Gabriele d’Annunzio, príncipe de Montenevoso y duque de Gallese, fue de todo o al menos se acercó a ello. Novelista, poeta, dramaturgo, periodista, militar y político italiano. D’Annunzio, un ultranacionalista de la Italia que palpitaba en la bisagra entre el siglo XIX y el XX, fue considerado el precursor del fascismo aunque él nunca se consideró fascista a sí mismo.
Sin embargo, Mussolini adoptó la estética e ideas promovidas por D’Annunzio, un hombre del Renacimiento a su manera. La vida de D’Annuzio fue un cúmulo de experiencias controvertidas, un hombre que solo se regía por sus propias normas.
Fue uno de los grandes personajes de aquella Italia convulsa. Además de su huella política, a D’Annunzio se le recuerda como Il Vate, el Poeta.
D'Annunzio afirmaba que solo abandonándose plenamente a la vida, como una hoja llevada por las aguas plácidas o impetuosas de un río, podía el hombre ser verdaderamente feliz.
Vitalismo, incoherencia y pasión: esto es lo que distingue la existencia de D’Annunzio respecto a toda la masa de poetas que lamentan lo que él habría podido vivir o habría querido vivir.
Una crono impredecible
A ojos de Il Vate, la Torre inclinada de Pisa, que es el campanario de la catedral, el Baptisterio y el Camposanto Monumental, conformaban el conjunto de los Milagros.
El Giro de Italia llegaba a Pisa con una crono de 28,6 kilómetros disputada con sol, nubes, viento y lluvia. Un escenario inabarcable. No había pronóstico posible. Ni un vidente podría aproximarse.
Eran varias cronos en una. Pasaron los ciclistas por todas las estaciones como en la sinfonía de Vivaldi y sus violines. La primavera en su apogeo. Cambiante, caprichosa y expresiva en Pisa. La Torre de Pisa se inclinó aún más para ver de cerca el Giro, como cuando dos rostros se asoman a un beso.
Al lado del campanario torcido se envaró Primoz Roglic, que invocó al milagro de la lluvia para salir a flote en el Giro después de que le enterraran las tierras blancas de la Toscana. Su penitencia en el sterrato, cuando acumuló retraso por una caída y un pinchazo posterior, fue dicha en Pisa.
Juan Ayuso, otro de los heridos en la tierra, asomó con la rodilla derecha dolorida y el aguacero advirtiendo el sino de la crono. Aunque en seco fuer mejor que el esloveno, a medida que creció la distancia y el cielo se desplomó, los registros del alicantino se desvanecieron, perdidos como lágrimas en la lluvia.
Giro de Italia
Décima etapa
1. Dan Hoole (Lidl) 32h30
2. Joshua Tarling (Ineos) a 7’’
3. Ethan Hayter (Soudal) a 9’’
10. Xabier Mikel Azparren (Q 36.5) a 54’’
77. Jonathan Lastra (Cofidis) a 3:12
114. Igor Arrieta (UAE) a 3:49
126. Jon Barrenetxea (Movistar) a 4:01
136. Pello Bilbao (Bahrain) a 4:10
161. Jonathan Castroviejo (Ineos) a 4:55
General
1. Isaac del Toro (UAE) 29h21:33
2. Juan Ayuso (UAE) a 25’’
3. Antonio Tiberi (Bahrain) a 1:01
4. Simon Yates (Visma) a1:03
5. Primoz Roglic (Red Bull) a 1:18
39. Igor Arrieta (UAE) a 21:26
55. Jonathan Lastra (Cofidis) a 30:28
61. Pello Bilbao (Bahrain) a 34:56
76. Jonathan Castroviejo (Ineos) a 48:28
120. Jon Barrenetxea (Movistar) a 1h19:57
134. Xabier Mikel Azparren (Q 36.5) a 1h36:41
Al final entregó 18 segundos con el esloveno, que le rastrea a 53 segundos. El rosa de Del Toro palideció, arrugado por la lluvia. Ayuso ganó jerarquía en el debate del UAE.
El joven líder mexicano se dejó 1:07 con Roglic y 48 segundos con Ayuso. El alicantino es segundo y está a 25 segundos de Del Toro en la general. Tiberi es tercero a 1:01 y Simon Yates cuarto, a 1:03. Roglic es quinto, a 1:18. El Giro se empuña.
Ciccone, Carapaz y Bernal, afortunados en el sterrato, contaban sus penas tras medirse al reloj. El colombiano se cayó en el tramo inicial. Concedieron una vida extra a Roglic. Los tres escaladores están por encima de los dos minutos respecto a Del Toro.
Se trataba de hacer equilibrios, empapado el callejero de Pisa en la desembocadura de una contrarreloj imposible de catalogar, lejos de los parámetros de la lógica, el cálculo y la matemática porque el tiempo desbarató la ciencia de la crono, convertida en papel mojado. Frente a la prosa, la poesía. Como si Il Vate chasqueara los dedos y jugara a ser Dios en un lugar para los milagros.
En ese ecosistema imprevisible, Roglic se reencontró con el Giro aunque el amanecer parecía presagiar una tormenta para él. Maldijo el reconocimiento del trazado por la mañana. Se fue al suelo en una curva.
Caído en el sterrato de los campos de la Toscana, también se deslizó sobre el asfalto mojado. Raspado una vez más. Rozando con la Corsa rosa. Por fortuna, la caída se produjo a cámara lenta y se alistó al milagro de la remontada por la tarde.
El esloveno, refractario a las excusas y las coartadas, saludó al público cuando anunciaron su nombre en la megafonía del Giro. La mirada, limpia tras la pantalla de su casco, supuraba ambición.
Optó el esloveno por un monoplato para la crono en un recorrido sin dificultades, idóneo para los especialistas. La lluvia, que jugaba a los dados, comenzó a ametrallar las mentes entre los favoritos. El miedo y la incertidumbre danzaban con aire siniestro.
Victoria para Daan Hoole
El viento, pendenciero, se colaba en el paisaje, cada vez oscuro. El cielo se fue empastando de negro. La luz había desaparecido. La crono era un túnel húmedo. Una caverna. Se acumulaban los malos tiempos, hijos de la borrasca.
Roglic, que al salir antes evitó la intensidad de la lluvia, era la referencia entre los favoritos, porque la etapa era para el gigantesco de Daan Hoole, una torre de 1,98 metros que pudo con Tarling, que perdió gas en un par de curvas cuando se encontró con el ciclista que le precedía.
El suelo, empapado, era un espejo resbaladizo que reflejaba los rostros de la tensión. El chirrido de los frenos de disco era la melodía de una crono para la supervivencia. No caerse era una victoria. Mantenerse en pie suponía seguir adelante. Ese fue el gran logro de Roglic, sostenerse incluso en precario.
Es su especialidad. No se rinde el esloveno, que no se abandona. Tampoco conviene descartarle porque siempre vuelve. Salió malparado de Siena, pero en Pisa encontró la redención. La suya no fue la mejor crono, pero le alcanzó para impulsarse sobre todos los nobles. A un palmo de la torre inclinada, en un espacio para el milagro, Roglic endereza el Giro.