El 30 de enero, en Fayetteville (Arkansas), Estados Unidos, se esperaba el choque entre las dos grandes luminarias del ciclocross: Wout Van Aert y Mathieu Van der Poel. La campaña estaba diseñada para que los mejores especialistas se retaran en el Mundial, una cita de lo más atractiva por el ascendente de ambos sobre el barro. Sin embargo, la esperanza de ese encuentro magnífico se ha evaporado. Ninguno de ellos estará en el Mundial de ciclocross.

El belga anunció que el calendario “de primavera en carretera” con el Jumbo, su equipo, se lo impide. Demasiados frentes abiertos para un ciclista que compite con saña, para ganar. La ausencia de Van Aert se suma a la de Mathieu van der Poel, descabalgado por una dolencia de espalda que no le deja rendir al máximo. “Queremos que Mathieu pueda recuperarse por completo sin presión ni plazos. Por eso no irá al Mundial de Fayetteville. Está haciendo lo que dice los médicos y no sabemos si la recuperación llevará semanas o meses”, establecen desde su equipo, el Alpecin.

Antes de anunciar su renuncia al Mundial, Van Aert acumuló otro éxito en su zurrón en un invierno repleto de dicha. Sumó otra victoria, la octava en las nueve carreras disputadas en la campaña de ciclocross. Van Aert cumplió con su condición de máximo favorito y se impuso con autoridad en el Trofeo Herentals, por delante del británico Tom Pidcock y de su compatriota, Toon Aerts.