Dijo que tenía el privilegio de ser uno de los pocos matadores que se consideran Toreros de Bilbao. “La afición de Bilbao y yo nos hemos tenido mucho cariño. Me adoptó. Si queréis ver a Ponce, id a Bilbao, dicen por ahí”, señaló el diestro. Y los aplausos le interrumpieron. La plaza, en esta ocasión la terraza de la azotea del Hotel Ercilla, estaba a llena. Allí fue donde, con el bochorno de un mediodía de julio, Enrique Ponce tocó el cielo. Le rindieron homenaje en un acto presentado por el televisivo José Ribagorda.

No se cabía en la terraza antes de que apareciera el matador, vestido con una americana de sport color beige, pañuelo oscuro con topos blancos asomando por el bolsillo del pecho, camisa blanca de cuello alto, sin corbata, pantalón chino color arena y castellanos. Se sentó en el taburete dispuesto al fondo, ante una gran foto suya desplantándose delante de un astado en cuya parte superior se leía Agur Jaunak. El autor del retrato, Manu de Alba, se encontraba en primera fila.

Tomó asiento el espada con la espalda muy recta, como un veterano bailarín de ballet cosido a cornadas. Y conversó con Ribagorda. Al principio no embistió la megafonía y estaba todo el mundo muy callado, dando el perfil, con una oreja adelantada, como para comenzar un volapié. Pero pronto se arregló y aquello sonó como debía.

El diestro de Chiva se está despidiendo. Regresó tras cuatro años retirado para decir adiós en veinte plazas; no en sesenta como en las temporadas de antaño. “Sentía el cariño de la gente y necesitaba despedirme, al principio pensé en diez plazas, entre las que, por supuesto, se encontraba Bilbao, y han terminado siendo veinte, a las que me gustaría añadir México”, explicó.

Confesó que se fue notándose pleno, bordando el toreo que siempre soñó. Y desconectó totalmente. “Me sucedía en casa que pasaba delante de la cabeza de un toro, me paraba y me preguntaba: ¿Pero cómo he podido yo ponerme delante de uno de estos?”, reveló.

Lo cierto es que no fue uno sino cinco mil. Treinta años en los cosos. Solo en Bilbao, cerca de setenta corridas. “Lo mío con esta plaza fue amor a primera vista”, subrayó.

Estuvieron su apoderado, Juan Ruiz; el empresario taurino Óscar Chopera; el subdelegado del Gobierno español en Bizkaia, Vicente Reyes, y su esposa, Maite Lozano; los concejales Jon Bilbao, Esther Martínez y Ángel Rodrigo; o la exsenadora Pilar Aresti.

Acudieron el presidente de la Peña Ponce de Bilbao, Raymón, con Pili Fernández; Ramón González, Virginia Prado y Sandra Martín, del Club Taurino; Marcelino Gorbeña, secretario del Cocherito; Javier Rodríguez, de la sección taurina de la Sociedad Bilbaina; o el mozo de espadas y capitalista, Jesús Ignacio Irazabal, con unas fotos de él mismo con Ponce a hombros listas para la firma.

También asistieron la directora de la Orquesta Sinfónica de Acordeones de Bilbao, Amagoia Loroño, con Iñigo Uriarte; el escritor Federico Merino; el poeta José Ramón López; el empresario Antón Taramona; Idoia Gutiérrez, de DEIA; el imprescindible Marino Montero, Alvaro Díez de Lezana, Iñigo e Iñaki Gorostiza, Amaya Alonso, Carlos y Daniel Buj, Nadia Svitova, Bruno Líbano, Juan Manuel Delgado, Fernando Aburto, Roberto y Jorge Borelli, José Ramón Urizar, Marisa y Mari Paz Mardomingo, Txomin Fernández, Gerardo Tiedemann, Nicolás Zubigay, Aitor Leizea, Lourdes González, Carme Albert, Elena García Arriola, Manu Martín o Nahikari Alonso.

“Para mantenerse 30 años en un oficio como este, hay que tener la humildad de seguir aprendiendo día a día y, para eso, te tiene que ilusionar lo que haces”, aseguró Ponce antes de concluir que “hay un señorío tremendo en Bilbao, y eso se nota en la plaza, donde se respira respeto y gusto por el toro serio y equilibrado y el toreo bueno”.