ortuella - “Punkis con tachuelas, roquers con espuelas, heavis en cueros... Todos, en efecto, desnudando sus afectos”. Así comienza uno de los treinta microrrelatos que conforman el libro Vil Vaho, la última creación literaria del sarcástico ortuellarra Karmelo F. Gañán, quien por reírse se ríe hasta de su apellido. “Resulta que ahora todo el mundo sabe que Gañán es un insulto, y que, ... a mí me la pela”, responde resuelto este sesentero que está un poco de vuelta de casi todo menos de la capacidad creativa que inunda su menudo sarcófago carnal.

Escritor atribulado por la fuerza de su “Meatzaldea vital”, escultor con rencor hacia la piedra que se deja ver, por ejemplo, en el parque de las esculturas de La Arboleda, actor de teatro con mezcla de Merlín y malo en una película de espías, Karmelo se desenvuelve como pez en el agua entre los delirios de un teclado 2.0 para revolcarse en un pasado, el de los años 80 del anterior siglo que no volverá pero que, reconoce, “ha dejado una gran huella en miles de cincuentañeros que pululamos por Ezkerraldea”, y la más dolorosa realidad.

“Hoy día tenemos un Bilbao de lo más bonito, arquitectónicamente esplendoroso pero con un ambiente tan muerto como la sucia ría de los años 80. Bilbao entonces era gris, sucio, casi impío, pero estaba lleno de gracia, de creatividad, de ganas por vivir y era el referente, la vía de escape, para una juventud que no vivía la movida madrileña, tenía su propia movida”. El libro es una pequeña añoranza de aquella época en la que en Madrid triunfaba la movida y aquí el rock radical vasco, mucho más londinense. “¿Como vais al Kasko?, nos decían. Era nuestra válvula de escape a una realidad a la que el domingo por la tarde nos devolvía el gris tren de Ezkerraldea. Los pijos despotricaban de aquel ambiente pero cuando aparecían por allí disfrutaban de lo lindo”, relata Karmelo.

Arte en la escoria “Era el tiempo de aquella primera crisis, una crisis de la que, a pesar de que todos estábamos bastante jodidos, tenía un humus creativo, movimientos musicales, arte en general. De aquellas escorias y cenizas resurgió el Bilbao que hoy conocemos”, plantea este creador que ha editado ya varias obras entre las que destacan Madame Lelann se peina con el cuchillo de la carne, La trama Fibonacci, Auto de fe o Los gatos de Hamelin.

Fiel seguidor del rock de Zarama, Eskorbuto y la larga pléyade de grupos surgidos en la comarca en los duros años de las jeringuillas y de la trifulca política que sobrevivió al “contra Franco todos luchábamos mejor”, Karmelo no se enrojece ante quienes destacan de él, al leer su última obra, que es un autor sardónico, cacofónico, irreverente, pero sobre todo nostálgico de aquellas tardes de fin de semana en el Casco Vviejo de Bilbao, el Gaueko, Barrenkale o la Mejillonera.

El ultimo libro de Karmelo F. Gañán, un ortuellarra polifacético, es una sucesión de microrrelatos surgidos de la contemplación de los cadáveres industriales a ambos lados de la ría, que marcaban el paisaje de una generación “que teníamos que descubrir el mundo. Tal vez por ello, Vil Vaho, es un viaje iniciático a través de ese tren de la margen izquierda en el que se movían todo tipo de tribus urbanas”, añade Karmelo, quien resalta que “era un viaje hacia un cierto caos, de calles llenas de orines en una ciudad que olía a agonizante pero en la que la creatividad estaba a flor de piel”.

Una referencia espacial y vital que en breve se convertirá en una pieza teatral de la mano de la compañía de teatro Fierabrás que pretende utilizar el libreto de Karmelo Gañán como guion para una lectura teatralizada.

“El libro está elaborado como una sinfonía lineal que se inicia un sábado por la tarde y finaliza el domingo por la tarde con la vuelta desde Bilbao en cuyo lapso se entremezclan historias de amistad, de amor-desamor, de diálogos vitales, etcétera”, apunta Karmelo quien, no obstante, señala que “los cadáveres industriales se amontonaban con férrea indisciplina a ambos márgenes de la ría. Son parte esencial de Vil Vaho.

Un viaje onírico, etílico y emocional a ese Bilbao decadente de la década de los 80. Un Bilbao gris pero de una potencialidad estética infinita que algunos llevaban dentro y se convirtió en una metáfora de sus propias vidas como la de Karmelo Gañán que invita desde su obra a recorrer los paisajes más íntimos de su memoria montando en el tren de Ezkerraldea, perdiéndose en el Casco Viejo, encontrándose con personajes tan estrafalarios como reales, descubriendo el amor entre los escombros.