HUBO, se sintió, una agitación. En la Sala BBK, allá en el corazón de la Gran Vía, se esperaba algo que no se dice en voz alta: un temblor. No un terremoto, sino ese estremecimiento íntimo que producen las cosas pequeñas cuando están hechas con un cariño que no cabe del todo en los escenarios. Aiurri –ese soplo, ese rastro...– llegaba como preámbulo del II Concurso Internacional Developpe Dantza, pero en seguida quedó claro que aquello no era un antes de nada, sino un todo en sí mismo. El certamen, impulsado por el bailarín bilbaino Igor Yebra y la directora de Ballets Olaeta, Jone Goirizelaia, de Develope Dantza, tiene por objetivo reunir escuelas de danza, grupos de baile y personas que compitan de manera independiente para demostrar la fuerza cultural de la danza, así como para buscar jóvenes talentos, intentando ayudarles a impulsar su carrera en el mundo de la danza.
Se trata de una pieza de la compañía de dantza Aukeran, que lleva años traduciendo la memoria del cuerpo a un idioma propio, su proyecto más reciente entre las manos, como quien enseña un cuenco de barro que aún está caliente. Lo bonito es que el público lo entendió al instante: había en Aiurri algo de rito doméstico, de baile que se cocina a fuego lento en la cocina de casa, pero también un pulso casi telúrico, una llamada que venía de abajo, de muy abajo, como si la madera del escenario recordara otros pasos más antiguos que los de hoy.
La pieza muestra el interés por moverse –¿no les había hablado de temblores...?– y se pretendía extender el espíritu de Developpe Dantza más allá de las fechas concretas de celebración del concurso en palabras de la organización. El espectáculo cuenta con una decena de bailarines dirigidos por Edu Muruamendiaraz al ritmo de la música de Xabi Aburruzaga. Al grupo de dantzaris compuesto por Kimetz Cabanillas, Laida Egaña, Unai Iraola, Maier Muruamendiaraz, Nahikari Sánchez, Uxue Sánchez, Danel Serrano se sumaron el ganador del Concurso Internacional del año pasado, Kaiet Amezua, y las dos niñas ganadoras en grupo, Intza Cano y Mara Urigüen.
Antes de que comenzase el espectáculo, en los corrillos se hablaba, soto voce, de cómo el centro BBK Kuna acogerá una exposición sobre Serge Lifar (Ucrania, 1905-Suiza, 1986; aunque nacionalizado francés) a mediados de mes. Bailarín, coreógrafo, maestro e investigador del ballet clásico, Lifar es una figura clave en la historia de la danza, que contribuyó, entre otras cosas, a la renovación de la escuela francesa.
Testigos de todo cuanto les cuento fueron quien fuera rector de la EHU, Iñaki Goirizelaia, el marcial Jesús María Platón, especialista en Mayiro, Eneko Díez, Amaia González, Aitor Narbaiza, Axel Solalinde, Eli Alberdi, Mari Carmen Cardeñosa, Javier Martín, Víctor Molinuevo, Enrique Lekuona, Endika Unzurrunzaga, Jurgi Unzurrunzaga, Ainara Guardia. Mónica y Margarita Alcalde, Naia Ruiz de Gauna, Amaia Solano, Ainhoa Agirre, Katalin González, Malen García, Nicolás Imatz, Imanol Ibinaga, Miren Tejedor, María Gabiola, José Luis González Uriarte, saludado por todo el mundo como si fuese una leyenda, Joselu Angulo, Aitor Santamaría, Borja Remero, Jon Santamaría José Andallo, Mari Carmen Santamaría, Teresa Layuno, Amaia Layuno, Jon Gil, Karmele Tamayo, Macarena Rodríguez, Vanesa Pesto, Elvira Iriondo, Susana Garaizabal, Amaia Solar, Ander Eguzkiza, Arantza Agirre, Ane González, Cristina Gorostiaga, Izaro Mendizabal, Borja Remero; las coreógrafas Ane Anza y Maier Muruamendiaraz; el diseñador de vestuario Oscar Armendariz, y un sinfín de nombres propios amantes de la dantza. Obra avanzaba como avanza la bruma por la ría: insinuando más que mostrando. Jugando a desaparecer para volver a aparecer. Fue hermoso. Mucho.