Angélica lleva seis meses sobria, pero aún no ha recuperado la confianza de su hija de 17 años. “Ahora que venía para acá, me preguntaba a ver con quién había quedado, porque la reunión de Alcohólicos Anónimos comienza más tarde”, revela esta nicaragüense que ha tenido varias recaídas hasta tocar fondo antes de dar un golpe de timón que era cuestión de vida o muerte. “Fui a parar a la UCI, con un coma etílico y diabético. Tardaron cuatro minutos en reanimarme. No lo estaría contando si no fuera por el apoyo de mi familia y del grupo”, añade esta mujer de 37 años que pertenece a la comunidad Serantes de Alcohólicos Anónimos, agrupación internacional que mañana cumple su 84º aniversario. Cada día sin tomar es una victoria para ella. “Felices 24 horas sin beber, me dicen. Y me hace sentir bien, porque esto es un infierno”, confiesa.

Los caminos que han llevado a los usuarios de Alcohólicos Anónimos a reunirse tres veces por semana tienen un denominador común. “Yo no controlaba la bebida, la bebida me controlaba a mí”, resume Iván como un eslogan que cualquiera de sus compañeros podría emplear. “El alcoholismo es la adicción del autoengaño. Me tuvieron que dar muchos palos, incluso judiciales, para ser consciente del problema que tenía. Llegué con 25 años, ahora tengo 43”, relata desde el local municipal en el que se reúnen religiosamente. “Si hubiera continuado, habría terminado en la cárcel, en el manicomio o en la tumba. Tuve que agarrarme a la comunidad”, agrega Iván, quien admite que se autodiagnosticó una vez que comenzó a participar en los grupos. “Hasta entonces relacionaba el alcoholismo con los vagabundos que lo habían perdido todo”, afirma.

La delegada del grupo Serantes, Lucía, acude desde hace 27 años a las reuniones. “No te haces alcohólico de la noche a la mañana. La mayoría de gente joven que viene dice: Si solo bebo los fines de semana. ¿Pero qué pasa el lunes? Que están deseando que llegue el viernes. ¿Para qué? Para beber. Entonces es que tienen un problema”, explica Lucía, quien considera que lo que se debe examinar es el efecto que produce el alcohol. “Hay gente que bebe todos los días; otros, solo tres veces por semana. Las consecuencias pueden ser las mismas”, expone. La cuestión es identificar el límite. “Te tienes que dar cuenta tú mismo de que tienes un problema. Aquí no se hacen milagros”, señala la delegada.

“Lo malo es que la línea invisible no se ve. Empiezas con la cuadrilla los fines de semana. Lo conviertes en hábito, hasta que te das cuenta de que no puedes vivir sin ello”, expone, a su lado, Marian, quien comenzó a beber dentro de un contexto social, cuando salía con su marido. “Nunca he tomado ni cubatas ni nada, solo bebía cuando íbamos a cenar. Era de cafés y me volví de marianitos y de lambruscos. Ahí es cuando comencé a beber todos los días. Dos por la mañana y dos por la tarde”, revela esta mujer que lleva tres años en la comunidad. “Vine porque no me gustaba la vida que estaba empezando a llevar, no me gustaba a mí misma”, revela Marian.

Una excusa El coqueteo con el alcohol suele iniciarse de forma inocente, no como consecuencia de las dificultades de la vida. “No se bebe por motivos, se bebe por excusas”, abrevia Lucía, quien alude a la gente con verdaderos problemas. “Cuando pasas por Oncología en Cruces y ves padres y madres jóvenes con niños ingresados, sabes que algunos no van a salir de ahí. Eso sería un gran motivo para darse a la bebida, pero resulta que no suelen beber”, argumenta. “¿Alguien ha solucionado un problema con una borrachera? Al contrario. Al día siguiente el problema sigue estando ahí, junto a la resaca y el sentimiento de culpa”, afirma.

¿Recuerdan por qué empezaron a beber? “Perfectamente”, interrumpe Iván, “no bebía para apagar penas, bebía para divertirme, como todos los demás”. La cuestión es que con el tiempo se agravó su forma de beber. “No solo por la cantidad, sino por la sintomatología que me producía: empecé a tener problemas con los demás, a conducir borracho... No bebía todos los días, pero cuando empezaba no podía parar”, explica Iván, quien añade que mientras los demás paraban a tiempo, él perdía los papeles. “Mi comportamiento terminó siendo totalmente inadecuado”, admite este vizcaino que dejó de tener trato con su familia, destrozó su relación de pareja y llegó incluso a robar.

“Te das cuenta de que eres alcohólico cuando, además de afectarte a ti, le afecta a las personas que te rodean. El alcohol arrasa con todo: familia, trabajo, salud...”, asegura Angélica, quien reconoce que empezó a beber “socialmente”, cuando salía de fiesta con sus amigas. “Luego vas tomando un poco más, no te satisface el fin de semana. Llegué al punto de tomar todos los días, estando en el trabajo y también en casa. Me convertí en bebedora solitaria”, explica esta mujer que lleva doce años en Euskadi. “Cada problema que venía después lo intentaba aplacar con alcohol”, añade Angélica, que incluso pasó por un centro de rehabilitación en su país de origen.

En el caso de Marian, señala que no sabría decir si empezó a beber para evadir problemas. “¿Tengo puntillo? Pues voy a seguir bebiendo”, razonaba. Hasta que un día tocó fondo. “Volvimos de unas vacaciones y salimos a tomar con unos amigos. Algo que me dijo mi marido no me gustó y le dije que me iba a dormir”, relata. En aquella época, Marian tomaba pastillas para dormir y esa noche sobrepasó los límites. “Ahí fue cuando me vi en el hospital y no recordaba nada. Todo por una no bronca, como le suelo llamar, por no querer discutir”. En ese punto determinante, mientras estaba bajo tratamiento psiquiátrico, fue cuando llegó a Alcohólicos Anónimos.

“Venimos aquí para aprender a vivir sin alcohol, que está presente en prácticamente todas las celebraciones: en una cena, un cumpleaños, en Nochevieja, en una comunión...”, explica Iván, que lleva 18 años acudiendo a las reuniones. “Al final no se trata solo de dejar el alcohol, eso quizás lo puedes hacer por ti mismo. La cuestión es vivir, y vivir bien; ser feliz contigo mismo”, agrega este vizcaino, que considera que Alcohólicos Anónimos conlleva un esfuerzo personal. “Intentamos que la ansiedad perpetua por beber desaparezca. Nadie entiende mejor a un alcohólico que otro alcohólico”, señala mientras Marian, quien afirma que el peligro es constante, asiente.

“Aquí es donde encontramos apoyo. Con una amiga, si es muy íntima, puedes hablar, pero es posible que no te entienda: Pero si yo bebo lo mismo que tú, me dicen”, indica. A su lado, Angélica afirma que el apoyo de la familia es muy importante, pero tanto como el de la comunidad. “Porque en casa, aunque sea tu familia, a veces no te entienden. Igual has hecho tanto daño que terminan diciéndote que no quieren saber nada de ti”, razona la delegada, quien evidencia que lleva tantos años asistiendo a las reuniones que ha visto muchas separaciones. “Tiene que pasar tiempo para poder recuperar la confianza perdida. Han escuchado demasiadas veces: Mañana no bebo”, añade. De hecho, reparar el daño causado es uno de los pasos de Alcohólicos Anónimos.

La organización consta de doce pasos que indican lo que deben hacer y doce tradiciones que muestran el camino contrario. “¿Por ejemplo? Exponernos ante una cámara. Porque hoy quizás hay uno que habla de lo bueno que es esto y mañana, el mismo, resulta que está bebiendo”, indica Lucía frente a una pizarra que describe el tema del día a tratar: Recordar la última borrachera. “Aquí se cuentan cosas que no se han contado nunca a nadie, ni a nuestras propias familias”, dice la delegada de Santurtzi, quien asegura que en las reuniones no se juzga a nadie. “Cuando viene alguien nuevo se le dice que si su vida es ingobernable y quiere dejar de beber aquí lo puede hacer. Pasando la mano por la espalda de un alcohólico no se consigue nada. Hay que ponerle las cosas en claro”, señala.

Iván asevera que uno no se puede olvidar de su condición: “Soy alcohólico ahora y lo seré dentro de veinte años también, aunque siga sin beber. Si en algún momento bebiera, la adicción se manifestaría en toda su plenitud y retomaría el alcoholismo donde lo dejé”. Por eso es tan importante para ellos seguir acudiendo a las reuniones. “No hay fuerza de voluntad, hay buena voluntad. Es de patio de colegio, muy sencillo, pero la mente de las personas adictas es muy complicada. La fuerza te la dan aquí”, apunta Lucía, algo que Angélica confirma: “Lo intenté dejar sola, pero no aguantaba más que diez o quince días. En el grupo hay magia, me recuerdan que no debo dar un mal paso para despertar a ese monstruo que llevamos dentro”.

La esperanza de que es posible tirar adelante es el aliciente de Alcohólicos Anónimos. “No está todo perdido, ni siquiera para los que están tirados en un banco con un tetrabrick”, concluye Lucía.