Es muy popular y extendido decir que el roce hace el cariño. Con el enclaustramiento forzado al que nos vemos forzados en estos momentos podría pensarse que vamos a estar rebosantes de cariño. Pero se olvidan de que el roce también produce fricciones y que de estas fricciones pueden saltar chispas. Chispas de una estrecha convivencia. “Ciertamente, el perfil y las características de cada persona marcan el territorio, pero es habitual que una convivencia tan íntima en espacios reducidos durante muchas horas y, probablemente, durante muchos días provoque irritabilidad, molestias, hastíos y conatos de conflictos interpersonales”, explica a DEIA Maite Casado, psicóloga del centro infantil Aurreratuz y consultora de relaciones humanas y desarrollo de personas.

No tener un horario, ni tener que salir por obligación, puede crear estados de melancolía, una tendencia a vaguear e, incluso, a quedarse en la cama más de lo conveniente. “Ello puede llevar a dos escenarios distintos: que se generen muchos conflictos de irritabilidad constante con las personas que están a nuestro alrededor o, al contrario, llevar a un aislamiento personal de cierta indolencia, llegando al estado de no querer realizar ninguna actividad”, añade.

Cuando nos llega un confinamiento forzado sin haber tenido tiempo de situarnos mentalmente en él, nos encontramos con una realidad totalmente diferente a nuestra cotidianidad. “No todas las personas tienen terraza, ni jardín, ni un salón muy amplio. Incluso algunos comparten habitación y, por supuesto, el comedor. Al final, el roce es inevitable y la chispa, también. Cómo afrontar este escenario es todo un reto porque no es para un día, sino para un periodo largo y, evidentemente, todos los conflictos que existían, tanto en la pareja como en el núcleo familiar, van a agudizarse. Se quedarán sin el colchón que suponía hablar con otras personas y pasar tiempo en otros ámbitos”, subraya la psicóloga.

Aparte de estos retos de relación intrafamiliar, una manifestación de vivir en colectividades cerradas y pequeñas es la aparición de un ánimo de crítica casi permanente hacia lo que hacen los demás. “Con el aburrimiento se eleva el nivel de cotilleo y aflora la crítica hasta sacar punta muy afilada a todo lo que hagan los demás. Si esto se consigue moderar no pasa nada, pero si se exasperan, las críticas en forma de dardos afilados y pullas aceradas harán saltar los intentos de convivencia”, explica.

Según indica Casado, no todo es negativo. Por ejemplo, podemos reducir el estrés del trabajo, “porque podemos flexibilizar el ritmo de nuestro quehacer y también se puede usar este tiempo de claustro para realizar cosas que vamos dejando por falta de tiempo. Además, no nos podemos quejar porque disponemos de todo: luz, agua, alimentos, televisión, teléfono... Esas cosas que aligeran la pesadez del trato continuo y permiten momentos de distracción”.

“En este aislamiento nos está moviendo más la solidaridad, pero habrá divorcios si la situación estaba ya deteriorada”

“Aunque no podamos salir a la calle en quince días, tenemos de todo y no nos debemos quejar”

Psicóloga