BAILAR sobre las olas. Es lo que le encanta hacer a Imanol Tapia. Para conseguirlo gobierna el viento con una gran cometa que lleva siempre en la furgoneta con la que viaja cada vez que tiene oportunidad. Estas semanas, por ejemplo, está en Italia con su novia y allí, en Cerdeña, se ha convertido en un héroe improvisado. El martes su cometa se convirtió en las alas de un ángel. Eso deben pensar, al menos, las tres personas a las que el bilbaino salvó de ahogarse en la cala Sinzias.

Tapia y su pareja llegaron a Cerdeña el pasado viernes desde Roma. Su objetivo no era otro que disfrutar del sol y las olas de la playa, pero el martes la diversión se acabó de golpe al vivir en primera persona un buen susto. El bilbaino de 34 años estaba en el agua practicando kitesurf cuando notó que algo raro estaba ocurriendo. “Yo veía cuatro personas en el agua. Pensaba que estaban nadando tranquilamente, porque no distinguí que me estaban haciendo señales”, relata a DEIA. “Al de un rato empecé a ver las manos levantadas. Entre que iba concentrado en lo mío y que no oía nada con el viento? Pero empezaron a decir: ¡S. O. S.! Y me di cuenta de que algo les pasaba”.

Impulsado por el viento, Imanol se acercó a la playa para dar el aviso a los socorristas, quienes le facilitaron unos flotadores que el bilbaino llevó a toda prisa al grupo en apuros: tres hombres adultos y una niña. Se habían adentrado demasiado en el agua y la corriente no les dejaba regresar a tierra firme. “Nada más llegar los cuatro se agarraron a mi tabla y les dije que tenían que soltarla, porque si no lo hacían, nos íbamos todos al fondo”, relata el kitesurfer.

Mientras tanto, los socorristas no terminaban de meterse en el agua para rescatar a los bañistas: “Creo que no lo hacían por las corrientes que había. No lo veían nada claro. Me daban indicaciones, pero tampoco entendían lo que yo estaba haciendo con la cometa, porque me pedían que me acercara a las rocas, pero si me acerco a las rocas baja el viento y me voy al fondo”.

El vizcaino utilizó su propio arnés, que cuenta con correas muy resistentes, para remolcar a los bañistas hasta la playa. En el primer viaje enganchó al padre, que llevaba a la niña abrazada a su cuello. Para cuando regresó al grupo, ya solo quedaba un bañista en apuros, puesto que otro hombre, un nadador italiano llamado Andrea Obino, había acudido también al rescate y se había llevado a uno de los hombres. “Le vi nadar e iba como un tiro”, apunta Tapia. Este nadador también rescató a un quinto hombre al que el bilbaino no había llegado a ver y que estaba en las rocas.

Aplausos y abrazos

Cuando el kitesurfer bilbaino llegó con su tercera persona rescatada a la playa pudo comprobar que todo el grupo estaba sano y salvo. Eso sí, habían pasado el susto de sus vidas. Fue entonces cuando llegaron las escenas de euforia y reconocimiento que pillaron a tapia por sorpresa: “Me quedé un poco alucinado con la situación, porque cuando les dejé en la arena, dejé de hacer kitesurf para ir a la playa y todo el mundo se puso a aplaudir y a darme la mano. Fue algo indescriptible. Los que saqué del agua estaban muy agradecidos”. La pareja vizcaina tuvo que recoger los bártulos e intentó escapar discretamente ante tanta alabanza: “Nos tuvimos que ir de la playa porque todo el mundo se acercaba para hacerse fotos conmigo. No me esperaba esa reacción”.

Este episodio en el que Imanol Tapia se puso en el papel de héroe contrasta con lo que tiene que vivir a la hora de practicar su deporte. “A los que hacemos kitesurf, los socorristas nos tratan como si fuéramos delincuentes”, lamenta, “pero también estamos para ayudar. El pasado domingo en Galicia otros kiters sacaron a cinco personas del agua”. Tapia es asiduo de la playa de Laredo, donde les ponen dificultades para acceder al agua: “Nos están prohibiendo navegar. Solo pedimos que se regule una zona de una playa extensísima y que pongan un canal con boyas”. Gracias a ese canal quizás aparezcan más héroes inesperados.