bilbao - Decía uno, qué cachondo, que eso de la contrarreloj no tenía tanto misterio. Se trata, explicaba, de ponerse a 50 o 60 por hora e ir así todo el rato hasta el final. Markel Irizar corre hoy su primer Mundial para cerrar una temporada extenuante -a tope desde enero para escoltar a Cancellara en la primavera del pavés y luego el Tour, y ahora Ponferrada- y unirse así a su amigo Zubeldia, que le espera en chancletas desde el final de la Vuelta en la playa de Zarautz para aprender a deslizarse suaves por el lomo de las olas sobre una tabla, el surf, y sin querer quitarle la razón al cachondo que desmitificaba con tan simple ecuación el misterio de la contrarreloj, dice también, que, de veras, se trata de eso, de ir a 60 kilómetros por hora. “Solo que”, matiza; “a veces eso no te sirve”. Como no les sirvió a él y a Cancellara el domingo para llevar al Trek al podio del Mundial. “Fuimos la primera parte todo el rato a 60 por hora y ahí perdimos el tiempo que nos hubiese llevado a las medallas porque los demás, lo supimos luego, iban a 63 o más”. Irizar, uno de naturaleza optimista, de esa gente que cree que las cosas que se persiguen se alcanzan tarde o temprano, tiene la certeza de que algún día ganará una medalla mundial por equipos, “de eso estoy convencido”, de la misma manera que ni siquiera sueña con hacer lo mismo en la crono individual que disputa hoy con el realismo impropio de los deportistas. “No se puede vender humo”, dice el guipuzcoano, que no es que no hable de podio, le entra la risa si se lo preguntan, sino que incluso duda de que pueda hacer entre los diez primeros. “Para eso tendría que hacer mejor crono que la del Tour -acabó noveno-, que fue, por otro lado, mi mejor crono”. Eso que suena a falta de ambición, es realismo y sinceridad en estado puro, pero también, la manera de afrontar una cita tan importante sin el peso de una promesa anclándole al asfalto, tranquilo como deben afrontarse los retos que se preparan a conciencia. Así lo ha hecho Irizar, que no compite desde julio, tras el Tour, “echaré de menos el ritmo de la Vuelta”, pero ha suplido esa carencia con duros entrenamientos detrás del tubo de escape de una scooter y lleva ocho días en Ponferrada memorizando un recorrido cuya silueta podría dibujar de memoria en un folio. ¿Con qué objetivo? “Hacerlo bien, quedarme satisfecho”, dice Irizar, que prefiere no hacer promesas aunque sí jura que el campeón del mundo será Tony Martin, por cuarta vez consecutiva, o Wiggins, a quien, dice el guipuzcoano, le benefician los últimos 17 kilómetros duros del circuito.

Para completar el podio están unos cuantos: Malori, Kiriyenka, Dowsett... Tampoco se ve ahí Castroviejo, 14º hace un año en Florencia y 11º hace tres en Copenhague, que habla, como Irizar, de un resultado más modesto. “Me gustaría hacer entre los diez mejores”. De ambos especialistas vascos alaba Javier Mínguez la ilusión con la que se disponen a entrar, sin soñar, en el jardín de Martin.