O era una guerra ni un desastre natural, pero los sanitarios se vieron sacudidos por un cataclismo. Y ellos se dejaron el alma en aquella primera ola. "Había tanto caos que había que ayudar. Yo veía a mis compañeros de Respiratorio y decía: Van a explotar. Y, sin querer, te sale echarles una mano", dice Ainhoa Hernando, nefróloga de Galdakao, que estuvo en planta con pacientes covid. "Nosotros no podíamos dejar de ver a nuestros crónicos, personas con diálisis, trasplantados... pero nos reorganizamos y trabajamos con los de Infecciosas".

En el año en el que un enemigo invisible, el coronavirus, golpeó al mundo y al hospital de Galdakao como nunca nadie hubiera imaginado, personal de todas las disciplinas arrimó el hombro. El oncólogo Fernando Garicano fue a dar apoyo al hospital que se montó en Zaldibar, donde fueron derivados pacientes con coronavirus que no podían asumir otros centros. "En cuestión de día y medio, adaptamos la unidad de Psiquiatría y montamos un hospital de Respiratorio. Fue el 19 de marzo, creo que era jueves y el fin de semana ya lo teníamos lleno. Estuvimos funcionando allí hasta la primera semana de mayo", relata Ianire Elgezabal, enfermera del centro de salud de Zaldibar, volcada de lleno en esta catástrofe.

Porque ellos nunca lo habrían querido vivir pero nunca lo olvidarán. "Ayudar era pura necesidad. De un día para otro se pararon los quirófanos y fuimos reubicados. Hubo que tomar decisiones muy rápido porque no paraban de llegar pacientes a la Urgencia. Ingresaban, se llenaban las plantas. En poco más de 48 horas se colapsó todo", explica Paula Ugaldea, enfermera de quirófano reconvertida en aquellos días.

"En pocas horas iba a fallecer"

"Llegué a la Reanimación, pensé que iba de refuerzo y enseguida me dijeron: El 1 y el 2 son para tiEn quirófano, manejaba la vía aérea, pero no había visto un paciente crítico y tuve que aprender sobre la marcha, el paciente empezaba a saturar y fue muy duro. Eran personas de 60 o 70 años. Lo pasé fatal. A medida que fueron pasando los días te ibas curtiendo e ibas cogiendo el manejo de los enfermos que estaban una media de tres semanas en la UCI", rememora Paula Ugaldea. Con una enfermedad que era una incógnita, aprendían a marchas forzadas. "Los protocolos cambiaban continuamente y se iba improvisando, todo a la carrera, pero echándole muchas ganas y esfuerzo".

Estos profesionales reviven la angustia, el dolor y la incertidumbre que marcaron a fuego el 2020. "En aquella primera ola, íbamos detrás de la enfermedad. Ingresaban ya los que estaban muy mal. No se podía diagnosticar a todos los que tenían coronavirus e íbamos por detrás", señala Garicano. Elgezabal destaca que "nos llegaban muy pocas PCR, casi las sorteábamos para ver a quiénes se las podíamos hacer". "En quince días se ponía un tratamiento a ver si mejoraban, y al de dos semanas lo cambiaban", confirma Ugaldea.

"No se estaba preparado. Nos pilló el toro". También en cuestión de material de protección. "Nosotros no nos quitábamos el EPI. Nos poníamos un guante a primera hora y era nuestra segunda piel, y encima de ese nos poníamos otros dos. Y el buzo y la pantalla, que nos chorreaba la lejía... Era un horror", comenta la enfermera consternada. "En el caso de Zaldibar, íbamos estirando el material de protección para toda la semana. Igual la siguiente podías tener prendas de repuesto pero hacíamos todo lo que podíamos porque es nuestro trabajo", dicen. "Cuando eliges una profesión sanitaria ya sabes a qué te atienes y los riesgos que corres", se resigna Ianire Elgezabal. De hecho, en Zaldibar funcionaban con bombonas de oxígeno. "Teníamos menos recursos e iban pacientes muy seleccionados que podíamos mantener atendidos y estables con aquellos medios", matiza el oncólogo, dando voz a esos sanitarios que han sufrido a nivel profesional y personal la mayor crisis sanitaria de los últimos tiempos.

En planta, Ainhoa Hernando vivía otro drama. "La parte más dura de la hospitalización fue la falta de contacto. Ya sabíamos que algunos respondían al tratamiento y otros no. Pero tener a la persona ingresada, tan asustada, era terrible. La medicina es ciencia y es humanidad. Y tú tienes que llevar un EPI, que es una barrera casi insalvable por la pantalla, los guantes y hablas con las familias por teléfono. Ibas informando del mal pronóstico a alguien que ni siquiera le habías visto la cara". "Tenías a ese paciente mayor, enfermo, asustado. Rodeábamos su cama vestidos de astronautas y veíamos su cara de miedo", se lamenta Elgezabal.

"Lo de Encarni se vivió muy mal"

Apenas había empezado la vorágine cuando el 18 de marzo falleció Encarni, la primera sanitaria vasca contagiada en Galdakao. Todos estaban aterrados. No saber a qué se enfrentaban era un gran desafío y llevar a sus casas y a sus familias el virus era lo peor.

"Lo de Encarni se vivió muy mal, con mucha tristeza y se agravó el miedo a contagiarte. Eso nos hizo arrimar más el hombro y funcionar como una piña", explica Ugaldea. "Era tal el ritmo, la incertidumbre y el estrés que casi no daba tiempo a pensar ni en el miedo. Yo llegaba a casa e intentaba leer e informarme para responder al día siguiente mejor. Casi no tenía tiempo ni para reflexionar en nada", opina Elgezabal.

Fueron tiempos en que el resto de la sanidad se paró. Pero algunos tratamientos debían seguir. "En Oncología nuestra actividad continuaba, había que mantener los tratamientos de quimio y ajustarlos. Ni lo oncológico, ni lo crónico ni, por supuesto, lo urgente se podía parar", señala el especialista. Yo subí a la planta de Medicina Interna, con Infecciosas, pero cuando terminaba ahí, estaba con pacientes de diálisis que había que ver. Era casi duplicar el trabajo", subraya Hernando, destacando que todos estaban en primera línea. "Porque en hospitalización normal también podían llegar pacientes covid no identificados".

"Se ha perdido el miedo"

Aquellos aplausos de las 8.00 de la tarde les provocan, todavía hoy, sensaciones encontradas, y apelan a la responsabilidad. "Al principio con el miedo que teníamos todos, el aplauso era sincero, y luego se fue convirtiendo en una especie de folclore, algo para pasar el rato y, para algunos, salir a la ventana o al balcón era como una fiesta", formula Elgezabal.

Porque estos profesionales creen que ahora se ha perdido el miedo y temen que la apertura de la movilidad "Cada vez que abren fronteras aumentan los contagios. De hecho, cuando se han abierto las terrazas han vuelto a subir los positivos y la bajada de la incidencia ha sido más lenta", advierte Garicano. Por eso hacen hincapié en la necesidad de sensibilizar a la ciudadanía sobre el riesgo de este virus. "Hay que ser muy prudentes", dice alabando a los pacientes oncológicos. "Ellos han sido muy cautelosos y han tenido un comportamiento ejemplar. Si toda la ciudadanía hubiera actuado así, la situación epidemiológica sería bien distinta", destaca.

"La gente que no lo ha vivido de cerca no es consciente de la gravedad de la situación. Sin embargo, otras personas me han comentado, después de pasarlo, que nunca hubieran imaginado que se tratara de algo tan grave. Personas jóvenes, de cuarenta y tantos años, que todavía arrastran una astenia importante. Y que te dicen: Yo pensaba que era una especie de gripe, y sin embargo, esto es terrible.Yo pensaba que era una especie de gripe, y sin embargo, esto es terrible Como no han sido conscientes de lo qué realmente pasaba, tenían una visión más amable", comenta Elgezabal.

Desde su condición de enfermera reivindica el papel de la Atención Primaria en esta pandemia. "Somos la primera barrera y el muro de contención. Los que intentamos detectar cualquier brote para que los pacientes no lleguen al hospital. Y controlamos todos los pacientes que llevan la enfermedad en casa. Si ahora no llega esa avalancha de pacientes al hospital es porque desde Primaria estamos haciendo esa labor de contención y de seguimiento. Se habla de presión hospitalaria pero no de la presión en la Primaria", se queja, recordando que Durangaldea vivió una situación complicada y Zaldibar también estuvo en zona roja.

Todos se empeñan en recordar que la enfermedad sigue muy presente y aún hay bastantes pacientes con coronavirus en la novena planta del hospital, y varios permanecen graves en la UCI. Ahora respiran aliviados tras la llegada de las vacunas, "la única herramienta con la que podemos controlar esto", coinciden. "Es el hilo de esperanza. Por eso se trata de que se vacune todo el mundo, cueste un poco más o un poco menos".

Y eso que ellos harían exactamente lo mismo que hicieron hace un año. "Hemos hecho piña, hemos ido a la batalla y se ha visto lo mejor de las personas", subraya Ugaldea, secundada por sus compañeros.

El hospital de Galdakao-Usansolo fue uno de los más castigados en marzo de 2020 al impactar con virulencia la primera ola del coronavirus

Profesionales de todas las disciplinas médicas fueron reubicados y se volcaron en los pacientes covid que colapsaban el centro

"En marzo y abril nos llegaban tan pocas PCR que casi las sorteábamos para ver a quiénes se las podíamos hacer"

"Algunos todavía creen que es una gripe porque si no lo has vivido de cerca no eres consciente de la gravedad"

Enfermera de Atención Primaria Zaldibar

"Al principio íbamos siempre por detrás de la enfermedad, ingresaban los que estaban muy mal y nos pilló el toro"

"Si el comportamiento de la gente hubiera sido como el de los enfermos oncológicos, la situación sería bien distinta"

Oncólogo en el hospital de Galdakao

"Había tanto caos que había que ayudar. Yo veía a mis compañeros de 'Respi' y pensaba que iban a explotar"

"Lo peor fue la falta de contacto; tenías al paciente muy asustado y debías informar a las familias por teléfono"

Nefróloga en el hospital de Galdakao

"Llegué y me dijeron: 'Los pacientes 1 y 2 son para ti'. Uno, estaba en prono superinestable y el otro iba a fallecer"

"Nos poníamos un guante y encima de ese otros dos y luego, el buzo y la pantalla... Era un auténtico horror "

Enfermera de quirófano en Galdakao