“Como sociedad, deberíamos ser conscientes de que a partir de cierta edad hay personas que necesitan algo de calor y afecto, sobre todo porque hay figuras de referencia que se han ido y se necesitan otras”, dice Rosa Ríos. Esta mujer, apenas recién jubilada, visita varias veces a la semana a Juani, de 77 años, en Algorta, quien recientemente perdió a su marido.

“Veo en ella esa capacidad de rehacer su vida cada día, con esa pequeña esperanza de que hay un contacto humano. A mí me reporta la satisfacción de que vivo en una sociedad que es capaz de acoger este tipo de gestos”, explica. Rosa es voluntaria de Nagusilan, una ONG cuya misión es acompañar a personas en situación de soledad no deseada.

“No me cuesta nada dedicar una mañana o una tarde a la semana a hablar con mis chicas, como digo yo”

Sara Egidazu - Voluntaria

En Euskadi, un 7,2% de las personas de más de 55 años afirman sentirse solas siempre, casi siempre o bastantes veces, según el Estudio sobre las condiciones de vida de las personas de 55 y más años en Euskadi 2020, impulsado por el Gobierno vasco y elaborado por Matia Instituto Gerontológico. Una sensación que se ha visto negativamente afectada debido a la pandemia de covid-19.

Al hablar de soledad, se debe tener claro que este término posee varias acepciones. En ocasiones, se utilizará para referirse a personas que viven solas; en otras, para quienes cuenten con escasos vínculos sociales; así como para otras que tengan sentimiento de soledad.

Ya antes de la pandemia, en Euskadi durante 2018, el sentimiento de soledad no deseada afectaba al 29,7% de las mujeres y al 23,3% de los hombres. Así lo analizó el Grupo de Investigación en Determinantes Sociales de la Salud y Cambio Demográfico OPIK del Departamento de Sociología y Trabajo Social de la UPV/EHU.

Rosa Ríos, voluntaria de Nagusilan, visitando a Juani en su casa. Jose Mari Martinez Bubu

Con la voz o cara a cara

“No me cuesta nada dedicar una mañana o una tarde a la semana a hablar con mis chicas, como digo yo”, cuenta Sara Egidazu, de 71 años. Ella, natural y residente en Elorrio, también es voluntaria de Nagusilan, en este caso, del programa Hilo de Plata, un servicio de acompañamiento telefónico gratuito a personas mayores. “Me he dedicado profesionalmente a los cuidados y esto me sigue importando”, añade. Durante más de treinta años fue la pediatra de su pueblo y aunque ya jubilada reconoce que le “sigue importando la gente y las relaciones humanas”.

Esta voluntaria lo lleva siendo desde que se decretase el confinamiento. Actualmente, conversa con otras tres mujeres. “Son personas mayores que necesitan o desean sentirse acompañadas a través de una charla telefónica. Aunque tengan arropo familiar, ya solo con que una voz amiga charle un ratito o les escuche otro ratito les viene bien, les apetece”, detalla.

Rosa, en cambio, comenzó a inicios de este año. Va con la que ya es su “amiga” unas cuantas veces a la semana a tomar un café, comer un menú o cocinar un bacalao al pilpil. “Lo que más le gusta es hablar. Hablamos de todo. Se trata de animarnos un poquito todo el rato”, relata.

“Como sociedad, deberíamos ser conscientes de que a partir de cierta edad hay personas que necesitan algo de calor"

Rosa Ríos - Voluntaria

Naciones Unidas fijó una serie de objetivos el pasado 1 de octubre, Día Internacional de las Personas de Edad, para un corto plazo, especialmente enfocados hacia las mujeres mayores. Entre ellos se encontraban destacar la resiliencia de estas frente a las desigualdades sociales y económicas así como poner de relieve la necesidad de un instrumento jurídicamente vinculante sobre los derechos de las personas de edad.

“A pesar de que tengan un entorno familiar, también les apetece hablar en confianza con gente que estemos fuera de él. A veces con las personas mayores hacemos cosas con la mejor intención, con esto del edadismo hacemos eso de Todo por el pueblo, pero sin el pueblo”, matiza Sara Egidazu. “Por poner un ejemplo, muchos van con sus hijos al médico que los acompañan con la mejor intención del mundo. No obstante, algunas de estas personas mayores al salir no tienen ni idea de qué les ha dicho el o la doctora porque el diálogo ha sido entre el familiar y el médico”, añade.

“Estoy aprendiendo mucho para mi propia vida. ¿En qué? A ser más disfrutona, más agradecida con la vida, a ser consciente de lo que tienes, sobre todo, cuando ves gente que tiene carencias afectivas que dices ¿de qué me voy a quejar?”, confiesa Sara Egidazu.