Bilbao - Es una de las imágenes idílicas de la Navidad: un paseo por la pista de hielo de Central Park, con miles de luces colgadas de los árboles como telón de fondo. Pero claro, no todo el mundo puede viajar a Nueva York. Y, aunque el escenario no es el mismo, también Bilbao cuenta estos días con una pista de hielo que hace las delicias de mayores y pequeños. Una iniciativa, patrocinada por DEIA, que se ha convertido ya en un clásico navideño en la capital y que engancha cada año a miles de vizcainos. Desde el pasado sábado y hasta el 11 de enero, el pabellón de La Casilla ha congelado su pista central para que todos puedan hacer sus pinitos sobre cuchillas.

Con solo dos años y medio, Xabi se estrenaba ayer en la pista de hielo. Bien equipado con su casco y forrado con un peto de nieve y guantes, se desplazaba con sus pequeños patines de doble cuchilla sobre la pista especialmente reservada para los más jóvenes. “Xabi es el primer año que viene pero nosotros ya hemos estado en otras pistas de hielo: Getxo, Santander, Gasteiz...”, explicaba su madre, Marina García. A su lado, Alain ya es todo un veterano de los patines. “Ya he patinado más veces, también sobre patines, pero en hielo me gusta más”, explicaba el hermano mayor. Los tres se lo pasaron en grande. “Es una iniciativa estupenda, muy buen plan con los niños ahora que hace mal tiempo. Echas la tarde y te lo pasas en grande”, reconocía.

“Las tarjetas rojas pueden entrar a la pista”, se escucha por megafonía. El pabellón está perfectamente organizado para que los patinadores disfruten de su experiencia sin agobios. Con un aforo de 243 personas sobre la pista, cada una dispone de una hora para patinar a su gusto; cada cuarto de hora sale un grupo -los que portan el cartón de un determinado color al cuello- y entran los siguientes. Y es que, tras elegir los patines que mejor se adapten a cada pie -los hay de la talla 29 a la 48, y unos de aprendizaje especiales para los más pequeños, con doble cuchilla-, a los patinadores se les entrega una pequeña tarjeta con cuerda que deben colgarse del cuello. En ella están escritas las normas. “Es muy importante leerlas bien”, insisten los monitores, dos en el turno de la tarde. La primera y una de las más importantes, pese a que no lo parezca: es obligatorio el uso de guantes. En caso de no traerlos de casa, se pueden adquirir en el mismo pabellón. “El propio hielo corta y se evitan también accidentes con las cuchillas de otros patinadores”, explican los responsables de la actividad. Tampoco se pueden utilizar auriculares, sentarse en la barandilla que rodea la pista o comer dentro del hielo; nada fuera del sentido común. ¿La más importante? Patinar con precaución... Y a divertirse.

En ello estaba Paula Merino, bilbaina afincada en Burgos que visitaba este fin de semana a su familia. El sábado había llevado a sus hijas, Inés y Paula, y ayer el gusanillo le había picado a ella. “Me pareció divertido verlas y me he animado. Pero no sé yo...”, se reía atándose las botas. Las pequeñas, ya preparadas, tenían prisa por entrar. “Yo ayer solo me caí cuatro veces”, contaba, orgullosa, Inés, la mayor. Paula, con tan solo 4 años, se desplazaba feliz agarrada a un pingüino en la pista de los pequeños.

Se calcula que, hasta el próximo 11 de enero, casi 30.000 personas probarán su pericia sobre el hielo en La Casilla. La pista es más grande este año para acoger al amplio público que ya se ha convertido en incondicional: aquellos que aprendieron a patinar en tiempos de Nogaro, familias con niños pequeños, cuadrillas de adolescentes... Incluso amigos que celebran aquí sus cumpleaños y aficionados que vienen de otros territorios vecinos. El gran tobogán, con un precio más barato, también tiene su tirón; no como el de Gasteiz, que atraviesa la Virgen Blanca, pero pocos hay que se le resistan.