EN tres minutos poder escalar sin esfuerzo hasta el que él denomina el monte sagrado de los bilbainos (Artxanda) es todo un privilegio para el protagonista de estas líneas. El presidente de Unicef Euskadi, Isidro Elezgaray, aprovecha siempre que puede para montarse en el funicular bilbaino y disfrutar de las espectaculares vistas que se divisan desde este pulmón verde de la capital vizcaina. Por si fuera poco resulta que este medio de transporte tan peculiar y con más de cien años de historia esconde para Elezgaray miles de recuerdos que se remontan a su época de la juventud. Por eso Isidro aceptó encantado la propuesta que le planteó DEIA para realizar un viaje en el funi. “Me encanta. Me relaja muchísimo. Pasas del ruido de la tranquilidad de la montaña. Además, ese momento en el que los dos trenes se cruzan es una pasada. Es una alternativa maravillosa para disfrutar de la naturaleza”, añadió. Para este bilbaino de pro el funicular ha formado parte de su vida desde que vestía pantalones cortos. “Entonces era toda una aventura. Siendo un niño, dos veces por semana solía subir con mis amigos a la antigua pista de hielo de Nogaro. Ahí es donde practicaba el patinaje sobre hielo”.
Cuando el Zubi-Zuri no era ni proyecto para pasar de una margen a la otra, Elezgaray tomaba en Uribitarte un pequeño bote que realizaba el recorrido de un lado al otro de la ría; después, la cuadrilla de amigos subía en el funicular para ascender hasta Artxanda. “Hasta los 15 años subía todas las semanas”, concretó Isidro.
Ahora, algunos años después y ya sin sus patines, el presidente de Unicef Euskadi no duda en hacer de anfitrión con todos esos amigos que vienen de fuera. “Es un recorrido obligado. Nadie debe de irse de Bilbao sin montarse antes en el funicular. Cuando vienen amigos o gente de fuera visitan la villa les llevo un día a conocer Artxanda. A la gente le encanta, regresan alucinados”.
Una vez arriba las alternativas son innumerables. Artxanda ofrece la posibilidad de comer bien, de dar un paseo o de simplemente contemplar la transformación que ha experimentado la villa en los últimos tiempos. “Bilbao sin mí está más tranquila. Hago mucho ruido”, dice esbozando una sonrisa. Una vez en Artxanda Isidro invita a acercarse hasta La huella, un monumento dedicado a las víctimas de la Guerra Civil. “Me parece precioso y mucha gente no sabe que existe”.
En opinión de Isidro, Bilbao cuenta con una excelente variedad de medios de transporte. “El funi es un símbolo histórico con el que se escala la montaña sagrada de los bilbainos. Mientras tanto, como transporte moderno tenemos el metro y el tranvía”, destacó. Semana tras semana, mes a mes desde lo alto se ha podido contemplar los cambios que ha dado la ciudad. La intermodal, la isla de Zorrotzaurre a la que Isidro se niega a llamar Manhattan... “Aquí todo tiene cabida. Las VPO convivirán con los pisos de lujo y espacios de solidaridad que se van a crear”. Ese es el futuro de una ciudad mágica y que siempre tuvo su encanto. Con sol o con niebla. El funi ya está preparado para su siguiente salida.