UN diagnóstico médico que no entra en las expectativas de ningún padre o madre fue el punto de partida que marcó las experiencias vitales de todos aquellos que forman parte de Apnabi, la asociación que reúne a las familias de personas con Trastorno del Espectro Autista (TEA). Han pasado cuatro décadas desde que esta entidad diera sus primeros pasos para apoyar y atender a estas familias y el cambio ha sido muy grande. “Hace cuarenta años no se hablaba de discapacidad intelectual, sino de subnormales. En este tiempo se han abierto las puertas y se ha hecho visible el mundo del autismo”, afirmaba Mikel Pulgarín, presidente de Apnabi, en una entrevista a Arantza Rodríguez hace unas semanas con motivo del Día Mundial del Autismo.

Más de un millar de familias vizcainas cuentan con el respaldo de esta asociación mediante la que se intenta construir que cada persona “pueda desarrollar su proyecto de vida”. Otro de los ejes en los que se enmarca la función de Apnabi es “la inclusión de las personas con TEA” en la sociedad así como que los afectados “reciban una respuesta adecuada a sus características y necesidades”. Pulgarín alertaba en esa entrevista que “hay una tendencia cultural a rechazar lo que es diferente y las personas con autismo tienen un gran peligro de aislamiento”. Por ello, se intenta “promover la sensibilización social para aproximar a la ciudadanía la realidad de los TEA” con el fin de “avanzar hacia el cumplimiento de los derechos de las personas con autismo bajo los principios de la inclusión, la tolerancia y el respeto”.

Con una prevalencia de la enfermedad de una persona por cada cien habitantes, en Apnabi se presta ayuda a 1.500 familias por lo que Pulgarín señalaba que “en Bizkaia habría más de 10.000 personas con TEA, por lo que hay muchas personas que no están diagnosticadas. De ese más de millar que acuden a la entidad, esta realiza un proyecto para que se cumplan las necesidades. Así, además del área de consultas concertado con el Departamento de Salud del Gobierno vasco, Apnabi tiene un espacio específico de educación, con dos programas diferenciados: la escolarización en el Colegio Aldamiz de Educación Especial y un programa de atención itinerante. Además, las familias también son parte del camino del desarrollo de una persona y por ello se les dan “los apoyos necesarios para mejorar su calidad de vida y bienestar, así como la gestión de trámites y asesoramiento jurídico”.

Una vez finalizada la etapa escolar se abre para las personas con TEA un nuevo futuro. Por eso existe el área de Atención Diurna con la intención de facilitar “la inclusión social, desarrollar las habilidades adaptativas y el bienestar emocional”. Pero la independencia familiar también es parte de Apnabi, a través de sus viviendas en modelo de comunidad. Y para ello es imprescindible promoción sociolaboral apostando por “la inclusión laboral, formativa, ocupacional y social de las personas con TEA”. El empleo es un eje de la inclusión pero también el ocio y tiempo libre, realizando actividades “individuales o compartidas en igualdad de condiciones que el resto de la sociedad”.

Son guías para que las personas con TEA sean “parte de la sociedad. El problema es que a veces la sociedad no siente que esas personas son parte de ella”, sentencia Pulgarín.