Bilbao - Bidesari, una asociación que nació en el seno de la diócesis de Bilbao, lleva veinte años construyendo puentes entres dos puntos tan lejanos y cercanos a la vez como son el interior y el exterior de las cárceles de Basauri y Nanclares de la Oca. El trabajo que desarrollan media docena de profesionales, en su mayoría educadores sociales, y más de cuarenta voluntarios es facilitar “un cambio de vida” a las personas presas que tienen problemas de drogadicción. En los últimos años también han puesto el foco de su intervención en la población reclusa inmigrante que, aunque no sean drogodependientes, tienen muchos problemas de integración. Miguel Yuste, un educador social de Bidesari con más de quince años de experiencias con reclusos de los centros penitenciarios vascos de referencia, está en condiciones de asegurar que “la exclusión social está en las prisiones; en las prisiones están las personas más pobres”. Así que afirma categórico: “Los ricos no entran en las prisiones”.
Quien sí entró en su día en una cárcel fue Patxi (nombre ficticio). Estuvo seis meses en el viejo penal de Santander por robo. Pero su problema no era apropiarse de lo ajeno, sino la droga. “Con 15 años ya me estaba drogando”, dice ahora, cuando ya tiene 48 y una salud muy delicada. Lo recuerda con una voz reposada desde el salón de uno de los pisos que gestiona Bidesari en el centro de Bilbao. “Este es un recurso residencial de inserción”, explica Miguel, “donde el objetivo final es que cada persona logre su autonomía y su incorporación social”. El piso está habitado por seis personas y es atendido por educadores sociales y voluntarios. Patxi lleva solo tres semanas viviendo en la vivienda pero está muy contento. Llegó procedente de una comunidad terapéutica de Etorkintza tras un periodo de seis meses de desintoxicación. “La estancia allí es lo más fácil”, dice Patxi, “porque estás las 24 horas del día vigilado, lo difícil es cuando sales a la calle y te enfrentas a la realidad”. Para eso está este recurso de Bidesari, para que el aterrizaje sea lo más llevadero posible. “Aquí te ayudan a prepararte a vivir solo, a llevar una vida ordenada”, señala Patxi, “porque si no cambias la manera de vivir no dejas la droga”. Este exdrogadicto bilbaino lo dice por experiencia. A lo largo de su vida ha realizado diferentes tratamientos, pero tarde o pronto recaía. “Por mucho tiempo que estés sin consumir, como no cambies de hábitos, de amistades y de lugares que frecuentas, tarde o pronto acabas por consumir, por eso tienes que plantearte hacer una vida nueva”, afirma. Para ello hay gente como Miguel que les ayudan a diseñar un proyecto vital diferente. “Nosotros ponemos la estructura”, dice, “pero todo lo bueno y lo malo está afuera; aquí trabajamos para que la persona vaya reflexionando”. Y lo hacen, pero estando el mayor tiempo posible del día ocupados. Patxi, por ejemplo, que actualmente está limpio, acude por las mañanas a los talleres ocupaciones del centro de día de Etorkintza “y luego a los módulos y a narcóticos anónimos, que son cosas que me ayudan”. Patxi ve el futuro con algo más de optimismo que en otras ocasiones, “aunque siempre tienes el miedo de volver a consumir”. Sabe que esta puede ser su última oportunidad. “Como de salud no estoy bien (le dio un infarto y padece hepatitis crónica) para mí una recaída me puede llevar tranquilamente a la muerte, así que no puedo andar jugando”, confiesa.
Cárceles Patxi, al igual que el resto de compañeros de piso, tendrá que abandonarlo algún día, cuando los educadores sociales consideren que ya está en disposición de emprender una nueva vida. Porque el objetivo final, como decía Miguel, “es que cada persona logre su autonomía”. Este piso, denominado como proyecto Berrituak, es el último peldaño que ha diseñado Bidesari para lograr la incorporación social. Antes hay otros como Aldatzen, que es un piso de acogida, y otro muy importante, que sería el primer escalón, el trabajo en el interior de las cárceles. Ahí sólo entran profesionales de Bidesari, es decir, educadores sociales, un abogado y un psicólogo.
“Dentro de la prisión realizamos una intervención psicoeducativa”, señala Miguel, “donde las personas que tienen algún problema de drogadicción tocan la puerta de Bidesari y nosotros les ayudamos a iniciar un tratamiento, a no consumir y a estructurar su tiempo dentro de la prisión para que lo tengan ocupado”. A partir de ese momento se pone en marcha la maquinaria de la asociación para conseguir un “cambio de vida de las personas presas”. El siguiente paso para un recluso que ha decidió abandonar las drogas sería la entrada en otro recurso residencial que tiene la entidad, el referido Aldatzen. “Este es un piso de acogida”, señala Miguel, “en el que las personas salen de prisión para continuar un tratamiento”. También aclara que siguen cumpliendo la condena aunque de forma alternativa. En Bidesari califican este punto como “una vivienda tutelada de alta intensidad”. Por ello, las seis personas que viven en él están acompañadas las 24 horas del día por cinco educadores sociales y voluntarios. “Hay que tener en cuenta”, dice Miguel, “que el tema de la abstinencia está muy reciente y se trabaja mucho el acompañamiento”.
Voluntariado Y una de esas personas que colabora en el acompañamiento es Naia Suárez, una joven bermeotarra de 22 años que estudia Educación Social en la Universidad de Deusto. Precisamente, fue en la universidad donde se enteró de que había un curso sobre el trabajo con las personas presas. “Hice el curso”, cuenta Naia, “y como luego tenía la opción de hacer voluntariado aquí, en Bidesari, me apunté”. Y ahí sigue, dos años después, realizando su trabajo desinteresadamente en el proyecto Aldatzen. “Mi función consiste en acompañar a las personas en temas como ir al médico o realizar cualquier gestión”, explica Naia. Como ella hay alrededor de 40 voluntarios, “de todas las edades”, que dedican su tiempo libre a estas personas privadas de libertad y en procesos de desintoxicación. A Naia le gusta esta labor que realiza “no solo porque es lo que estoy estudiando, sino porque me da mucha experiencia”. Y lo más importante: “Personalmente me resulta muy gratificante”, destaca. Le debe gustar mucho porque desde hace seis meses, Naia se ha incorporado también al equipo de voluntarios que una vez al mes acompaña durante un fin de semana a un grupo de reclusos que sale de permiso. Este es otro de los proyectos de Bidesari. Realizan salidas a albergues de diferentes puntos de Euskadi de viernes a domingo.
Inmigrantes El objetivo en este caso es que esas personas “tengan la oportunidad de aprender en un ambiente más normalizado, modelos de relación diferentes a los carcelarios, basados en el diálogo, el respeto y la empatía”. En este proyecto, en el que realizan fundamentalmente actividades de ocio, toman parte ocho personas presas y otras tantas voluntarias. Aquí es donde Miguel quiere destacar el “grado de implicación que tienen los voluntarios, porque cualquiera no dedica un fin de semana a estas personas”.
Otro de los proyectos de Bidesari está relacionado con los inmigrantes. “Hace unos diez años aproximadamente”, señala Miguel, “vimos que la prisión se estaba llenando de personas extranjeras, así que decidimos poner en marcha el proyecto Hedatu”. Se trata de otro piso, ubicado en un barrio bilbaino, en el que viven seis personas condenadas en su mayoría por tráfico de drogas. “No son drogodependientes”, aclara Miguel, “ni tampoco tienen una larga trayectoria delictiva, pero deben cumplir la pena”. Lo hacen, gracias a determinados beneficios penitenciarios, en este “piso de inserción”. Se les ayuda para realizar cursos de formación y en la búsqueda de empleo. Y el resultado, según cuenta Miguel, “es muy positivo”. “Son conscientes de la oportunidad que se les ha dado y se agarran a ello”. Así que la mayor satisfacción, tanto de Miguel como de Naia, es cuando, pasados los años, “les ves bien a cualquiera de las personas que han pasado por los pisos”.