue un festín, un festival de enormes ciclistas dispuestos a pelear por cada pulgada sin descanso. No importa el escenario, tampoco el ecosistema. Se trata de ganar, de conquistar, de arremeter, de presionar, de hostigar.
Una danza por la victoria enfermiza entre vías estrechas y carreteras secundarias que dieron a parar a una de las salas del Museo del Louvre.
Nadie se camufla ni se esconde en un ciclismo de apoteosis y espectáculo, de campeones alucinantes que nada se guardan, peritados desde todos los ángulos, en un diálogo constante por ser el mejor a cada momento.
A la espera del gran estreno en la Ópera de París, el Tour, emblema de Francia, monumento a pedales, el Dauphiné se establece a modo de campo base para la escalada al cielo de los Campos Elíseos.
Un escalera que da al cielo, a la eternidad, al frontispicio donde se tallan la egregias figuras de los reyes del hexágono. El Monte Rushmore del ciclismo.
Resta casi un mes para el amanecer de la gran carrera, fijado para el 5 de julio, pero los peldaños se tallaron con el trabajo de los canteros y la delicadeza de los artistas en Montluçon, remate de la jornada inaugural del Dauphiné, donde se encontraron los príncipes que aspiran a ser emperadores a finales de julio.
Tadej Pocagar, que defiende la corona del último Tour, y Jonas Vingegaard, que fue capaz de derrotar al esloveno en dos ocasiones, se retaron sin remilgos ni valija diplomática. Son tres los Tours que condecoran al esloveno. Dos para la pechera del danés.
Pujan ambos con ese orgullo desmedido y obsesivo de los campeones, codo a codo, en un esprint inopinado que les mide y les tasa antes de que se reten en duelo. No hay fogueo entre dos competidores excelsos que no coincidían en carrera desde el Tour del pasado curso.
El campeón del Mundo desplegó el arcoíris con una victoria ajustado sobre Vingegaard, que empujó con descaro en una cota de cuarta que propinó una resolución magnífica.
Otra exhibición del museo Pogacar. Acumula 96 laureles, ocho en el presente curso. Los dos estrecharon las manos en el primer asalto de un combate que se intuye infinito y ajustado.
Critérium du Dauphiné
Primera etapa
1. Tadej Pogacar (UAE) 4h40:12
2. Jonas Vingegaard (Visma) m.t.
3. Mahieu van der Poel (Alpecin) m.t.
General
1. Tadej Pogacar (UAE) 4h40:02
2. Jonas Vingegaard (Visma) a 4’'
3. Mahieu van der Poel (Alpecin) a 6’’
“Jonas y Remco están en un gran estado de forma. Veremos si puedo mantener el maillot de líder. El objetivo principal es tenerlo el domingo”, resumió el esloveno.
Impuso Pogacar su mayor explosividad, su reprís, en un esprint que había reunido a Evenepoel, tercero en el pasado Tour, y Van der Poel, desfondado después de haber alimentado la caldera. Ambos quedaron opacados por el brillo que emanaron Pogacar y Vingegaard.
El danés generó el esprint después de hacer palanca en un final vertiginoso y nervioso que nadie esperaba. Sin embargo, lo extraordinario es cotidiano cuando los dorsales de oro asoman.
De regreso a la competición después de abandonar por una caída fea en la París-Niza, Vingegaard desplegó el filo de su ambición tras los entrenamientos en altura.
Pogacar, consciente de la peligrosidad del movimiento, rey de la primavera, que también ha estado las últimas semanas en un campo de entrenamiento en altitud, se personó en la sombra del danés para cortocircuitar la rebelión.
Con el chispazo, el efecto arrastre concentró a Evenepol, Van der Poel y Santiago Buitrago, encaramados en una aventura que estaba escrita para el esprint, pero que los mejores alteraron redactando su propia narrativa.
El quinteto, formidable e inopinado, se entendió y abrió la brecha suficiente para solventar la llegada entre ellos, con el colmillo del pelotón a un palmo. En ese desenlace, Van der Poel fue el primero en desenfundar. Es el más rápido, pero se desvaneció.
Le abandonaron las fuerzas en el chasquido definitivo, el que otorga las sonrisas. A Evenepoel también le faltó algo de gas.
Pogacar, el arcoíris que todo lo cubre, que pinta el cielo de todos lo colores, se desabrochó como un pavo real. Vingegaard no se arrugó.
Estiró el cuello desde su rebufo. Sobresalió el danés, pero no le alcanzó por media rueda, la que le concedió el triunfo al campeón del Mundo. "Es la carrera perfecta para preparar el Tour", apuntó el esloveno en la salida. Vingegaard acelera a Pogacar.