OS tambores anunciaban todo un desafío en la selva de la hostelería, un reto singular que dejaba a quien lo leyese con la boca abierta. No en vano, la apuesta parecía casi un imposible: menos de diez minutos para comerse una salchicha de medio metro, una montaña de chucrout, medio litro de cerveza y una colina de patatas fritas. Ese era el todo o nada propuesto por el Ein Prosit, el viejo locán alemán de los hermanos Thate que buscaba una corona propia de esta tierra, el ganador del primer concurso de Tragaldabas de Bilbao. El envite, la bravata, sonaba casi a imposible, algo semejante, qué sé yo, a los cincuenta huevos duros que debía comerse Paul Newman en el campo de concentración en aquella película, ¿se acuerdan?, titulada La leyenda del indomable. Como recompensa se anunciaba una cena para dos en el propio Ein Prosit en un día distinto al de la final -haberlo obligado a cobrar en la misma jornada hubiese sido un premio digno de Cruella de Vil...- y como requisto un hambre de dos o tres días y el pago de 12 euros de inscripción.

Digamos que al balcón de las apuestas, un bien cultural de las barras bilbainas se sumaron seis valientes. Jarlin Garcés, Iván Sasigain, Rubén Camacho, Jon González, Peio Vidorreta e Iñigo Peligros aceptaron el guante con la convicción de que lo puesto sobre la mesa era un posible bajo aquellas rigurosas condiciones. No parecía claro y al filo de las siete y media de la tarde el Ein Prosit, con Enrique, Alfredo y Carmen Thate como corredores de apuestas, era un hervidero. “¿Se ha apuntado alguien?”, preguntaba Gotzone Murua. “¡Ay Dios mío, me recuerda al negro del WhatsApp!”, exclamaba una voz femenina anónima cuando entró en escena el salchichamen de concurso. Lo suyo le habrá costado elaborarlo a Herman Thate, el maestro charcutero de la familia. “Se nota que no son vascos”, decía otra voz que pide clandestinidad. “Para muchos de los de aquí medio metro no tiene ese tamaño ni de broma”. Las risas hacían que los testigos se atragantasen, solo con oír el comentario.

A Beatriz Marcos le cupo el honor de convertirse en la mujer cronometradora de la prueba. Mientras se preparaba para la misión iba llegando la gente. Los amigos de uno y la familia de otro. La que parece ser la novia de un tercero que al ver el salchichongo que sale de cocina exclama, por los bajinis, un ¡ganorabako! que solo le oyen los más próximos. De repente, Enrique comienza la cuenta atrás que le jalea la concurrencia, bastante poblada a esas horas. Cinco, cuatro, tres, dos, uno... ¡cero!, grita todo el bar.

Y ahí comienza el espectáculo. Comen los seis con hambre fresca pero bastan treinta segundos para que se rompa el sortilegio. “Mira al dos, mira al dos”, comenta el gentío. El dos se llama Iván Sasigain y presenta cuerpo de deportista definido. No come, devora. Sin cubiertos, a manos desnudas. En un minuto escaso se ha esfumado la salchicha y tarda algo más con el resto. Cuando recoge con los dedos los últimos restos del chucrut, va por los dos minutos. Solo le queda el medio litro de cerveza, mira a su izquierda, donde Rubén Camacho se afana con apetito largo también y levanta un brazo. Con el otro, se bebe la jarra en un santiamén. Beatriz dicta sentencia: ha tardado 2,31,22. Una plusmarca que te deja con la boca abierta. Si no me creen pregunten a Mariano Gómez (tiene guasa que acudiese el hombre fuerte del slow food en Bilbao a un certamen así...), Antonio Pérez, Javier Gamboa, Alex Garate, Oskar Martínez, Nora Medina, Jessica Garcés, Margaret Sánchez y Patricia Gallego, Iñigo Urrutia, Vanesa Pérez, Alberto Iturriaga, Mikel Odriozola, Gontzal Arakistain, Ángela Bengoetxea, Izaskun Mendiguren, Begoña Martínez, Carlos Suárez, Isabel Martin, Dani González, Idoia Vidorreta, Ainhoa Azkarate y un buen número de seguidores de esta crónica carnivora.

El Ein Prosit organizó el primer concurso de Tragaldabas de Bilbao en el que se impuso el joven Iván Sasigain

El ganador tenía que comer medio metro de salchicha, medio litro de cerveza, chucrut y patatas fritas en 10 minutos. Iván tardó 2,31