La letra pequeña y el uso de la lupa
Hubo un tiempo en que la lectura era un sacrificio. Cuando estaban prohibidas determinados títulos o cuando la editoriales publicaban aquellas letras cejijuntas y arracimadas, a escala propia de los habitantes de Lilliput. Había que leer, ¿se acuerdan?, a escondidas o con lupa. Todo eran juramentos e imprecaciones, como si la lectura fuese el acto esencial de la vida de miles de ciudadanos. Aquellos días se los llevó el carnero a los infiernos y llegó la apertura. De librerías, de clubes y centros de lectura. En los cafés era casi obligado llevar un libro bajo el brazo y nada resultaba más placentero que una tarde de lluvia, los confortables brazos del sofá abiertos de par en par y un libro a la espera. Digo era porque ya no hay tardes enteras libres aunque llueva, porque los sofás de anchos bíceps no caben en hogares de estrechos salones; porque los libros ya no esperan a nadie y porque buena parte de aquella plácida vida se fue al carajo.
¿Por qué no se alza la voz contra la dictadura del ocio audiovisual o dinámico...? Puede decirse que, siendo los periódicos, como son, artículos de letra impresa, bien harían en defender su territorio. Para explicar esa pasividad -cuando no la rendición y el cierre...- basta acordarse de la famosa historia de Kruschov. El dirigente ruso pronunciaba un discurso en el parlamento de su país en el que hacía una encendida denuncia de los crímenes de Stalin. De repente una voz gritó: "Si Stalin era un criminal... ¿por qué se callaban ustedes?" Kruschov preguntó quién había sido el autor de esas palabras pero nadie dio la cara, así que se limitó a contestar: "¿Prefiere usted callarse? Pues por esa misma razón nos callábamos todos". Y siguió con su discurso.
Basta ya de lamentaciones. La historia que hoy vengo a contarles es una narración de partizanos, de la dura gente de la resistencia que ha parapetado los muros de la literatura. Ayer, sin ir más lejos, respondieron a la llamada de La Casa del Libro, a la altura del número nueve de Alameda Urquijo. La propuesta, realizada al alimón con la editorial Páginas de Espuma, consistía en juntar a tres escritores para hablar sobre el relato breve, las narraciones cortas, los cuentos y los microrrelatos. Fueron elegidos para la ocasión Pedro Ugarte, Txani Rodríguez y Jon Bilbao, tres letrudos de la distancia corta. El librero Txema García hizo el juego de maestro de ceremonias, dándole voz a uno y quitándosela al otro para ganar en agilidad, cualidad propia de ese género literario. Testigos de todo ello fueron el anterior rector de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU), Juan Ignacio Pérez, Aintzane Fernández, el escritor Fernando Palazuelos, Cristina Morato, Mari Carmen Ortiz, Maite Zaldua e Idoia Muñoz, quienes se dedicaron a escuchar desde la distancia, Olga Etxebarria, Joseba Mendizabal y un escaso reducto de gente que aún considera este tipo de encuentros como un alimento para el alma.
Algo semejante piensa el cocinero Oskar Alberdi. Cerrado el restaurante, se ha convertido en un buhonero del verso. Resulta que ahora recorre locales de medio Bilbao con un músico a cuestas y la vocación de que un puñado de principiantes de las letras acudan para leer sus primeros escritos. Quienes han visto el espectáculo aseguran que si bien falta calidad en ocasiones nunca hay escasez de frescura en lo escrito ni carencia de pasión en la lectura en público. Hoy pasará el carromato de Oskar por el bar La Carolade Olabeaga y se espera que se repita el fenómeno: tres docenas de literatos empedernidos acercándose al local para calentarse al fuego de las recitaciones y lecturas dramatizadas.
¿Son pocos los hijos de las letras...? Según se mire o según se compare el recuento. Otro puñado de admiradores se acercó hasta la biblioteca de Bidebarrieta, donde los escritores Seve Calleja e Inazio Mujika conversaron con la también escritora María Eugenia Salaverri en busca de la difusa frontera entre la literatura juvenil y de adultos. Carlos Martínez, Beñat Oñaederra, José María Alonso y otro puñado de gente admiradora de la lectura se acercó a escuchar con atención.
Tampoco perdieron el paso y los sonidos de la tarde los muy habituales poetas de los martes. Como ya les he contado en más de una ocasión, Fernando Zamora, Misere Josephe y la legión de líricos que les acompañanson inasequibles al desaliento. Ayer se reunieron de nuevo en los salones del hotel Barceló Nervión, donde José Antonio Rodríguez mantiene latente el pulso de la ciudad. Lo hicieron, en nombre de la Asociación Artística Vizcaina, para la lectura y estudio de la obra Crisol Poético, Tesón y vuelo de ocho poetas hispanoamericanos, que recopila una selección de poemas de escritores vascos y chilenos entre los que se encuentran Elsie Wood, David Tijero Osorio, José Serna Andrés, Lucy Sepúlveda Velázquez, Albertina Mansilla, Octavio Fernández Zotes, Antonio Casado Da Rocha y Francisco Carrasco Iturriaga. Todo ya, digo, con tal de que no desaparezca de nuestras vidas la sacrificada lectura.
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