La rutina, dicen, es la clave, aunque el ánimo no siempre acompaña. "A medida que pasan los días y más tiempo paso en casa, menos ganas tengo de hacer cosas, de estar activa, de seguir una rutina. Eso me da un poco de miedo. Me da miedo que si esto se alarga mucho en el tiempo, acabe haciendo mella en mi estado anímico", cuenta Carmen, de 69 años y viuda desde hace diez. Vive en Santurtzi y desde que se jubiló pasa las tardes con sus nietos de cuatro y dos años. "Después de estar trabajando toda la vida, me daba miedo el momento de tener todo el tiempo del mundo sin saber qué hacer, así que fue como un regalo". Sin embargo, a pesar de que viven cerca, no ve a los niños desde el jueves, porque "están con fiebre y mejor no acercarse, por si acaso".

Ha establecido una rutina: todas las mañanas, queda con sus amigas a la misma hora para conversar a través del grupo de Whatsapp. "Todas estamos en la misma situación. Algunas tienen hijos, otras no. Nos preguntamos qué tal estamos y tratamos de echar unas risas. Es importante estar pendiente de la gente estos días, en la medida de lo posible, no vaya a ser que alguien se venga abajo", señala. Desde el sábado no ha salido a la calle, asegura, a pesar de que necesita algunas cosas básicas. "Necesito papel higiénico, ahora da hasta vergüenza ir a comprarlo con todo lo que ha pasado. Intentaré hacerlo esta semana, pero me está dando pereza bajar. Y eso que me encanta salir a hacer la compra, es el momento en que me relaciono con los vecinos, pero ahora es todo demasiado raro y un poco angustiante", reconoce. "Y eso que ya solo veo las noticias mientras desayuno, el resto del día no enciendo la televisión, por salud mental".

En este punto coincide Bea, trabajadora de una ONG de Bilbao de 41 años, que lleva en casa desde el sábado. "El primer día en casa, sentí un poco de ansiedad. La gente en general está nerviosa, yo por eso he dejado de ver las noticias y también los miles de Whatsapps que me llegan sobre el tema".

La tecnología se ha convertido en una aliada estos días. Bea sigue con su jornada laboral, en el mismo horario, desde casa. "Aunque es difícil concentrarse en el trabajo en estas circunstancias", reconoce. "También hago cinco kilómetros diarios por la casa, la gente se ríe cuando se lo cuento. Y videollamadas todos los días, con la familia, mi madre y mis hermanas, y con amigas. Tengo grupos de Whatsapp que antes no estaban muy activos y ahora nos escribimos todos los días, también es gente que vive sola", cuenta. "Muchas mujeres que vivimos solas y somos feministas hemos hecho un trabajo de cultivar las relaciones de cuidado y de afectos con otras y parece que ahora aparece todo aquello que hemos sembrado; de repente, ves que tienes una red de afectos brutal. Vivir sola te hace trabajar esas redes de afecto mucho más", cuenta.

Aunque a veces la tecnología no es suficiente. "La falta de contacto cuesta. Hay veces que necesito que alguien me toque un poco el brazo aunque sea, las videollamadas están muy bien, pero necesitas contacto". Por eso, las caceroladas y aplausos diarios le emocionan tanto. "Es una forma de sentir a los vecinos y vecinas que están ahí, me ha parecido muy emocionante. De esto solo se puede salir desde lo colectivo, así que sentir lo colectivo desde un aplauso en un balcón es emocionante", reflexiona.

"Para mí esta crisis está dejando al descubierto que somos seres humanos interdependientes y necesitamos del cuidado y del afecto de otras personas, necesitamos llenar la nevera, sí, pero también necesitamos afecto. ¿Y cómo aseguras esto en esta crisis?", se pregunta.

"Yo estoy acostumbrada a estar sola y me siento bien, pero reconozco que estar sola con una misma es difícil en muchas circunstancias, de aquí puede salir de todo". "Estamos poniendo mucha atención a la salud física, como es normal, pero de aquí puede salir gente muy tocada psicológica y emocionalmente. Seguro que ya hay cuadros de ansiedad", teme.

Desde luego, quienes peor están llevando esta crisis son las personas mayores. Con una pandemia letal para ellas en la calle, quienes viven solas se han aislado todavía más del mundo estos días. Es el caso de Isabel, de 82 años, vecina de Portugalete. "Cuando se murió mi marido me encerré en casa y la doctora me dijo que tenía que salir, que tenía que hacer un esfuerzo, y ahora mira, otra vez encerrada en casa", lamenta. Sus hijos le dejan la compra en la puerta de casa. "Tienen miedo de entrar por si me cojo el coronavirus, con la de gente mayor que está muriendo da mucho miedo. A veces me cuesta dormir, me pongo a pensar y tengo miedo, sobre todo porque estoy sola, es difícil", reconoce. Habla a diario con sus hijos por teléfono y aunque le recomiendan que no encienda la tele, se pregunta: "¿Y entonces qué hago?". Carmen da paseos por la casa. "Pienso en toda la gente mayor que está muriendo y me angustio, yo no soy muy mayor. No sé cómo vamos a salir de esta, pero si lo hacemos, espero que cambien muchas cosas", concluye.