Un hombre de 61 años, identificado por su esposa como Keith McAllister, murió un día después tras ser literalmente succionado por una máquina de resonancia magnética mientras asistía a su pareja durante una exploración médica.
Detalles del suceso
Según las autoridades del condado, McAllister ingresó a la sala de la resonancia mientras su esposa, Adrienne Jones‑McAllister, estaba siendo examinada de la rodilla. Llevaba al cuello una cadena de entrenamiento metálica de entre 8 y 9 kg que, al parecer, ya había utilizado previamente en visitas anteriores al centro. A pesar de que el técnico estaba al tanto de la cadena, permitió su entrada a la sala en plena activación del equipo.
En ese momento, la fuerza del campo magnético atrajo con violencia el objeto hacia el interior de la máquina. McAllister sufrió un episodio médico grave y fue trasladado al hospital en estado crítico. Falleció el día siguiente, según confirmaron las autoridades del condado de Nassau.
Fallos en los protocolos de seguridad
Además, múltiples medios informaron que McAllister permaneció atrapado junto a la máquina durante casi una hora, hasta que lograron liberar la cadena que llevaba al cuello. Su esposa, que presenció toda la escena desde la camilla de exploración, relató que intentó en vano detener el aparato, gritar por ayuda y pedir que llamaran al 911. La secuencia de fallos en el procedimiento y la omisión de advertencias clave apuntan a una negligencia grave en la gestión del entorno clínico.
Este incidente pone de relieve la importancia de seguir estrictamente los protocolos de seguridad en entornos de resonancia magnética. Las máquinas de MRI funcionan mediante un campo magnético extremadamente potente que permite obtener imágenes internas de alta resolución, esenciales para diagnósticos médicos complejos. Precisamente por esa fuerza magnética, se exige a los pacientes y a cualquier persona que ingrese en la sala que se retiren todos los objetos metálicos y que, en muchos casos, cambien su ropa por una bata hospitalaria antes de acercarse al equipo o someterse al examen.
No es la primera vez
En julio de 2001, un niño llamado Michael Colombini, de apenas seis años, perdió la vida en el Westchester Medical Center mientras se realizaba una resonancia magnética cerebral. Un tanque de oxígeno de gran tamaño fue introducido accidentalmente en la sala de exploración. El fuerte campo magnético lo arrastró a gran velocidad, impactándolo contra la cabeza del menor, lo que le provocó una fractura craneal fatal horas más tarde.
En octubre de 2021, en Gimhae (Corea del Sur), otro incidente fatal repitió el patrón. Un paciente de unos 60 años sufrió heridas mortales cuando un tanque de oxígeno, de aproximadamente 60 kg, fue absorbido por la máquina y lo golpeó en la cabeza, provocando su muerte inmediata.
Estos casos ilustran el denominado "efecto misil", uno de los riesgos más graves en salas de resonancia magnética. Se produce cuando objetos metálicos pesados son introducidos cerca del campo magnético, provocando que sean atraídos con una fuerza peligrosa.
Teniendo esto en cuenta, parece evidente la necesidad de mejorar o al menos revisar los protocolos de seguridad de salas como esta.