En 1950 la escritora y brasileña Patricia Galvao describió a Tarsila do Amaral –o simplemente Tarsila, tal y como firmaba y se le solía llamar– como el primer caso de emancipación mental entre las mujeres de Sao Paulo. Fue una mujer emancipada, independiente, adelantada a su tiempo, siempre en permanente cambio, que tuvo que enfrentarse a una serie de estereotipos para abrirse camino en un sistema de arte eurocéntrico y dominado por los hombres, y cuya obra y cuya figura siguen siendo hoy tan relevantes como entonces, en palabras de Juan Ignacio Vidarte, director general del Guggenheim Bilbao. 

El museo bilbaino presenta hasta el 1 de junio la obra vitalista y colorista de esta artista brasileña, basada tanto en el imaginario indígena y popular como en las dinámicas modernizadoras de un país en plena transformación. Con esta creadora, el Guggenheim arranca la programación de esta temporada que tiene un marcado carácter femenino, ya que las cuatro monográficas están protagonizadas por mujeres, tal y como destaca Vidarte. A la exposición de Tarsila do Amaral, le seguirán María Helena Vieira da Silva, Helen Frankenthaler y Barbara Kruger. 

Tarsila provenía de una familia muy adinerada, su abuelo era un gran terrateniente dedicado a la producción del café, y fue educada en la cultura francesa. Pintora y viajera, audaz y cosmopolita, “pero a pesar de ello, de ser una mujer de clase de elite en aquella época también tuvo que enfrentarse a un mundo artístico que no resultaba nada fácil para las mujeres ni en Europa ni en su país. Abrió un modelo que no existía en su país, de figura femenina que hizo algo importante en la historia del arte”, explica Cecilia Braschi, que ha comisariado la exposición junto a Geaninne Gutiérrez-Guimarães.

La retrospectiva incluye 147 obras, de las cuales 50 son pinturas. “Tarsila no pintó mucho, en su catálogo hay 230. Para reunir esta importante selección que se puede ver ahora en Bilbao hemos contado con la ayuda de los museos brasileños, pero también de coleccionistas privados. Además, incluye obra de todas sus épocas, desde 1918 a su final. La mayoría de las exposiciones que se habían realizado hasta ahora no incluían su última etapa, pero nosotros hemos querido ponerla también en valor ”, ha explicado Cecilia Braschi. 

De Brasil a París

Tarsila do Amaral emprendió su primer viaje de estudios a París en 1920 y sus primeros cuadros atestiguan una formación académica clásica, heredera del impresionismo. En su ausencia, en febrero de 1922, Sao Paulo celebró una Semana del Arte Moderno, con artistas locales como Anita Malfatti o Oswald de Andrade, un evento que causó sensación. A su regreso a Brasil Tarsila se unió a esa nueva generación y tomó fuerzas para emprender un nuevo viaje de regreso, esta vez decisivo para su carrera.

“Me acuerdo de Tarsila en el teatro del Trocadero, vestida con una capa escarlata, doblada de satén blanco”, explicaba un testimonio de la época. Un autorretrato de 1923, que se puede ver en el Guggenheim, muestra a la artista con esa espectacular capa de la casa Patou.

A partir de 1923, Tarsila, como se la conoce rápidamente en los medios artísticos franceses, frecuenta en París los talleres de Fernand Léger o André Lhote. Se sumergió en la vanguardia europea y comenzó a construir una red artística intercontinental, una inquietud por representar a su país y un lenguaje visual prácticamente sin precedentes en pintura y dibujo, abriéndole el paso para coronarse como la pionera del modernismo en Sudamérica.

Ensaya el cubismo o el fauvismo, pero como muchos artistas sudamericanos, su paso por París le sirve en realidad para reflexionar sobre su país de origen. Buen ejemplo de esta época es Carnaval en Madureira (1924), en el que representa un viaje que hizo ese mismo año a Río de Janeiro con sus amigos modernistas durante el Carnaval.

En “A Cuca”, de tonos oníricos, reproduce con colores vivos la figura de un monstruo conocido del folclore brasileño.

El Brasil caníbal

Tarsila regresó a Brasil con la manufactura vanguardista desarrollada en París y decidió representar temáticas brasileñas. Su amante en la época, Oswald de Andrade, publica el “Manifiesto antropófago” en 1928, que proclama entre otras cosas la necesidad de “devorar” las influencias culturales extranjeras. A partir de ese momento, Tarsila renuncia a la representación de temas populares y a las geometrías de origen cubista, lo que hace que su repertorio europeo y brasileño sea digerido y transformado.

Tras acabar su relación con Oswald de Andrade a finales de los años 1920, la pintora entró en una nueva fase, la marcada por su viaje a la Unión Soviética con su nueva pareja, el psiquiatra Osório César. Coincidiendo con el ‘crash’ bursátil de 1929 y el hundimiento de la economía occidental, pasó a un tono más sombrío y pesimista influido por el realismo social y el muralismo mexicano.

La crisis de 1929 afecta duramente a la familia de la artista. Tarsila do Amaral deberá trabajar a partir de esa época, y su obra pictórica centra su mirada en la clase obrera, con obras como Operarios, de 1933. Al igual que hizo Frida Khalo en México sus obras siguen los preceptos del Realismo social.

Su proselitismo comunista la condujo a una de las experiencias más traumáticas de su vida: estuvo un mes encarcelada en 1932 durante el gobierno de Gétulio Vargas.

En su último periodo artístico, coincidiendo con el inicio de su más larga relación, con el periodista carioca Luiz Martins, la pintora captó el desarrollismo de la ciudad de Sao Paulo, que entre 1920 y 1960 creció exponencialmente alimentada por diferentes oleadas de inmigrantes llegados de Europa, Asia y Oriente Medio.

A Metrópole’ (1958) capta la selva urbana en la que se convirtió su ciudad.

Afrodescendientes

La representación de personajes afrodescendientes, tanto masculinos como femeninos, es evidente a lo largo de toda su obra. Varios especialistas han evidenciado que el modelo de su cuadro La negra fue, muy probablemente, alguna de las nodrizas que vivían bajo el régimen de la esclavitud en la fazenda de la familia Do Amaral. 

Fue acusada de racista por una obra cargada de buenas intenciones pero que idealiza al indígena en un mundo colonial sin mala conciencia. “Hay que considerar que es una mujer nacida en una sociedad y en una época determinada. Por ejemplo, la esclavitud se abolió solo dos años después de su nacimiento. Desde Europa hay una fascinación por un primitivismo que los artistas van a buscar en su cultura”, asegura Cecilia Braschi.