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De Bahía Blanca a Markina-Xemein: el viaje artístico y emocional de Mikele Irazusta

En Markina-Xemein, un mural se convierte en puente entre culturas y emociones, reflejando la memoria de la diáspora vasca y la trayectoria artística de quien lo pinta

De Bahía Blanca a Markina-Xemein: el viaje artístico y emocional de Mikele IrazustaMikele Irazusta

En Markina-Xemein, la fachada de un edificio de seis pisos se transforma con un mural que celebra la tradición de la cesta punta. Detrás de esa obra está Mikele Irazusta, arquitecta y muralista argentina, con el corazón dividido entre Argentina y Euskadi, que ha convertido su arte en una forma de explorar sus raíces, sus emociones y su identidad. El mural surgió a raíz de una propuesta del Gobierno vasco con motivo del Día de la Diáspora Vasca, e Irazusta lo convirtió en un proyecto muy personal que conecta tradición y emoción.

Su vínculo con Euskadi tiene raíces profundas. Nieta de Andoni Irazusta, referente de la diáspora vasca en Argentina, creció participando en el centro vasco de su ciudad natal y rodeada de tradiciones que mantenían viva la conexión con su tierra de origen. Esa doble identidad se convirtió en un motor creativo y personal: “Siento que en mi casa siempre se vivió con la sensación de tener el corazón un poco ‘partido’. Con los años, esa nostalgia por el desarraigo se transformó en convicción de reconocer que tenemos la identidad, la esencia y la potencia de ambos mundos”. Hoy, instalada en Uruguay junto a su pareja, sigue explorando esa dualidad en su vida y en su arte.

Irazusta inició sus estudios de arquitectura en 2012, y aunque completó la carrera, pronto decidió enfocarse por completo en el muralismo. “La arquitectura me dio estructura y el arte me dio alas”, explica, describiendo cómo ambas disciplinas se entrelazan en su obra, desde la escala y la proporción hasta la comprensión del espacio público.

Identidad y memoria en torno al centro vasco de Bahía Blanca

Al repasar su trayectoria, Irazusta señala algunos proyectos decisivos. El mural del centro vasco de su ciudad, supuso un salto de escala: de murales de hasta 30 metros cuadrados pasó a uno de más de 100, una experiencia que combinó emoción personal y familiar. Durante la pandemia, pintó el cuadro Florece desde dentro, que reflejaba la fuerza interna para superar momentos difíciles. Y en el festival Lollapalooza de Buenos Aires dirigió un mural colaborativo en el que los asistentes podían aportar palabras, lugares o personas que les daban esperanza: “Se generó algo muy hermoso”, recuerda.

La comunidad como motor de creación

La participación comunitaria es esencial para ella. Afirma que cuando la gente puede ver y reconocer que su aporte es parte de un todo, se genera una sensación de unidad, sinergia y comunidad, algo que le resulta “sumamente enriquecedor".

Actualmente, Irazusta trabaja en varios murales y en una serie de cuadros donde plasma emociones intensas vividas en los últimos años. También está por abrir un taller de arte en Uruguay, pensado como un espacio donde las personas puedan experimentar, expresarse e incluso sanar. Para llevar adelante estos proyectos, encuentra inspiración en los entornos que la rodean: la naturaleza y la música son elementos fundamentales en su proceso creativo. “Conecto mucho con la fuerza de los paisajes, con los colores de la naturaleza, con las melodías que aparecen en ella… La música que escuchaba de chica los domingos también me moviliza profundamente”, asegura.

El arte de Mikele combina colores, emociones y experiencias de vida.

Los viajes, las decisiones clave de su vida y los momentos difíciles también han sido disparadores de inspiración. Irazusta explica que los viajes de su vida fueron como “portales e invitaciones para sorprenderse", y que todas las grandes decisiones, así como los dolores y desilusiones, la llevaron a ser quien es hoy y, por ende, a que su arte refleje esa experiencia. Cada señal, conversación o sincronicidad se convierte en materia para sus obras.

Aunque aún no domina el euskera, mantiene un vínculo constante con Euskadi y ha creado amistades profundas durante sus estancias: “Cada viaje ha tenido un matiz diferente. Conocí personas hermosas y tengo amistades que son reflejo de mis diferentes etapas de vida”.

El arte como simbolismo

Si no fuera artista ni arquitecta, se imagina trabajando en diseño o vinculada a la naturaleza, quizás como bióloga, explorando procesos y perspectivas diferentes. Pero su elección es clara: el arte es su manera de conectar, expresar y construir puentes. Sobre el mural de Markina-Xemein, dice: “Es muy simbólico para mí haber pintado un mural tan euskaldun y de semejante magnitud en la tierra de mis aitonas. Me resulta hermoso que mi arte sea el medio para expresar mis emociones y procesos como así también el puente para conectar con mis raíces”.

Irazusta no solo pinta paredes: su obra conecta culturas, emociones y personas, sirviendo como puente para quienes, como ella, viven lejos de Euskadi pero sienten profundamente sus raíces. “Mi arte es un puente para conectar a todos los que estamos un poco más lejos pero que llevamos Euskadi en el corazón”, concluye.