Así como se prestigian los lazos invisibles pero inquebrantables de los hermanos de sangre, bien pudiera hacerse algo semejante con los hermanos de tierra, si es que esa expresión cabe. Lo digo porque acaba de vivirse una experiencia que acredita esta hermandad. El escenario del prodigio fue el batzoki de Galdakao, heredero de aquel otro que abrió sus puertas en la casa roja del municipio hace ya unos años. Aulas para la enseñanza y despachos para la administración; sala de juntas y cuarto de reuniones. El batzoki es un dédalo de instalaciones donde la vida fluye y no para. Tal es así que aún se recuerda aquel día en que la magia oriental se apoderó de sus venas y el espacio, abierto para todo el pueblo, se convirtió en una auténtica haima árabe durante la celebración de la fiesta de bienvenida de Lala, una pequeña de un mes de edad que entró a formar parte de las sociedades vasca y saharaui entre los aromas del incienso y el cuscús. Lala es hija del pueblo y de Fatimetu y Alem, vecinos también de Galdakao y que acuden con relativa frecuencia hasta los campamentos de refugiados de Tindouf. He ahí un ejemplo de integración.
Ayer, ya digo, se vivió otro. Fue una cata singular: jamón patanegra y txakolí; el cerdo y la uva encontrándose sobre una mesa para recreo de quienes estuvieron presentes en la cita gracias a Jesús Mari Larrinaga, Gorka Azpitarte, Ricardo Pacheco, Elena García y los mosqueteros del cuchillo de hoja fina, Alejandro Prieto e Iñigo González. No fue el encuentro de dos desconocidos, insisto, sino de dos de los grandes: Jamones Claudio y txakoli Oxinbaltza, divinas palabras sobre la mesa, como hubiese escrito el hambriento Gabriel Valle-Inclán.
Todo tuvo, además de los suyos propios, el sabor de la cercanía. Entre saludos y abrazos, atraídos por la fragancia de la buena mesa pero retenidos por la amistad que se profesan, los invitados disfrutaron de una cata sensacional de jamón y txakoli. Entre bastidores, Cirilo Dávila iba y venía, atento para que todo discurriese con calidez. Lo logró. Enrique Bidart y Jesús Ibañez ejercieron de anfitriones al caer de la tarde, cuando los últimos niños abandonaban las aulas del batzoki, con esa felicidad irrecuperable de la infancia, cuando el toque de campana, ¿se acuerdan...?, anunciaba el cese de las obligaciones escolares.
Fue, como ya supondrán, un encuentro feliz. De él disfrutaron Idoia Zenarrutzabeitia y su hermano Aitor Zenarrutzabeitia, Asier Alonso, Justo Iraurdi, Iñigo Llona, Miguel Montero, José Carlos Bada, Ángel Apeztegia, Javier Bidaurrazaga, Juanma Yurrebaso, Javier Belarrinaga, Aitor Bikandi, Joserra Gutiérrez y un buen puñado de amigos que se encontraron y disfrutaron alrededor de la mesa.