Socorro Labay aterrizó en San Adrián por culpa de su marido. De esto hace ya casi 57 años y confiesa que al principio no estaba muy convencida de querer instalarse en el barrio. Desde que llegó a Bilbao han sido muchos los avances que se han dado. Un lavado de imagen que a sus 86 años puede decir que todos los cambios los ha lo vivido de primera mano. Vio cómo se construyó la iglesia y Gure Kabi, la asociación de la tercera edad de San Adrián. Lugares en los que Socorro ha colaborado durante casi medio siglo y ahora, es una de las más veteranas.

Confiesa que ha tenido mucha suerte en esta vida. El amor llamó a su puerta de forma casual e hizo que años más tarde se instalase en San Adrián. Ella de Nafarroa y él de Bilbao. Una relación a distancia durante tres años en la que solo podían comunicarse a través de las cartas. “Yo vivía con mi hermana y fue a ponerle el teléfono a casa porque trabajaba para una compañía. Fue un flechazo”.

Durante este tiempo, Socorro decidió irse a Donibane Garazi, en Iparralde. Allí estuvo dos años trabajando en una residencia de ancianos y con lo que ganó pudo pagar la entrada del que sería su futuro hogar en Bilbao. “Preparaba las bandejas para el desayuno. Me fui porque quise y la verdad es que tuve mucha suerte. Este año he vuelto”, relata. Tras este tiempo decidió regresar junto a su marido y a pesar de que querían quedarse en Nafarroa a vivir, finalmente optaron por instalarse en la villa “porque tenía mejores condiciones laborales”.

“Cuando vine a ver San Adrián no me gustó. Esto era un desierto, pero a mi marido sí le gustó, así que...”, comenta. Recuerda cómo por aquel entonces todo eran campas, había unos cuantos caseríos y las calles estaban sin asfaltar. Un poste de madera suministraba la luz necesaria para todo el vecindario. Pero años más tarde, en 1979, comenzó el proceso de urbanización del barrio y fue dotándose de nuevos recursos. “No teníamos transporte público y para los taxistas esto era el extrarradio. Nos dejaban en la avenida porque por la parte de abajo no querían ir y te miraban mal”, dice.

En el barrio había más carencias. Socorro recuerda cómo tampoco había comercios. “Solo uno de dos metros cuadrados. Ahora todo está mucho mejor y parece una zona residencial, porque tampoco hay apenas niños”, relata.

Son muchos los avances que ha visto que se han dado en el barrio. Lucharon por conseguir su propio ambulatorio y de manera conjunta se logró. “Antes teníamos que trasladarnos al de Rekalde y nos costó mucho tenerlo. A pesar de que uno de los puntos del libro de la asociación de vecinos en 1979 era la solicitud de un centro de salud en San Adrián, no se tuvo hasta los 90”, explica.

Conocida por todos Cuenta que no hay nadie que no la conozca en el barrio. Es una de las más veteranas del lugar. “Hay alguna más mayor que yo, pero se quedan en casa y no salen. Yo sí, aunque ya no pueda hacerlo como antes”, explica Socorro.

Con el paso del tiempo el barrio se le ha metido en el corazón. Tal es así que ha sido una mujer muy comprometida y desde que llegó no ha dudado en ayudar a los vecinos. Hace 30 años se construyó el centro de jubilados de la zona que recibe el nombre de Gure Kabi. Socorro estuvo presente durante su construcción al igual que la actual iglesia. Es en estos dos centros donde ha desempeñado muchas de sus labores como voluntaria para ofrecer alimentos o ropa a los más desfavorecidos. Una de las causas por las que se introdujo en el mundo de la solidaridad fue el fallecimiento de su marido. “He colaborado mucho con el barrio. Algunas con las que trabajaba ya han muerto. Cada vez la población en más mayor y de los que estábamos, algunos ya no están”, relata.

Los domingos pasaba el cepillo, ya que se considera una persona muy devota, pero el destino hizo que desde hace tres años se desvinculase y le dedicase todo el tiempo a una de sus nietas que nació con una parálisis cerebral. Pero a Gure Kabi continúa yendo, ya que para Socorro es un momento de diversión.

Las cosas en el barrio han cambiado pero ha sido todo a mejor. Todos y cada uno de los lugares que Socorro ha visto construir son para ella su hogar. “Yo soy feliz en Gure Kabi y no quiero que nos lo quiten. Para mí esto es un bien”. Pero antes de esto, recalca, tiene otras obligaciones y son las más importantes. “Cuidar de ella ahora mismo es una de mis mayores aficiones”, dice. A pesar de que pasen los años, Socorro continúa dedicando su vida a ayudar a los demás y en estos momentos de su familia.