Un guiño de Majka cuando aún queda un rato para llegar a Saint-Lary lo dice todo. Cuantas cosas cuenta un gesto tan simple. Philippe Mauduit, director del Tinkoff que no va en el coche y está en la meta, lo ha visto en la televisión francesa y se ha llevado las manos a la cabeza. Qué cabeza loca el polaco, se dice. Y se ríe mientras el auxiliar chino del equipo también ha elevado las manos al cielo, pero de desesperación por lo que sabe se le viene encima. Va a tener trabajo en la estrecha llegada de Saint-Lary. Se lo ha dicho Majka con un guiño.

Al cerrar el párpado es como si hubiese disparado a Visconti, que va por delante en busca de la etapa que sabe Majka que está en sus piernas, la segunda tras la de los Alpes de un Tour al que no quería venir porque el Giro decía le había agotado. Menos mal que Riis le convenció. Y, a la vez, con la misma bala derriba a Purito y le baja del sueño del maillot de la montaña, que le va a ser imposible alcanzar. Cuando despierta el catalán en los Pirineos, un miércoles soleado y el aire fresco que inunda los pulmones en el que espera agarrar bien ese trozo de tela salpicada de lamparones rojos, un tesoro, tiene el puño cerrado, pero la prenda ha volado. Se la lleva Majka montaña arriba tras un guiño que es como el aleteo de una mariposa.

Tiene alas en los pies el polaco. Es lo que hace falta para andar por ese paisaje. Qué artista la naturaleza. ¿Cuánto tardaría en esculpir los Pirineos? Es igual. Qué bien le quedaron. Qué sugerente. Qué ganas de tocarlos, de pisarlos, de conocerlos, de recorrerlos, en bicicleta o a pie. Ya lo dijo uno ayer desde casa cuando las montañas se le metieron en el salón. ¿Cuándo vamos? Está tardando. Cómo se llamaría aquel que lamentaba que hubiese tantas manos para construir el mundo y tan pocos ojos para observarlo. Y qué condena el parpadeo. ¿Para qué servirá? Para perderse tantas cosas?

Parpadear ayer era dejar de entender lo que pasaba en la etapa. Era corta y tremenda, nerviosa. 125 kilómetros y cuatro puertos en 76 kilómetros, los últimos. No había ojos para seguirlo todo. Ni cámaras. Cuántas carreras mezcladas. Qué de movimiento. Cada segundo algo cambiaba. Eso quería Purito. Cambiarlo todo y volver a subirse al podio con el jersey de la montaña. Por eso se disparó en el Portillon y lo revolucionó todo. Los que lo esperaban y tuvieron fuerzas se fueron con él, un buen puñado de corredores. Visconti, Herrada, Ion Izagirre, Roche, De Marchi, Rolland, Frank Schleck? Unos cuantos. Y Majka, claro, que persiguió a Purito por los Pirineos sin pestañear aunque el catalán le ganase todos los esprines en la montaña, el del Portillon, el del Peyresourde y el de Val Louron-Azet, el puerto donde Indurain empezó a construir su primer Tour y ya no paró hasta el quinto. Lo que el catalán iba recortando como una hormiga, ahorradora, lo recuperó luego el polaco de un golpe. O un guiño. Esa historia se acabó ahí. Ya lo supo el chino en la meta y se remangó para la faena.

Quedaban más cosas por ver. Eso es el Tour. Todos buscan algo. Cada uno a su manera. Enamora como si guiñara el ojo, aunque no lo haga, la de Bardet, que tiene cara de niño bueno y guapo, anda de puntillas como si no quisiera hacer ruido, pero en bicicleta es un escándalo. Qué osado. No quiso lo que tenía, quinto en la general con 24 años, fíjense que lujo, y se fue a por más. Lo que sea. O nada. Apuesta ciega. Debió de cerrar los ojos nada más coronar Val Louron para bajar de esa manera. Cuando los abrió, estaba solo.

Qué bueno el Tour lánguido reviviendo en los Pirineos, en Saint-Lary. Otra vez la luz. A Bardet le quedaban esos diez kilómetros de carretera abrazada a la roca, escarbada en la montaña en un serpentear bello y duro, para saber dónde se despertaría hoy cuando abriese los ojos. Si en el podio, donde estaba o perdido y muerto en combate con honor. Así lo planteó para desgracia de Pinot, bravo, escalador, joven y de sangre caliente también. De los que atacan a ver qué pasa. Ayer le tocó pensar antes de hacer. Ser frío. Así mantuvo al final del día su tercer escalón del podio. Se dejó arrastrar por Jeanneson, un amigo, y pudo volver a ver a Bardet hasta tocarlo. Era igual, el del Ag2r no apartó la vista. Mirada firme. A los ojos. Agarró la cabeza del grupo por el cuello y lo estranguló. Eso lo dijo todo.

Era un guiño a Peraud. Trabajaba para su viejo compañero, que no se le ve pero está ahí. Lo sabe mejor que nadie Nibali, que podría sentarse tranquilo en segunda fila a gozar del espectáculo, la lucha a muerte por el podio, pero prefiere participar. No es neutral como Indurain, acuérdense de la buena mano izquierda del navarro, sino patrón como Armstrong, o quiere serlo. Hacer y deshacer. Dios. Ganado el Tour, se propone elegir a los que le acompañarán en París. Y ha escogido a Peraud. Cada ataque del italiano lo responde el francés, al que mira y ve acoplarse a rueda encorvado. Se diría que le guiña el ojo y le dice vamos. Eso volvió a pasar, como en Risoul, ayer en Saint-Lary mientras a Valverde le tocaba sufrir.

El murciano se agarró a lo que pudo. A una botella de agua que le brindó un aficionado y se arrojó por el gaznate, al dorsal de Nieve? Hasta que llegó, tras levantar el pie de la escapada, Jesús Herrada, que se lo metió en el bolsillo y no le quitó ojo. Cuántos mimos. El conquense le subió casi en la estela del grupo de Pinot y Bardet. Luego, a tres kilómetros, cogió el relevo Izagirre, proverbial otra vez. Y van unas cuantas. Qué buenos son los niños del Movistar. Qué serviciales. Cuánto les quiere y cuánto les debe Valverde. “Estoy contento de salvar el día”, se felicitó luego. Normal. Le fue mejor de lo que pintaba. Estaba derrotado -Peraud se le ha acercado peligrosamente a 42’’- y acabó sacándoles cinco segundos a Bardet y Pinot. Eso tiene Alejandro Valverde, que no se le puede dejar respirar. Un parpadeo, y se le deja de ver.