UN café y otro y otro. Y un apretón de manos, un beso o un abrazo, todos ellos con esa inquietud propia que nace de los nervios o de la emoción. Nervios por qué, se preguntarán ustedes. Por el compromiso de leer en público, ni más ni menos. Un desafío. Se acercaba las once y media de la mañana, horario elegido para la lectura en público de El Quijote en el Hotel Abando. La iniciativa la propulsó la Asociación Artística Vizcaina que preside Gabriel Rodrigo, y el cielo parecía partido en dos de tanto como llovía en el exterior – “a los dioses no les gustarán los libros”, comentaba tiempo después Galder Reguera en el acto inaugural de la feria del Día del Libro vivida entre toldos y paraguas, acompañado para la ocasión por el alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto, quien recordó que “cuando alguien lee se convierte en una persona sospechosa y cuanto más lee más sospechosa parece...”, el escritor Jon Arretxe, que habló del poder de los libros, y el presidente de los libreros, Javier Cámara, quien pidió más tierra libre para el libro...– y acaso no fue Miguel de Unamuno quien aseguró que cuanto menos se lee más daño hace lo que se lee. Que se les notase que son gente que lee, que su lectura flotase entre los presentes. Ese parecía el propósito.

“En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme...”, comenzó a leer Amaia Arregi, la elegida para el arranque de una iniciativa que lleva 28 años invocándose ya y a la que habrá que añadir el continuará propio de las historias que se alargan y se alargan. Tras ella leyó Nora Abete en un francés cosmopolita y parisién, ¡oh, la, la!, momentos antes de que lo hiciesen Yolanda Díez, Eider Inunciaga, María del Río, Ana Viñals, Esteban Goti, Paula Garagalza y toda una legión de gente comprometida con la palabra escrita.

A lo largo de todo el día leyeron las aventuras del hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor el propio Juan Mari Aburto en euskera; Patxi Lazaro, en alemán; Javier Iruarrizaga, en italiano; Tasheni Muluwe, una mujer de Zambia, en bemba; la estudiante estadounidense Isabelle Dalla, en inglés; Kateryna Kaminska, en ucraniano; Marco Pedraza, en el lenguaje de los signos, poniéndole voz a su lectura, Javier Diago; Antonio Perdices, Loly Rubio, María José Plaza, Juanjo Navas, el cantaor de saetas en euskera, quien comenzó su intervención recitando unos versos de Blas de Otero dedicados al Quijote, una chavala griega que leyó en su lengua materna y no sé cuánta gente más.

A la cita a dos manos –el hotel y la calle...– no faltaron Asier Muniategi, el druida de los libros en tierras vascas, siempre atento a la posibilidad de ponerle magia de las letras; Gonzalo Olabarria, Isidro Elezgarai, Kepa Elejoste, Yolanda del Hoyo, Álvaro Díaz de Lezana, Juankar Bilbao, del bar Muga; Gontzal Azkoitia; Amagoia Loroño y Asier Loroño, vientos del acordeón; Juan Carlos Rastrollo, vientos de Extremadura, Marino Montero, viento juguetón, Boni García, Javier Urroz; el escritor Félix Modroño, acompañado por Marianela Villanueva (más tarde firmaría en la feria, como también lo hicieron Jon Arretxe, Javier Sagastiberri o Txani Rodríguez entre otros, entremezclados con gente librera como Fernando Fernández, aita de Etxean, Kepa Torrealdai entre otros...), Bernar Zarraga, Ángel Tobalina, Iñaki López de Aguileta, Koldo Bilbao, Xabier Olalde; el artesano Bernat Vidal o Cristina Fuentes, quien se acercó al cronista para recordarle aquellas hermosa sentencia de Jorge Luis Borges “que tanta ilusión me haría que citase”. Oigámosla. “De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo… Solo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria”. Ahí la tienes Cristina, compartida como le dije.