asus 29 años, Gvantsa Liparteliani vive desde hace seis meses en el centro de acogida para migrantes especialmente vulnerables de Berriz. Dejó su Georgia natal en busca de un futuro mejor para su familia. Realizada su petición de asilo, espera respuesta en Olakueta Etxea. “Buscábamos trabajo y mejores condiciones de vida. Estamos muy agradecidos por el trato que recibimos aquí”, explicó agradecida esta madre de cinco hijos, la última una niña nacida aquí hace cinco meses.

Fue el Gobierno vasco, a través del Departamento de Empleo y Políticas Sociales, quien promovió la creación del Centro de Acogida Temporal a Personas Migrantes de Berriz con el objetivo principal de prestar un alojamiento transitorio así como un proceso de atención personal a personas migrantes en situación de especial vulnerabilidad.

Este recurso, coordinado y gestionado por Suspergintza Elkartea y Suspertu S. L. Empresa de Inserción, pretende cubrir las necesidades básicas de las personas migrantes en riesgo de exclusión social: alojamiento, alimentación, vestimenta, equilibrio emocional, etc., así como evitar y disminuir situaciones de desprotección e intemperie, así como ofrecer información, orientación y asesoramiento ofreciéndoles la posibilidad de permanecer quince días, prorrogables a veinte. “No he visto proyecto más humano que este. A nivel personal es superenriquecedor”, aseguró Gorka Ruiz, coordinador del proyecto.

Priorizando a mujeres con menores a su cargo, mujeres solas y personas convalecientes, los primeros usuarios llegaron al albergue el 18 de septiembre. A medida que pasaron los meses comenzaron a crecer las demandas de solicitantes de asilo que deben de esperar entre seis y quince meses para obtener respuesta. Fue por ello que aquellas familias que llegaban con menores y estaban más de cuatro meses, se acordó con el Ayuntamiento poder empadronar a sus integrantes y escolarizar a los menores. “El 8 de marzo se llevaron a cabo los primeros empadronamientos y ya se han realizado una treintena”, puntualizaron desde Olakueta Etxea.

En la actualidad, hay 22 personas solicitantes de asilo, divididas en cinco familias, procedentes de Georgia, Kirguistán, Venezuela y dos de Colombia. Es el caso de Rinat Zabirov, joven de Kirguistán que vive con su mujer e hijo de 2 años. Tras pasar ocho meses en Bilbao, lleva cuatro en Berriz. “En Kirguistán casi todo el mundo es musulmán. Hay mucho racismo y no se respetan otras nacionalidades y religiones. Tuvimos que salir a Alemania porque las condiciones de vida no eran buenas y ahora en Berriz estamos muy contentos”, apuntó agradecido a sus 29 años.

Un equipo fijo de ocho trabajadores da respuesta a las necesidades de las personas que llegan al albergue. Para llevar a cabo las diferentes labores hay cocineras, personas de acompañamiento y los denominados Gauzaina, dos personas, entre ellas Ramón Domínguez, que se encargan de cuidar el sueño de los usuarios por la noche. “Son gente que se hace querer, aprendes muchas cosas de ellos y las sonrisas que te brindan no tienen precio”, aseguró muy satisfecho con la experiencia.

Paula Castro ha sido una de las últimas en llegar al equipo de acompañamiento individual de las personas que viven en el albergue. “A nivel profesional, es un reto diario que te permite aprender y crecer junto al equipo y el entorno. A nivel personal, es un regalo por todas las personas que tengo el privilegio de conocer”, aseguró agradecida por la oportunidad. En esta línea se mostró su compañera Marie Abeijon que realiza labores de acompañamiento e intervención de lunes a viernes: “La experiencia es un reto superenriquecedor porque cada día nos vamos adaptando a las necesidades que van surgiendo. La gente es superagradecida y somos parte de una gran familia”, explicó esta vecina de Loiu de 32 años.

En lo que a la cocina se refiere, mención especial merece Raquel Oregi que se encarga de alimentar a todas las personas del albergue. Reconociendo sentirse “la amama de todos”, intenta adecuarse a los gustos y costumbres de las diferentes nacionalidades que pasan por el albergue. “Trabajar aquí no lo cambio por nada del mundo. Conocer a toda esta gente es lo mejor que me ha pasado en mi vida”, aseguró emocionada la berriztarra que disfruta día a día con su trabajo.

Por otro lado, una veintena de voluntarios, en su mayoría berriztarras, también acuden al centro de acogida con el propósito de ayudar a todas las personas que pasan por el albergue. Una de las primeras en poner a disposición su tiempo fue Amaya Modrego. Mercedaria Misionera de Berriz, que recién llegada de África supo del proyecto y quiso formar parte del mismo. Desde entonces, con la ayuda de su compañera Tere Iriondo, participa semanalmente dando clases de castellano los martes y los jueves por las tardes. “El ratito que estoy aquí no tiene precio: compartir, conversar, escuchar, conocer que son personas, familias, historias con rostros concretos... es fantástico y me quedo con el ambiente de familia que se crea”.

balance Desde su apertura el pasado septiembre, en el centro de acogida han sido atendidas 89 personas de distintos perfiles y nacionalidades, computando 4.881 pernoctaciones hasta finales de junio. En este sentido, la estancia máxima ha sido de 169 días y la mínima de una noche, siendo la estancia media de 37,22 días.

En lo que a la procedencia se refiere, por el albergue berriztarra han pasado diferentes nacionalidades: 17 personas de Georgia, 17 de Guinea Conakry, diez de Marruecos, ocho de Camerún, ocho de Colombia, seis de Costa Marfil, cinco de Ucrania, cuatro de Venezuela, cuatro de Argelia, tres de Kirguistán, tres de Malí , dos de Nigeria, una de Gabón y una de Senegal.

La situación de esas personasse pueden englobar en tres perfiles: 55 son personas que han solicitado asilo, el 61,80%; doce han sido atendidas por razones humanitarias, el 15,73%, y 22 estaban en tránsito, el 22,47%. Estas personas son derivadas principalmente desde dos entidades: CEAR Euskadi y Cruz Roja. Actualmente son atendidas 26 personas: siete mujeres, siete hombres, siete niños y cinco niñas.