Desaparecen de Bizkaia las vacaciones ‘de postal’
Las tiendas de souvenirs advierten de un descenso cada vez más pronunciado de las ventas de estas tarjetas que achacan a los servicios de mensajería rápida
Hoy en día, los recuerdos de las vacaciones se alojan en el archivo de WhatsApp. A lo sumo, son una publicación de Instagram, compuesta por una fotografía y un escueto texto. Los tiempos en los que los y las turistas acudían al kiosco o a una tienda de souvenirs a comprar una postal para poner por escrito sus impresiones del rincón del mundo en el que estaban teniendo lugar sus vacaciones están llegando a su fin. Esto, al menos, es lo que han trasladado a DEIA los propietarios de tres tiendas de souvenirs de Bilbao.
“Las postales se venden, pero no tanto como antes. Los servicios de mensajería rápida, que permiten sacar una foto y enviarla al momento, se notan. Antes vendíamos muchísimas más de las que vendemos ahora”, explica Silvia Sanz desde el mostrador de Souvenirs Irrintzi, tienda situada a escasos metros del Museo Guggenheim. Detalla, además, que entre los compradores de las tarjetas de cartón priman los turistas extranjeros. “El viajero estatal también compra, a veces. Hay gente que simplemente las adquiere como un recuerdo del viaje, pero los que vienen de fuera son quienes más las cogen”, zanja. Los datos ponen de relieve que los de allende los Pirineos son quienes más gastan en los cartones del recuerdo: en Francia se envían más de 300 millones al año, según recogen los medios galos.
A escasos metros de la tienda, Laura López, Oriana Núñez y Cristina Torres se sacan un selfi con Puppy, el guardián floreado del gigante de titanio. En la foto figuran dos generaciones distintas. La primera (encarnada por Laura) ha crecido con el hábito de escribir postales a sus seres queridos desde sus destinos vacacionales. Las segundas, por el contrario, han crecido en un contexto atravesado por la incidencia de las nuevas tecnologías.
“Lo echo mucho de menos. Yo soy de las pocas que sigue escribiendo y, de hecho, me siento un poco rara, fuera de lugar. No me veo publicando mis recuerdos en las redes, prefiero los de toda la vida”, expone López. Se reconoce como una de las últimas románticas de un formato aparentemente caduco, por lo menos para sus jóvenes compañeras de viaje. “He tenido postales, pero me las he comprado de recuerdo, nunca las he mandado porque siempre he guardado las fotos en el teléfono”, dice Torres. “Las únicas postales que suelo enviar son las de Navidad, a mis abuelos. Siempre saco fotos con el móvil”, añade Núñez.
LOS TIEMPOS DE LO INMEDIATO
Ignacio Sanmartín nació hace seis décadas y tres años. Por eso, ha pasado cerca de tres cuartos de su existencia escribiendo a sus seres queridos. No solamente postales, también cartas. Ahora, sin embargo, no lo hace. “La verdad es que he perdido el hábito. Simplemente saco una fotografía y la mando al grupo de WhatsApp de la familia”, reconoce. Alega que “vivimos los tiempos de lo inmediato” para defender su postura. “Nos cuesta mucho trabajo ir a un estanco, comprar la postal y enviarla. Nos hemos acostumbrado a vivir de otra manera”, sentencia. Otra manera que, a su juicio, se define por un cambio de marcha. El mundo para Sanmartín se ha acelerado y, en consecuencia, la vida de quienes lo habitan también, incluso para los que disfrutan de su descanso estival.
Las fuentes de Correos con las que este periódico ha podido establecer contacto refrendan la postura de este bilbaino. Reconocen no disponer de datos exactos sobre el decrecimiento de las ventas de postales, pero sí indican que la correspondencia entre particulares ha caído con estrépito en los últimos años, y achacan la caída al auge de los servicios de mensajería instantánea a través de los móviles. Señalan, además, que en estos momentos las postales han adquirido un valor diferente. Son documentos de gran valor etnográfico –disciplina que observa y registra las prácticas culturales – e incluso histórico.