chamrousse - El ciclismo es muy moderno y todo eso, se mide hasta lo que se respira y lo que no se ve, pero hay cosas que, pase lo que pase, no cambian. El jueves por la noche el Lampre duerme en Saint Etienne, en un Campanile a las afueras, y al ir hacia allí en autobús después de la etapa Chris Horner, que parece despistado pero no se le escapa una, comprueba con deseo cómo a 200 metros del hotel, pegado a una rotonda, hay, nada más y nada menos, que un McDonalds. Se le hace la boca agua. Ya se conoce la pasión del americano por esas hamburguesas. Así que tras la ducha, esa noche calurosa de verano Horner le dice a su director, Joxean Fernández Matxín, que no le esperen para cenar, que sale a dar un paseo y, no le engaña, volverá cenado y saciado del McDonalds. Pero esta vez, le explica, se pondrá un niqui normal y no el del equipo porque, “recuerda Matxín lo que me pasó en el Algarve ”, que le pidió al volver de una etapa que le dejase bajar del coche con urgencia, que el hambre le estaba comiendo, para irse a devorar una de esas hamburguesas en un McDonalds que había visto un poco más atrás, a dos kilómetros que hizo andando pero con el chándal y la camiseta del equipo y entonces ocurrió que no disfrutó del manjar porque le reconocieron, no pararon de hacerle fotos y de pedirle autógrafos y así no hay Dios que coma a gusto. Engullida tranquilo y anónimo su hamburguesa en la noche del Tour que precede al asalto en los Alpes, volvió Horner paseando al hotel y se sentó en la mesa del restaurante donde cenaron sus compañeros a participar en la tertulia. Después, se recogieron todos en la intimidad de sus habitaciones.
Matxín tiene todos los días a mano en el coche un puñado de Snickers, una chocolatina, que solo come Horner durante la etapa como solo él, nadie más, se bebe seis o siete Coca-Colas mientras pedalea y otras tres o cuatro por la tarde, en el hotel. “Ya les dije a los dietistas y demás, que a uno de su edad es inútil intentar cambiarle”, dice Matxín. Menos mal. No cambiar le salvó la vida a Horner.
En marzo andaba como loco buscando el casco antes de salir a entrenar en la zona de Lecco, en Italia -vive en el lago Como-. No lo encontraba. Llevaba un rato ya y el masajista le dijo que por una vez, hombre no pasa nada, saliese sin él. Horner se negó. Siguió buscando sin importarle lo que tardara hasta que lo encontró, se lo puso y, así sí, emprendió la marcha. Unos kilómetros después entró en un túnel y no salió. “Le pasaron tres coches dentro del túnel y el último le dio con el retrovisor y le tiró al suelo”, cuenta Matxín. El golpe con el retrovisor fue tan brutal en el costado izquierdo que le rompió una costilla y esta, astillada, le penetró en el pulmón. Se quedó allí tirado, sin auxilio porque el conductor no paró, siguió su camino no se sabe si huyendo o sin saber lo que había pasado. Cuando las cámaras del túnel identificaron el coche y localizaron al dueño, argumentó que creía que el golpe había sido con la pared del túnel, no con un ciclista, y que por eso no paró. Arrepentido, fue al hospital a pedir disculpa a Horner.
“La cosa es”, prosigue Matxín, “que se quedó allí en el suelo con golpes en todos lados, menos mal que llevaba casco, pero sobre todo desangrándose porque la costilla le había perforado el pulmón. Si la ambulancia tarda cinco minutos más en llegar no sale del túnel vivo. Se habría muerto desangrado”.
una acelerada decisión Salió. Pero de aquella manera. “Me costó volver a entrenar”, explica Horner en el parking del Campanile de Saint-Etienne, de pie bajo el sol que ilumina las cicatrices de la cabeza, el tatuaje que le dejó el accidente pese al casco. “Antes del Tour solo pude correr el Tour de Eslovenia y fue entonces, hace solo tres semanas, cuando decidimos que podía venir aquí”, dice el vencedor de la última Vuelta a España, que le ganó a Vincenzo Nibali, líder ahora de la carrera francesa en la que nadie habla del americano. “Es normal”, justifica; “piensa que además de no poder competir tampoco he podido entrenar al cien por cien y que tampoco la Vuelta es el Tour. Son muy diferentes y aquí durante la primera semana he sufrido mucho porque no me viene bien ese tipo de manera de correr, tan estresante y con tantos cambios de ritmo. Me va mejor la tranquilidad de la Vuelta”. Lucirá dentro de unas semanas en Cádiz el dorsal 1. Antes, de todas maneras, afronta el Tour que se asoma a la tercera semana, descansado y veterano, y ya se sabe que a los jóvenes fogosos se les atraganta la última semana en la que resisten los viejos motores diesel. “Al menos, eso es lo que espero que pase, pero no me marco metas. Prefiero ir día a día”, expresa el americano, que pretende seguir dando guerra.
Ayer Horner cruzó la meta en decimoséptimo lugar, a 3 minutos y 11 segundos del vencedor Nibali; es decimoquinto en la general, a 10 minutos y 44 segundos de El Tiburón. Socorrió a su compañero Rui Costa en Chamrousse. No está mal. Hace cuatro meses se estaba desangrando en un túnel.