Bilbao. Lorea Polo tuvo que poner muchas inyecciones letales a animales de compañía domésticos durante su etapa de trabajo en las clínicas veterinarias. "El momento final de la eutanasia es muy duro; no por el animal, que no sufre nada, sino por la familia de la mascota, que te cuenta todo lo que suponía para ellos", dice. Desde que puso en marcha el crematorio tiene las mismas sensaciones. Las personas que deciden incinerar le hablan de su perro o su gato "como si fuera uno más de la familia". Por eso, Lorea intenta, con una atención individualizada, que el proceso de incineración sea lo más rápido y llevadero posible para todos.

¿Por qué se decidió a montar una empresa de incineración de animales domésticos?

Por dos motivos. Porque me apetecía dar un cambio a mi vida profesional y porque en 2010, cuando tomé la decisión, no había nada en Bizkaia. Bueno, había y hay una empresa en Ortuella de transformación de subproductos de animales que tiene un gran horno y allí incineraba lo que le enviaban de las clínicas. Yo fui pionera en la incineración individual, aunque también hago colectiva.

¿Qué se hacía entonces cuando a alguien se le moría la mascota y quería incinerarla?

Pues mandarla a Gipuzkoa, Santander o incluso Navarra. Y si no, en Bilbao, por ejemplo, hay un servicio que presta el Ayuntamiento de forma gratuita, que los recoge y los lleva a un vertedero. Pero hay mucha gente que en cuanto se entera de que su perro va al vertedero prefiere incinerarlo. Por eso, yo vi que había una necesidad.

¿Cuándo empezó a funcionar el horno crematorio?

A finales de junio de 2011, pero lo que es el proyecto comencé a ponerlo en marcha a mediados de 2010. Fue más de un año de trámites y permisos hasta que monté Inade.

¿Qué balance hace tras más de año y medio en servicio?

Muy positivo. Estoy muy contenta porque he superado las previsiones que hice en el plan de negocio que te exigen antes de montar una empresa.

¿Qué servicios ofrece?

La incineración colectiva y la individual, pero yo me quiero especializar en esta última. Mi intención siempre ha sido ofrecer un trato especial a esas mascotas y a sus dueños. Porque para mí, la mascota no es un subproducto animal, sino un miembro más de la familia.

¿Cómo le llegan las mascotas?

Fundamentalmente a través de las clínicas veterinarias, ya que la mayor parte de las muertes se producen por eutanasia. Las clínicas nos llaman y acudimos lo antes posible para hacerlo todo de la forma más ágil.

Una vez que el animal ha llegado a las instalaciones que tienen en Orozko, ¿los dueños suelen presenciar la cremación?

Normalmente, no. Para ellos es muy duro. Lo único que quieren saber es que las cenizas que les vamos a entregar son de su animalito. Como la incineración dura alrededor de una hora y media, dependiendo del peso, la gente suele ir a dar una vuelta para luego llevarse las cenizas.

¿Cuáles son los animales que más incineran?

Perros y gatos, en una proporción similar en cuanto a número. Eso sí, los perros que llegan son pequeños.

¿Y especies extrañas?

También, pero menos. Hace poco incineré un erizo común que el dueño se lo encontró en el monte y lo había tenido en el jardín de casa. También he incinerado loros, algún lagarto, cobayas y bastantes conejos.

¿Cuánto cuesta incinerar un animal de compañía?

Depende del peso, pero entre los 180 y 200 euros.

¿Está notando la crisis?

Yo estoy notando algo en la incineración individual, pero en general yo incinero más. He aumentado las recogidas. La crisis la están notando más mis compañeros de profesión. Ellos están muy preocupados con lo que está pasando.

¿Qué está pasando?

Que los dueños de las mascotas están recortando las atenciones veterinarias. Solo acuden al veterinario para lo imprescindible, cuando el animal se pone malo o tiene un accidente, pero se olvidan de las vacunas o de las desparasitaciones.

Es que el cuidado veterinario de un animal de compañía supone un gasto importante.

Sí, es caro. Yo siempre he dicho a la gente en las clínicas donde he trabajado que un animal de compañía es un objeto de lujo. Que es muy caro y que debe asumir que es un gasto extra.

¿Usted tiene mascota?

Sí, una perrita. Yo siempre he sido de perros.

Quien adquiere una mascota ¿es consciente de que sobrevivirá al animal?

Todo el mundo sabe que lo normal es que la mascota va a vivir menos. Hay que asumir que vas a vivir su muerte, pero la mayor parte de las personas que se hacen con un animal de compañía no piensan en el día que se va a morir. Por eso, yo dejo trípticos en las clínicas veterinarias para que la gente se quede con la idea de que existe la incineración. Pero me consta que cuando lo leen nunca piensan que lo van a utilizar ellos.

¿Y llegado el día de la muerte de la mascota?

Ese día no están para atender nada de lo que se les diga sobre la incineración. Por eso, yo intento que interioricen todo acerca de la incineración antes de acudir al veterinario para la eutanasia.

¿Usted, como veterinaria, tuvo que poner muchas inyecciones para llevar a cabo la eutanasia?

Sí, desgraciadamente, muchas.

A pesar de ser una profesional, ¿qué sensación tenía?

Aunque hay gente que es más dura que otra, yo siempre he sido muy sensible para esto.

¿Quién sufre más?

La familia, porque el animal no sufre. Primero se le pone un sedante y luego lo eutanásico, que es una anestesia en dosis muy alta. La inyección es un momento de cariño porque de esa forma se evita que siga sufriendo. Pero lo más duro es ver la tristeza de la familia. Te cuentan todo lo que suponía para ellos.

En el momento de la incineración ¿también se repiten esas escenas?

Sí, claro. Hace poco una señora me contaba que desayunaba todos los días con su perrito..., y eso te toca la fibra.