Un grupo de nueve bomberos de Bilbao regresó el domingo de la isla de La Palma tras colaborar en la recuperación de las zonas sepultadas por toneladas de ceniza y que dificulta sobremanera la vida en la isla. Durante una semana, el oficial Jon Sánchez y ocho voluntarios de Bomberos de Bilbao han permanecido retirando con pala las montañas de ceniza en las inmediaciones del cráter Cumbre Vieja; una ceniza volcánica que ha ennegrecido parte de la isla bonita y también las vidas de miles de palmeros que pese a todo, según Jon, muestran una fortaleza sobrehumana. Sánchez cierra los ojos y hace balance de las intensas jornadas que han dedicado para ayudar a quienes lo han perdido todo, sus casas, negocios... Destaca el cariño recibido por todos los que, pese al desgaste acumulado, les han recibido con los brazos abiertos y repletos de gratitud.

¿Qué se encontró cuando llegaron a la isla?

—Mucho cansancio. Hay personas que llevan cuatro meses trabajando sin apenas descanso. Para los equipos que están trabajando allí está siendo muy duro, pero a pesar de todo lo intenso que ha sido para ellos, ahí siguen sin parar.

En los últimos meses varios grupos de Bomberos de Bilbao han ayudado en las labores de limpieza...

—A la semana de que el volcán Cumbre Vieja entrase en erupción, en septiembre, los servicios de emergencia de Gran Canaria recurrieron a Ignacio García, jefe de operaciones de los Bomberos de Bilbao para dar soporte al equipo que trabajaba contra el volcán. Un grupo estuvo ayudando, pero según se fue desarrollando la emergencia las necesidades fueron cambiando. A la catástrofe se le unió el cansancio de los diferentes operativos y en fechas más señaladas como Navidad le propusieron a Ignacio si podríamos hacer relevo a diferentes dotaciones que estaban allí para que ellos pudiesen tomarse un respiro; una dotación formada por cinco bomberos de Bilbao fue a la isla del 20 al 26 de diciembre y la otra de 9 personas hemos permanecido del 10 al 16 de enero.

Cuando llegaron la erupción del volcán ya había finalizado, pero no las necesidades de ayuda, ¿no?

—¡Uf, qué va! Todavía hay muchísimo trabajo por realizar. Hay zonas de exclusión en las que en su día no se pudo acceder por miedo a que les pillase la colada y, ahora porque están sepultadas por montañas de ceniza. En otras zonas a las que no ha llegado la lava en estos momentos no se puede acceder porque el volcán no deja de emitir gases tóxicos que no son compatibles con la vida...

¿Y se están realizando mediciones?

—Sí, a diario. Es necesario conocer cuáles son los niveles de oxígeno y los niveles de gases tóxicos. Hasta que esos gases no paren no se puede vivir en esas casas.

¿Se sabe cuándo pueden dejar de emitirse?

—No. Por eso es clave continuar con las labores de control.

Mientras tanto los vecinos no pueden regresar a sus casas aunque la lava no les haya afectado.

—No, no. Los vecinos ven que sus casas se han salvado de la colada, que siguen en pie, pero sin embargo no puede vivir allí porque los gases que sigue emitiendo el volcán son perjudiciales para la salud. Es duro ver a los vecinos preocupados, sin poder regresar a sus hogares después de tanto tiempo.

¿Cuáles fueron sus funciones durante la semana que permanecieron en La Palma?

— Nosotros teníamos claro que íbamos a adaptarnos a las necesidades que tuviesen. De hecho uno de los días algunos de los compañeros ayudaron a los bomberos en las guardias. Lo que hemos hecho es dividirnos las funciones y nosotros hemos estado en el sector norte de la colada; principalmente algunos nos hemos centrado en retirar con pala la ceniza en zonas que están literalmente enterradas. Y otros se han encargado de ayudar en esas mediciones en las zonas de exclusión en las que el volcán emite gases tóxicos.

¿Cómo es ese paisaje que ha dejado la colada del Cumbre Vieja?

—Espectacular. Sin duda ha sido una catástrofe, pero estar cerca del cráter del volcán, -todavía sigue humeando-, y contemplar los recorridos que realizó la lava... Lo que la colada sepultó y el camino que hizo hasta llegar al mar es una imagen que no se me olvidará.

No tiene nada que ver verlo por televisión o estar allí.

—Nada. El volcán ha dejado toneladas, toneladas y más toneladas de ceniza que complican sobremanera la accesibilidad en la isla. Las carreteras principales que comunican la isla de norte a sur en el lado oeste están totalmente cortadas.

¿Han tenido la oportunidad de hablar con los vecinos?

—Sí, estuvimos con el dueño de una bodega que había quedado sepultada. Trabajamos para abrir los accesos y retirar la ceniza del recinto. El hombre vino allí y cuando nos vio se? derrumbó. No sabía cómo agradecernos la ayuda.

¿De todo con qué se queda?

—Con la generosidad y con su fortaleza. Muchos se han quedado sin nada, pero solo se preocupaban de que estuviéramos bien. Ayudar en La Palma ha supuesto para todo una verdadera cura de humildad.

¿Por qué?

—Nos ha sorprendido en las condiciones que trabajan los bomberos de La Palma, que son todos voluntarios y cuentan con unos camiones súper viejos y para la labor que realizan, trabajando jornadas de 24 horas, tiene unos sueldos ridículos. Están agotados, pero ahí han estado con nosotros paleando todos los días como si fuera el primer día.

¿Con qué sensación ha regresado?

—Con la de que me habría gustado hacer más de lo que he hecho, pero una semana da para lo que da.

¿Volvería a ayudar a La Palma?

—Con los ojos cerrados.