El viejo Brasil indígena, modernizándose en el museo Guggenheim
El poeta brasileiro Oswadl de Andrade lo cantaba la las mil maravillas en uno de sus versos. “Antes de que los portugueses descubrieran Brasil, el Brasil ya había descubierto la felicidad”, dijo, como si ese país tan colorido y risueño fuese un fruto que nace de la tierra, no de la invasión de conquistadores, la curiosidad de los exploradores o la avaricia de los buscafortunas. El viejo Brasil indígena y ese otro Brasil que mira al futuro. Todos ellos cupieron en la imaginación de Tarsila do Amaral, una gran figura del arte latinoamericano que hubo de romper las barreras que han de romper las mujeres pioneras; una mujer modernista, creadora de una obra original y evocadora, basada tanto en el imaginario indígena y popular como en las dinámicas modernizadoras de un país en plena transformación.
En la década de 1920, moviéndose entre São Paulo y París, actuó como puente entre las vanguardias de estas dos capitales culturales y puso a prueba su universo iconográfico brasileño pasándolo por el tamiz del Cubismo y el Primitivismo, en boga en la capital francesa. ¿Buscaba un universo chic...? ¡Quien sabe! Lo que sí puedo decirles es que, visitada esa retrospectiva suya que recorre seis décadas del pasado siglo XX que reúne 140 obras de Tarsila en el museo Guggenheim que dirige Juan Ignacio Vidarte, ayer de cumpleaños, uno cree que su trabajo es resonante como una concha marina. Todas las voces brasileñas pasan por allí. Ya sé que es una sensación propia pero permítanme compartirla.
Les diré, por si se cansaron de referencias, detalles y poesía, que en la inauguración celebrada ayer estuvieron presentes el embajador de Madrid en Madrid, Orlando Leite Ribeiro; las comisarias de la muestra, Cecilia Braschi y Geaninne Gutiérrez-Guimarães, hada madrina del arte latinoamericano en el propio museo Guggenheim; el viceconsejero de Cultura, Andoni Iturbe; la diputada foral, Leixuri Arrizabalaga, Jon Azua, Pilar Aresti, Rafa Orbegozo, Fernando García Macua, Idoia Arrate y un buen número de prestadores de obras como Joao Ataliba de Arruda Botelho, Rosana Bonilha; Claudia y Marcia Chagas Feitas; Luiz Nascimento, Jones Bergamin, Sophie Su, Tarsinha do Amaral, Paola Montenegro, Eduardo Capozzi, Maria de Conceicao y Karin Reimberg. Si no rompió el museo a bailar samba brasileira no sé por qué.
Tarsila Do Amaral pinta el Brasil moderno en el Guggenheim con su obra vitalista y colorida
Sígame el lector en esta conga y le contaré que por allí pasaron la galerista Alicia Fernández, directora de la Sala Rekalde, donde ya se ultiman los detalles para la exposición de dentro de una semana rememorando a Juan Carlos Eguillor; el cónsul de Brasil en Bilbao, Tomás González, Mercedes Olabarria; el subdelegado del Gobierno, Carlos García, Juan Mari Gastaca, Enara Venturini, Begoña Cava, Carmelo Bilbao, cuñado de Ernesto Valverde, Mikel Urbieta, Lorea Bilbao, Maite Lazkano, Vicente Reyes; Alberto Ipiña y Begoña Bidaurrazaga, dos almas apasionadas del arte, Javier Fuente, Mariano Gómez, Arturo Trueba, Julio Alegría, Mariapi Alza; el que fuera primer director de DEIA, Iñaki Iriarte, acompañado por Mercedes Sancet (entre bromas y veras recordaba que durante años tuvo que explicar su apellido “y ahora todo el mundo lo conoce”...), Nieves Fantova, Ramón Esparza; la cónsul belga, Sylvie Lagneaux, Julia Carvajal, César Caicoya, Begoña Zubero, Yolanda Aberasturi, Beatriz Marcos, en pos del secreto de la magia; José María Arriola, notario y bibliófilo empedernido y Rosa Lertxundi; el psicoterapeuta Fernando Marquínez, acompañado por su hija Lola, virtuosa violinista y artista de tralla que en dos semanas expondrá en el bar Manhattan de Las Cortes, Juan Mari Irigoyen, Alvaro Díaz de Lezana (para él sí; para él Sancet es el mejor...), Carmen González, Josune Carranza, Edu López, Ana San Román y ni les cuento cuántas personas más.