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Los vigías del aire

26 profesionales controlan el tráfico del aeropuerto de Bilbao con el viento y la niebla como principales obstáculos

Los vigías del aireFotos: Juan Lazkano

Son las 13.09 horas. Cielo despejado con alguna nube y un ligero viento. Buenas condiciones de visibilidad y no hay apenas tráfico aéreo. Estamos en el fanal de la torre de control del aeropuerto de Bilbao, la zona de vigilancia más elevada. Loli Iturriaga observa en el amplio monitor del radar dos vuelos en aproximación que llegan desde el monte Oiz. Su compañero, Ramón García, mira con unos potentes binoculares la parte más alejada de la pista principal 12-30 ahora tranquila. Loli y Ramón son dos de los controladores que están de turno en este puesto de vigilancia tan esencial para que la circulación de las aeronaves sea “al 99,9% segura”, explica Carlos Balboa, el tercer miembro del equipo que sustituye a uno u otro de sus compañeros cuando efectúan la parada obligatoria tras hora y media de actividad.

Ayer, una jornada de divulgación organizada por Enaire, la sociedad pública que se encarga de gestionar el tráfico aéreo en el Estado; Usca, el sindicato de controladores aéreos, y Sepla, su homólogo entre los pilotos de avión, sirvió para conocer los entresijos de una labor muy poco conocida y, a veces, denostada por la sociedad.

“No somos endogámicos, ni una profesión tan diferente a otros colectivos”, asegura Txus Bilbao, miembro del sindicato que esboza en dos pinceladas el perfil del controlador como “una persona que sepa trabajar en equipo y que más que ser tranquilo tiene que saber dominar los nervios”. De hecho, el famoso estrés que se les asigna no causa tantas bajas laborales. “Es más, estamos por debajo de la media de 7% de otros colectivos”, destaca.

El sindicalista de Usca explica cómo funcionan en el día a día y las peculiaridades de trabajar en el Aeropuerto de Bilbao junto a otros 25 profesionales que operan en dos turnos entre las 6.45 y las 23.30 horas. Lo normal son turnos de tres personas, de cuatro en épocas de mucho tráfico aéreo, como es la inminente Semana Santa, o los meses vacacionales de verano. “Cuando se prevén más de quince operaciones a la hora es necesario el cuarto compañero”, indica Patxi Toledano, el jefe de la torre con forma de halcón parado que vigila la terminal de enfrente con perfil de paloma.

Con viento y niebla Toda la tecnología posible asiste a los controladores pero cuando los aviones se aproximan es el factor humano el elemento esencial. Y más cuando una inclemencia meteorológica, como el viento cruzado o la niebla, se apoderan de las pistas del valle del Txorierri.

Esas corrientes de viento que vienen del suroeste, por encima de los quince nudos de velocidad, se conocen como efecto cizalladura y como mucho se puede presentar una decena de días al año. Es lo que provocan esas espectaculares imágenes de un avión intentando aterrizar torcido en la pista. Txus Bilbao, con 23 años de experiencia en la torre, asegura serio que “no es peligroso, aunque sí molesto, sobre todo para los pilotos, ya que les supone más trabajo”. Aun así, entiende “los nervios que pueden pasar los pasajeros porque parece una montaña rusa”.

La niebla tampoco es buena compañera de trabajo diario en el aeropuerto. En Bilbao provoca el desvío de los vuelos y es otro añadido para que “este aeropuerto tenga mala fama entre los pilotos que no lo conocen”, destaca el controlador. Los comandantes locales o veteranos en el aeródromo vasco saben aterrizar en esas condiciones climáticas peculiares “y es más fácil trabajar con ellos”, indica Bilbao.

José Luis Meler es director de Red de Enaire, la sociedad pública que se desgajó de Aena hace tres años y que aglutina no solo a 1.800 controladores aéreos en el Estado, también a 800 técnicos especialistas en mantenimiento -ocho de los cuales trabajan en Bilbao- y otros 300 empleados en apoyo de operaciones aéreas y análisis de vuelo.

Toda una red de profesionales que no solo actúan con las operaciones aéreas en torno a los aeropuertos. Cinco puestos de control de zona también vigilan que los aviones de paso por encima de la península y las islas circulen en orden y que el tránsito entre aeropuertos no se desmande. “Todo para tener la máxima seguridad posible en el aire”, indica Meler, que añade cómo “solo cuando se da una serie de fallos en cadena, y en muy poco tiempo, se puede dar realmente un problema”.

Txus Bilbao asiente las palabras del responsable de la sociedad estatal y concreta cómo se trabaja con márgenes de seguridad muy elevados a todos los niveles de operativa.

Al abandonar la torre, Carlos ha sustituido a Loli frente al monitor del radar y se toma un café en su taza especial donde reza en inglés: “Manten la calma. Soy un controlador aéreo”. Viéndole actuar da esa sensación.