Un pitilín y un Scalextric. Un pitilín y un Scalextric. Un pitilín y un Scalextric. Ares Piñeiro se lo suplicó a los Reyes Magos por activa y por pasiva, de viva voz y por escrito una vez aprendió a juntar letras, pero ellos, como quien oye llover. “Desde los 4 o 5 añitos siempre pedía, por este orden, un pitilín y un Scalextric. Primero lo pedía hablando y, cuando supe escribir, lo ponía en las tarjetas del arbolito. Los años pasaban y no llegaban, hasta que descubrí quiénes eran los Reyes”, cuenta este santurtziarra, sexólogo y miembro de la asociación para la defensa e integración de las personas transexuales Errespetuz.

A sus 51 años, Ares vive cada 6 de enero con ilusión, pero de niño quien reinaba en su interior ese día era la tristeza. En vez de los coches de carreras que tanto ansiaba, le regalaban muñecas, y del pitilín, ni rastro. “Como me pasaba el día jugando con mis primos, que eran cuatro chicos, y nos bañábamos juntos, mis padres pensarían que, como ellos tenían pitilín, pues yo también querría, que sería un capricho y ya se me pasaría”, cuenta.

“Después mi familia me decía: ‘¿Por qué no te habremos hecho caso?’. Qué tontería esa de, por ver una niña, comprar regalos de niña”

Pero la identidad sexual es la que es, aunque a las familias a veces les cueste entenderlo. “Después me decían: ¿Por qué no lo habremos visto antes? ¿Por qué no te habremos hecho caso? Qué tontería esa de, por ver una niña, comprar regalos de niña, pero qué vas a hacer, la vida es así. Luego me aceptaron y acompañaron y no hay nada que reprochar”, aclara.

El Scalextric, a los 25 años

Los coches, los mandos y el circuito de sus sueños llegaron a las manos de Ares con décadas de retraso. “El Scalextric me lo compró mi ex cuando yo tenía 25 años. Ingresé en el hospital muy malito, no sabían lo que tenía hasta que vieron que era el tiroides, y me lo trajo. Si me ves llorar como un niño... Claro, veinte años después me llega el Scalextric. Yo le había contado la historia de lo que me pasaba de pequeño y me lo regaló”, recuerda, agradecido por el detalle, que aún conserva en el trastero del piso de su padre, fallecido recientemente.

Por intentarlo que no quede, así que Ares, que era muy fan de Mazinger Z y “muy testarudo”, probó suerte presentando su solicitud a los Reyes en casa de su hermana. “El primer año que pedí el Mazinger Z mi hermana me trajo el Hula Hoop y el disco de Enrique y Ana, que fue por la ventana, obviamente. Y el Mazinger se lo trajeron al hermano de mi cuñado, con el que me llevo medio año de diferencia. Todo muy acertado”, dice y se ríe a carcajadas, más que superado el disgusto.

La espinita se la quitó de mayor en Ibiza, donde se compró una figurita del famoso robot, “que ha ido a la tumba” con su padre. El Mazinger Z original “solo lo hay en subastas y te piden 800 o 900 euros”, detalla Ares, cuya hermana se arrepiente mucho de no habérselo regalado en su día. “Le digo: Bueno, ahora ya es igual, jugué con el de tu cuñado”, bromea.

"Tirria" a los Reyes

Está claro que de pequeño Ares tenía sobrados motivos para coger manía a Melchor, Gaspar y Baltasar. “Tirria casi. Pensaba: Pero, bueno, ¿cuándo me van a traer lo que me gusta? Y cuando pillé a mis padres poniendo los regalos dije: No me lo van a traer en la vida porque los Reyes Magos no existen”, explica.

Aunque ahora lo cuenta de forma distendida, de niño sufrió lo suyo. “Me sentía frustrado y triste y los regalos, que casi siempre eran muñecas: la Nancy, la Leslie, Heidi, las Barriguitas..., iban todos por la ventana. Vivíamos en Santurtzi, en un séptimo”, detalla y uno no puede evitar recrear la escena. “Mi vecino trabajaba en las Grúas Aldaiturriaga y mi madre le llevaba las muñecas para que las arreglara. Me las traía y otra vez iban por la ventana. Ya le decía a mi madre: No le des más las muñecas, que no las quiere”, relata.

“Me sentía frustrado y triste y los regalos, que casi siempre eran muñecas: la Nancy, la Leslie, las Barriguitas..., iban todos por la ventana”

Tampoco le gustaban las faldas, que se afanaba en romper “tirándose por la cuesta abajo con una caja de frutas”, hasta que se las dejaron de poner “porque era una ruina”. Ni el color rosa, con el que decoraron su cuarto: cortinones, edredón... “Yo odiaba el rosa de pequeño. Con el tiempo hablas con tu familia y se ponen en tu piel: Si lo hubiéramos sabido antes, si lo hubiéramos sabido gestionar de otra manera...”.

La ilusión se esfumó

Al ver que a los demás niños y niñas les dejaban en los zapatos lo que escribían en sus cartas, la impotencia de Ares crecía. “Yo preguntaba que por qué no me traían lo que pedía y nunca me dieron una respuesta o, al menos, no la recuerdo. Sin más, que era lo que me habían traído los Reyes y que eso era lo que me habían dejado”, recuerda Ares, al que solo complacían cuando quería juguetes unisex. “Si pedía un juego, el Laberinto Congost, por ejemplo, caía, pero nunca jamás me llegó a casa ningún juego azul, que se suponía que era para niños, aunque sean para jugar todos”, matiza.

Si cuando tenía alguna esperanza depositada bajo el árbol, la perdía al abrir los regalos, al sorprender a sus padres la ilusión se esfumó para siempre. “Con diez u once años pillé a mi padre comiéndose el polvorón y dando un sorbito a la copa de champán que se supone que se iban a beber los Reyes. Digo: ¿Qué haces? y ya les vi con los regalos. Luego van pasando los años y todo eso ya está más que superado”, asegura.

"Que ese hombre, que creía en Adán y Eva, entendiera que no había tenido una niña, sino un niño... Con eso está todo solventado"

Es más, ahora hasta celebra el día de Reyes con una comida y el correspondiente intercambio de regalos. “Vas madurando y dices: Bastante que mi padre, tan mayor -porque me tuvieron de mayores-, cuando se lo dije, nunca más se volvió a equivocar. Me llamó hijo, en masculino, siempre, y me acompañó a todos los lados y por el pueblo orgulloso. Bastante esa superación de un padre católico, creyente y practicante, que se ponía de rodillas en misa y rezaba por él y por los pecados de todos. Que ese hombre, que creía en Adán y Eva, entendiera que no había tenido una niña, sino un niño... Con eso está todo más que solventado”, cuenta con orgullo Ares, quien no duda cuando se le invita a pedir un deseo, a sabiendas de que no se cumplirá, a los Reyes. “Volver a ver solo una vez más ese día a mis padres”.