Portugalete - Un farolillo les acompaña durante la madrugada. Una tenue luz ilumina sus pasos, calle arriba. Calle abajo. También al cruzar el puente colgante, cargados de regalos. Esa mágica luz es lo primero que ven los pequeños a los que visitan en su madrugador recorrido Melchor, Gaspar y Baltasar Rueda, los tres reyes, los tres magos y los tres, hermanos y residentes en Portugalete. Mañana, como cada noche de reyes desde hace 70 años, esta familia jarrillera trasnochará para volver a ponerse el traje y ayudar a sus majestades a entregar los regalos. “Es una experiencia que todo el mundo debería vivir”, explican desde el txoko que levantó toda la familia en el casco viejo.
Fue su ama, Miren Tere Olabarria, quien sembró esta tradición. Con siete hijos a los que sorprender, Miren Tere optó por disfrazarse de Rey Mago y entregarles los regalos uno por uno. Año a año se sumaban niños del vecindario a los que repetir el ritual hasta que estos se hicieron mayores y el traje de Rey Mago se quedó en el armario. Fernando Rueda desempolvó la tradición para sacarla de nuevo a la calle, acompañado por dos amigos, Aitor y Juanjo. “Pensé que había que volver a hacerlo y empezamos a repartir los regalos entre los niños de las tres familias, hijos y sobrinos”. Años después se animaron a vivir como reyes los hermanos de Fernando: Miguel Ángel y Alejandro Rueda. Y lo que había sido una costumbre de casa se extendió por Portugalete y los municipios vecinos. Han viajado incluso a Castro Urdiales para repartir sorpresas y regalos a los más pequeños.
Sus ropajes también han ido evolucionando. “Ama improvisaba”, recuerdan los tres hermanos que actualmente mantienen viva la magia. “Al principio los alquilaba en La Misericordia. Luego se los prestaba el Ayuntamiento de Sestao tras la cabalgata y, como venían muy sucios de los caballos, se pasaba la noche lavando y secando para que estuviesen listos”. Sus vestimentas actuales son propias y los hermanos atribuyen su realización a “las mujeres”.
La de Reyes probablemente será la noche que menos duerme esta arraigada familia. En el txoko se visten con sus galas de fiesta, “que ya necesitan una reforma”, y bajan por la calle Santa María hacia el Puente Colgante. “¡Cómo van a pagar sus majestades!”, les repite cada año el encargado de llevar la barquilla hasta la orilla de Las Arena. Allí comienzan el reparto, echando mano al farolillo, que les muestra el camino hacia la habitación de los pequeños de la casa. “Los pillamos siempre dormidos, les acercamos el candil para despertarlos y darles los regalos. Es un momento mágico” , describe Fernando. Así que en la familia Rueda “hay palos” para ver quién sale cada año. “Los hijos tienen ganas de continuar con la tradición”, apunta Miguel Ángel.
Para no perderse, sus majestades los Rueda elaboran un planing con las direcciones de las casas que deben visitar. “Calculamos cinco minutos con cada niño: nos hacemos fotos, les damos los regalos...”, explican. En las casas se encuentran de todo, hasta el famoso balde con agua para los camellos, “pero ni comemos ni bebemos nada, si no, no podríamos acabar el recorrido”, bromean. Las Arenas, Neguri, Zierbena, Santurtzi... Y finalmente Portugalete. En su noche de más trabajo ayudando a los Reyes Magos, Fernando, Miguel Ángel y Alejandro llamaron a la puerta de 42 casas. Actualmente la tarea es más relajada, con entre 12 y 15 visitas. “Ahora estamos esperando a una nueva generación de niños”, apuntan, pensando en el nacimiento de sus propios nietos.
Peticiones a los reyes Todo el que se lo pida recibe la visita de los Reyes Magos de Portugalete, a quienes también solicitan regalos algún que otro padre. “Nos piden que digamos a los niños que ya son mayores para usar el chupete, que tienen que tratar bien a sus hermanos, que tienen que hacer los deberes... Y no es la primera vez que nos han hecho llegar que nuestras recomendaciones han funcionado”, asegura Alejandro, satisfecho.
Sus majestades comienzan el viaje a las seis de la mañana, para evitar que los niños más impacientes se adelanten a su llegada. Junto a ellos llevan siempre un paje, hijo o sobrino de la familia, que les ayuda en el traslado. “Un año perdimos el papel en el que llevábamos apuntada la ruta y un señor que la encontró en el suelo estuvo siguiendo el recorrido para encontrarnos”, recuerdan, repasando sus anécdotas. Son muchas las ocasiones en las que han podido reír y emocionarse; muchas las historias que pueden transmitir a Miren Tere, alma máter de esta bonita tradición, que este mismo año celebrará su cien cumpleaños.
Los más jóvenes de la familia mantendrán viva esta tradición real, que siempre termina con un roscón de reyes, regalado por la panadera de toda la vida. Quienes lo viven en primera persona, jamás lo olvidan. “Uno se transforma cuando se viste de rey”, dice Fernando”. “Seguimos con la misma ilusión que al principio y mira que cuesta, ¿eh? Que hay quintos sin ascensor”, bromea Alejandro. “Todos deberían vivirlo alguno vez”, insiste Miguel Ángel. “Ver a los críos despertarse con esa ilusión es una de las mejores sensaciones de la vida”.