bilbao. Esto escribe un día en su blog: "Esto se ha torcido como no esperaba. La primera jornada marcada por la intensa lluvia, granizo, frío y viento se convirtió en un suplicio y en un sorteo de innumerables caídas. Por fortuna, no llegué a caerme (...). Lo peor ha llegado hoy -segunda etapa-. Me he ido al suelo con otros cuatro ciclistas en una caída realmente escalofriante a una velocidad de vértigo". Otro, lastrado por los golpes, cuenta: "Como me suele suceder cuando no estoy bien preparado, los calambres me han hecho poner pie a tierra. Qué pena joder, porque al final me veía ahí!!!". Hay uno en el que su narración es desgarradora, puro sufrimiento: "Os escribo destrozado. Me he visto fuera de carrera. Me he quedado tirado junto a otros dos ciclistas aún con ciento sesenta kilómetros por delante. He podido enlazar y llegar a pie de puerto de una forma más o menos decente. Mañana etapa de doscientos kilómetros donde no sé si conseguiré llegar a meta. Tengo pánico a la salida, estoy muerto".
Es la crónica íntima de Ibon Zugasti sobre el Tour de San Luis, el verano argentino en el que ha debutado como ciclista profesional a la edad en la que los demás se están marchando. Nació hace 39 años en Lezo, pero vive desde los 17 en Barcelona, donde trabajó en un editorial a media jornada, 12 horas al día. Se subió por primera vez a una bici a principios de la noventa y se le metió el bicho, que se le multiplicó como un virus hasta colonizar sus entrañas. Desde entonces, solo piensa en la bicicleta. Primero le robó cuatro horas al sueño para entrenar. Corría en mountain bike. Fue campeón de Catalunya en 2001 pero no era capaz de saciar al bicho. Necesitaba más. Miró a la carretera, pensó en una vida de ciclista. Hace siete años dejó la editorial y se tomó dos años sabáticos. No ha vuelto a fichar a la entrada del trabajo. Se alimenta de ciclismo, que es como vivir continuamente apasionado.
En 2004 era un cadete de 32 años que no sabía ir en pelotón, trataba de asimilar el concepto ir a rueda y desconocía todos los demás códigos del ciclismo de carretera. En 2006 fue campeón catalán de ruta. Y dos años después hizo la maleta y viajó a Euskadi, la Meca del ciclismo estatal. Arrastraba el handicap de la edad. Aún así, Otín le abrió la puerta del Azysa. Fichó a un ciclista con la ilusión de un juvenil y la edad de dos.
Con el equipo navarro ganó en tres temporadas 21 carreras del vasco-navarro al mismo tiempo que se enfrentaba al sector crítico que concebía su presencia en el pelotón aficionado como algo antinatural.
La censura verbal, las miradas, los susurros, no le inquietaron demasiado hasta que en 2011 la Federación Vasca limitó la edad para participar en el Torneo Euskaldun hasta los 28 -esta temporada ha bajado el listón un año más, hasta los 27-. Tuvo que marcharse. Volvió a Catalunya. Allí corrió la pasada temporada con idénticos fabulosos resultados.
la fe Hace unas semanas, antes de volar hacia Buenos Aires para reunirse con sus compañeros del Start-Atacama, su primer maillot profesional, Zugasti mostraba al diario Gara su incomprensión hacia lo que venía a entender como una discriminación basada únicamente en la edad. "Por tu edad no te dejan hacer lo que te gusta. ¿Qué culpa tengo de que me guste competir en bici?", dijo.
Sobre esa misma base se asienta la indignación del médico de uno de los equipos del World Tour cada vez que le preguntan por el motivo de la longevidad de algunos ciclistas profesionales. "No hay que estudiar una carrera para saber que cuidándose y manteniendo la ilusión, la edad no es un obstáculo", suele explicar, molesto. Iñigo Cuesta se acaba de retirar con 41 años; Kirsipuu sigue corriendo con 43; Guesdon, Horner y Voigt tienen 41; McEwen, 40. De la edad de Zugasti hay unos cuantos: Leipheimer, Hincapie, Garzelli, Vinokourov... Ninguno, claro, es nuevo en el pelotón. El del guipuzcoano es un caso diferente. Es un ciclista al revés. "En este mundo hay que creer en lo que se hace. Yo he creído en lo que he hecho", argumentaba antes de viajar a Argentina para recoger su primer dorsal profesional.