Ocurre de cuando en vez. La invasión de los bárbaros, quiero decir, la llegada de un nuevo mundo que no siempre mejora el existente. La historia que hoy vengo a contarles trae consigo algo así: una resistencia ante la llegada de otros modos y maneras. Como curiosidad, diremos que la historia que hoy vengo a contarles obedece a un encuentro entre dos espíritus semejantes: la joyería Perodri y la firma de relojes Oris, que cumple, este año, los 120 de vida. La primera, una boutique de alta joyería y relojería, abrió su primer local en Bidebarrieta en 1975 y una tienda en la Gran Vía siete años más tarde, en el trepidante 1983. Desde el primer día destacaron por el trato personalizado y el esmero en todas sus acciones, una apuesta por trabajar sin prisas sino con la clientela como el centro de la diana, ofreciéndoles novedades y clasicismos. La joyería de toda la vida, vamos.

Acaban de hermanarse con Oris, una firma que sigue siendo una de las pocas empresas relojeras suizas de propiedad y gestión independientes, y la única con sede en el valle de Waldenburg, a 25 km al sur de Basilea, en el norte de Suiza de habla suizo-alemana. A lo largo de los años, Oris se ha definido por sus innovaciones mecánicas, ofreciendo relojes de vanguardia sin perder la tradición. Cumplen ahora 120 años y ha anunciado una exposición de sus joyas de la corona, una muestra que podrán visitarse hasta el 14 de junio en la tienda de la Gran Vía.

Quien mejor conoce la historia es Rafael Picazo, director comercial de la marca en España, quien llegó a la tienda en compañía de Ilaria Fasano. Mantiene la alta fidelidad al lema de la casa desde su creación: Go on your way, sigue tu camino, dicho sea en castellano. Él fue quien llegó a la joyería para ejercer de guía. Él, quien contó que Oris se fundó en Hölstein el 1 de junio de 1904, cuando Paul Cattin y Georges Christian llegaron al valle de Waldenburg para establecer un nuevo tipo de empresa relojera: una que persiguiese aliar las tradiciones de la relojería mecánica y los procesos industriales más avanzados de la época para producir relojes de alta calidad que tuvieran sentido. También recordó que en los años setenta llegó la invasión de los relojes de cuarzo y que, tras breves escaramuzas, a finales de los ochenta decidieron apostar por la mecánica como un elegante traje, como una forma de trabajar que trascienda, que pase por varias generaciones. Al parecer, fueron dos trabajadores de la casa quienes, en 1982, se hicieron con la firma y mantuvieron la fe en esa forma clásica. Hoy, ofrecen vanguardia (hay relojes para el submarinismo y la aviación, tactos suaves –por ejemplo, no hay tensión a la hora de dar la cuerda...–, correas flexibles y amoldables o materiales como el titanio, por ejemplo...) y las maneras tradicionales. Exhiben sus quehaceres con relojes de carne y hueso, si es que se puede decir así, y con realidad virtual para mostrar el funcionamiento mecánico de sus relojes desde dentro.

La fiesta de presentación fue elegante. En ella se dieron cita, además de los citados, los propietarios de la joyería, Nerea Galdeano y Carlos Pérez, propietarios de Perodri, junto a su hija Izaro Pérez; Izaskun Ayo, directora de la tienda, Iratxe Colmenero, Ángel Viñas, Marcos Bernaola, Leire Zelaya, Magdalena Múgica, Yolanda del Hoyo, Asier Etxebarria, Gorka Araizo, Ibai Corral, Idoia Gutiérrez, en nombre de DEIA, su hermana, Aránzazu Gutiérrez, Inmaculada Hoyos, Marta Zubero, Ibon Bengoa, Javier Regal, José Ángel Ruiz de Asúa, Antonio Iñiguez, Constanza Galeán, Francisco Espinosa y un puñadito de gente que se acercó a contemplar de cerca unos relojes de la vieja escuela, creados hoy con las más vanguardistas tecnologías que les enriquecen con un máster de modernidad. Con la discrección propia de estos asuntos, puedo decirles que los relojes de este calibre pueden llegar a su poder “a partir de 1.900 euros”. Lo que valen.