Tiene un don, el arte de volar sobre las tablas. Viéndole en escena, casi se diría que Igor Yebra es un ser mitológico, una suerte de Pegaso alado que se mueve con la majestad de un águila y la destreza de un leopardo en caza. Es tan hermoso el felino movimiento que tanto él como su partenaire, Oxana Kucheruk, merecen aparecer en los soberbios documentales de National Geographic, donde la naturaleza se muestra en todo su esplendor. En su lugar, ayer aparecieron en el Teatro Campos para estrenar el ballet clásico Giselle, acompañados por el Ballet Nacional de Lituania. No por nada son las dos estrellas más rutilantes del Ballet de la Ópera de Burdeos; dos aves del paraíso que ayer surcaron los cielos con la música de Adolphe Adam y la coreografía de Jean Coralli y Jules Perrot.
Fueron testigos de tan grande armonía el lehendakari Juan José Ibarretxe, Begoña Arregi, Miren Urkijo; la diputada de Cultura, Josune Ariztondo; el padre del bailarín, Adolfo Yebra; Begoña Ruiz de Erentxun, Begoña Artabe, Juan Izquierdo; el presidente de la SGAE en el País Vasco, Ignacio Casado, quien también andaba en danza, de acá para allá, atento a que todo discurriese por buen cauce; Begoña y Marije Errasti, Guadalupe Arrieta, Teresa Egia, Cristina Marín, Delsy Fernández, María Elena Díez, Ainara Sarmiento, María Jesús Olabarria, Miguel Salazar, Gloria Hernández, José María Igartua, Begoña Solano, Miren Álvarez, Juan Carlos Aranguren, María Ángeles Iturribarria, Maite Alonso, Nekane Azkuenaga, Idoia Beltrán, acompañada por Saioa Ortiz y Matxalen Uribe, las tres encendidas seguidoras de Igor; Inés Orue, María Luisa González y así hasta poblar el patio de butacas para verle a un hombre volar.
El espectáculo fue sensacional, a la altura de lo que prometía. Ocurre cada vez con más frecuencia que las promesas del programa de mano se rompen como si fuesen palabras de novios despechados. Sustituciones de última hora, bajas formas o cantos de gallo; bajonazos de tensión en lo que se esperaba... ¡Cualquier cosa! Es de agradecer, por todo ello, que un espectáculo alcance la temperatura que se le supone, llegue al corazón de los presentes y levante una ola de ovaciones. Eso es lo que ocurrió ayer, al menos al sentir de Julita Madariaga, Teresita Ortuzar y Begoñita Uriarte. Entre las tres suman taitantos años (tantos taintantos que rondan los tres siglos...) y mantienen esa inocencia de llamarse así entre ellas, con el aprecio del diminutivo. Compartieron su ilusión con Juan Carlos Madariaga, Cristina Muñoz, Margarita Zarate, José María Bilbao, María Ángeles García, Alazne Ormaetxea y una legión de amigos de la tensión relajada que se posa en el ballet cuando se ejecuta con precisión.