El proyecto Lurre Hurre surgió en plena pandemia, “mientras no teníamos otra cosa que hacer que quedarnos en casa”. Nacieron de otra iniciativa, Urre, en la que “durante años se organizaron multitud de charlas en el edificio de los Franciscanos de Bermeo. Era todo un punto de encuentro para la gente con inquietudes”. Y casi de la nada, han ayudado o están ayudando a muchos migrantes a encontrar su hueco en la sociedad vasca. No resulta nada fácil venir de un país extranjero y tener que encarar los retos de construir una nueva vida, sin apenas apoyos ni ayuda de nadie. Idioma, vida laboral, amistades, costumbres, ocio… “Tienen que empezar de cero, en un país lejano, con la amenaza de la expulsión siempre presente y no lo tienen nada fácil”, relata Josu Ojinaga, alma mater de la iniciativa solidaria. Su fórmula es sencilla, a la vez que efectiva: trabajar en el sector primario, colaborando en el desarrollo rural de Urdaibai, mientras en paralelo edifican una nueva vida. Trabajar la tierra mientras encuentran asesoría para obtener los indispensables papeles para su residencia. Y una vez asentados, poder llegar a volar solos. Un puente hacia una vida mejor, esa que han estado buscando tanto tiempo, una meta que les ha llevado a tener que enfrentarse a miles de peligros.

Lurre Hurre, tierra cercana en euskera, pero también apelando al oro, urre, nació “más oficialmente” en 2020 “cuando un grupo de cinco o seis personas nos comprometimos a ayudar a estas personas. Había que ver el panorama que tenían: en plena pandemia con lo que suponía, sin recursos, sin poder trabajar, encerrados en sus casas sin poder salir a la calle…” a buscar aunque sea algo que comer. La situación, desde luego, no era nada halagüeña. Más si cabe teniendo en cuenta que muchos de los migrantes son de procedencia senegalesa, pero que su tradicional nicho de empleo, la mar, está copado, por lo que se encuentran con serias dificultades a la hora de acceder a un puesto de trabajo embarcándose en uno de los barcos de la villa marinera. “Han sido muchos los que se han integrado trabajando en la mar, pero hoy en día tampoco es una salida muy provechosa”, asegura Ojinaga, un maisu (maestro) de profesión que ha tenido que hacerse a la fuerza con la riendas de un proyecto “que pese a las dificultades, tiene su agradecimiento cuando vamos viendo que los jóvenes salen adelante con un poco de ayuda”. Antes se montó una red de apoyo a migrantes en Bermeo, en la que también colaboró la Cruz Roja local. Y esta fue creciendo hasta dar un salto cualitativo importante. Una simple pregunta prendió la llama: “¿Por qué no dar más pasos hacia la integración social? ¿Por qué no ayudarles a asentarse ofreciéndoles una forma de ganarse la vida para que tengan oportunidades para tirar adelante?”, se preguntó Ojinaga. 

“Ayudamos a estos chicos para que puedan retomar una vida que dejaron al llegar aquí”

Josu Ojinaga - Lurre Hurre

Dicho y hecho, aunque tirar hacia adelante “no fuese nada fácil” desde los comienzos. “Nadie nos dijo que lo era, pero echando atrás el tiempo me hubiera embarcado en esta historia sin dudarlo. Ha merecido la pena”, asegura el bermeotarra. “Hemos ido creciendo, sí. Pero la base es la misma que al comienzo: ayudar a estas personas a tener la vida tranquila que quieren, por la que vinieron hasta aquí. Quieren ganarse la vida humildemente, como lo hacemos cualquiera de nosotros. Ni más ni menos”. Y tuvieron que venir en unas condiciones complicadísimas, subiéndose a un cayuco y jugándose la vida para alcanzar su sueño. Ojinaga lo desvela claramente: “Es increíble ver cómo superan todas las dificultades. Incluso la de hacerse a la mar corriendo un peligro real de naufragio. Ello les llega a afectar profundamente, con secuelas que les quedan para toda la vida. Hay quien no quiere hablar de ello, de lo que tuvo que pasar. Es lógico”. Esas cicatrices son las que tratan de sanar poco a poco en Lurre Hurre. “No es solo trabajo, es también convivencia. Les intentamos dar las herramientas necesarias”, apelan. 

Los migrantes han debido de formarse en el trabajo del sector primario. Imanol Fradua

Terrenos cedidos

Y poco a poco fueron consiguiendo terrenos no utilizados para darles una segunda vida, para sacarles provecho. Los lograron principalmente en la villa marinera. “Ten en cuenta que Bermeo, es mucho más que un puerto: es el segundo municipio de Bizkaia que más caseríos tiene, con sus respectivas tierras de labranza, solo por detrás de Karrantza. Aunque desgraciadamente, las explotaciones agrarias de antaño también se han ido abandonando”, en muchos casos, por falta de relevo generacional que mantenga viva esta labor de labrar la tierra. Son terrenos además muy productivos. Así, han ido sumando terrenos -algunos cedidos por el Ayuntamiento bermeotarra- hasta alcanzar las tres hectáreas. Además de en Almike, también tiene suelos en el barrio de Demiku y en Murueta, municipio de Urdaibai en el que extendieron sus raíces. Recientemente han firmado un acuerdo de colaboración con el Ayuntamiento que les ha permitido trabajar en un terreno en el paraje de Arrondo. Además, sus planes de futuro pasan por esta localidad, donde confían en poder montar un obrador que además dé servicio a otros agricultores de la Reserva de la Biosfera.

“Aprendemos a ser independientes, aunque sabemos que el camino no es para nada fácil”

Juan García - Lurre Hurre

Agricultura ecológica

El epicentro de la iniciativa Lurre Hurre está en Almike, en Bermeo, en el inmueble que comparten los migrantes en el barrio. DEIA pudo visitar sus instalaciones y la vida en el inmueble se asemeja a la de cualquier otro joven su edad. Mitad hogar -incluso dotado de alguna vieja máquina para hacer gimnasia- con mitad espacio de trabajo, allí sacan adelante sus productos kilómetro cero y ecológicos. “Aquí no les echamos nada, dejamos que la naturaleza haga su trabajo”. “Cada semana repartimos entre conocidos y amigos unas 25 cestas de productos que nosotros elaboramos. Las repartimos en la tienda Bertokuek de Bermeo, que amablemente nos cede sus espacio”, ahonda Ojinaga. Tomates, pimientos, mermeladas de infinidad de sabores, cebollas, piparras… la gama es abundante. “Es una pequeña ayuda para costear el proyecto”, que también cuenta con subvenciones del Ayuntamiento de Bermeo y del departamento de Igualdad, Justicia y Políticas Sociales del Gobierno vasco. “Son ayudas indispensable para que el proyecto siga vivo”.

“No deseo por nada del mundo que mi vida se quede parada. Siempre hay que ir adelante”

Ouwseynon Ndione - Lurre Hurre

Pero más que la iniciativa en sí, son importante las personas que la forman. Los migrantes que acuden al colectivo tienen un apoyo decisivo en Lurre Hurre. Comandados por Borja Allende, que es quien les enseña, la cuadrilla está formada actualmente por cuatro jóvenes de dos nacionalidades diferentes: tres senegaleses y un colombiano. Juan García es uno de ellos. El bogotano agradece enormemente “el apoyo que se da a cualquier migrante, su acompañamiento para la integración en la comunidad, aunque cada uno tiene sus raíces, creencias, formas de vivir, de relacionarse, etcétera”. 

Ser independientes

Él, que llegó inicialmente a Barakaldo desde su país, encadenó diversos trabajos precarios hasta que dio con la ONG Mundubat y le puso sobre aviso de la posibilidad de recalar en Bermeo previo paso por Mendi Etxea, en Gallarta. Ahora asegura ser feliz con el trabajo en el campo. “Aprendemos a ser independientes, aunque el camino no sea fácil”, desvela. “Pero vamos formando redes, contactos que luego nos pueden valer de cara al futuro. Eso es lo más importante”, apunta. Ahora afirma ver “con optimismo” los años venideros en una Urdaibai “que me encanta”.

Al lado de García trabajan tres senegaleses, que se comunican entre ellos en wólof: el que más tiempo lleva en Lurre Hurre es Ousseynon Ndione. “Dos años ya”, cita. Tiempo en el que el joven, al que todos llaman Wos, se ha asentado en la villa marinera. Asegura “querer salir adelante con ayuda de Lurre Hurre”, aunque “sea difícil. Pero hay que intentarlo”, agrega. En su país trabajó en la pesca y como carpintero. “En lo que podía para ayudar a mi familia”, recuerda. “No deseo por nada del mundo que mi vida se quede parada. Siempre hay que ir hacia delante”, cita esbozando una tremenda sonrisa mientras recoge los productos que ellos mismos elaboran.

Se trata de una forma de que puedan aprovechar los años que tienen que esperar hasta conseguir regularizar su situación una vez llegados hasta Bizkaia, un periodo de tiempo que, de otra manera, las personas migrantes pasan como pueden. “Muchos sobreviven con la venta ambulante, y trabajos de este tipo”, explica Ojinaga. Además de hogar y trabajo, el proyecto ofrece a las personas que acuden a él formación tanto teórica como práctica. De allí salen sabiendo cómo pueden ganarse la vida labrando la tierra.