Un siglo después de que se ejecutara la anexión de Deusto y Begoña a Bilbao, resulta curioso recordar que uno de los grandes motivos para que esta unión se fraguara fue el elevado coste de las viviendas de la villa desde su origen. Si en 1900 la capital vizcaina contaba con 81.956 habitantes, apenas veinte años después esa población era de 134.870. Ese apabullante incremento a principios del siglo XX hacía imperiosa la necesidad de ampliar terrenos y una forma para que la villa creciera, sin que los solares de Abando, donde poco a poco se empezaba a construir, vieran mermado su valor, fue absorber las anteiglesias cercanas. Mañana, 1 de enero de 2025, se cumple el aniversario de esta anexión que no fue, ni mucho menos, sosegada. Sin embargo, la resistencia fue desigual entre los tomateros y los matsorris, como se conocía a los habitantes de Deusto y Begoña. La clave, como en casi todos los conflictos territoriales, está en los intereses económicos de unos y de otros.

La fundación de la villa, datada en 1300 hereda la antigüedad de Begoña, porque entonces Bilbao era el puerto de Begoña”, explica el historiador Eduardo J. Alonso sobre el terreno que corresponde desde la iglesia de San Antón hasta la actual casa consistorial. Para mediados del siglo XIX, la jurisdicción original de Bilbao ya estaba repleta de edificios. Por lo que solo quedaba crecer. Ya en 1860 se plantea que el ferrocarril llegue a los terrenos de la anteiglesia de Abando, donde se estableció la Estación del Norte. “El primer ensanche de Bilbao se va a plantear hacia Abando pero también hacia Begoña; de hecho, el Campo Volantín, hasta La Salve, pasa a ser Bilbao en 1870”, concreta el historiador sobre estos crecimientos limitados. En agosto de 1911, con Federico Moyúa como alcalde, Bilbao ya solicita a las Cortes la adopción de una ley para anexionar Begoña y Deusto.

En esa época Abando ya había comenzado a edificarse, sobre todo en las inmediaciones de la Plaza Circular, con Buenos Aires y Hurtado Amézaga, y poco a poco, hacia la Plaza Moyúa. “Había un montón de solares en los que construir pero eran extraordinariamente caros, sobre todo desde finales de la I Guerra Mundial”, asevera Alonso, quien apunta que solo las grandes fortunas del momento podían acceder a los mismos. Mientras tanto, Begoña contaba con una zona densamente poblada en la zona de las calzadas hasta la Basílica, con unos 11.400 habitante, y dos focos de actividad industrial: la fábrica Echevarría donde el está el actual parque Etxebarria y la fábrica Santa Ana de Bolueta. “Había un montón de metros cuadrados disponibles, pero muchos de ellos en cuesta, con problemas de urbanización, lo que hacía que repercutiera en su precio”, expone el historiador, quien puntualiza que la Campa del Muerto, en Santutxu, comenzó a edificarse hacia los años 20 con casas baratas.

Por otro lado, ya había zonas que habían ido construyéndose a lo largo de Alameda Mazarredo hacia el Euskaduna, que como astillero estuvo en funcionamiento desde 1900. “Muchos de sus trabajadores vivían en Deusto, porque había botes que pasaban la ría”, indica sobre el barrio que entonces sumaba 8.799 vecinos que llevaban una vida completamente rural. La población se concentraba alrededor de la iglesia de San Pedro y en la zona de la ribera, donde con el desarrollo de la industrialización aparecen las primeras fábricas. Por otro lado, Deusto estaba más lejos de Bilbao y, de hecho, hasta 1870 estaba separado por Begoña. “Sin embargo, tiene la ventaja de tener un terreno más plano, donde se podían construir casas más baratas. Además, estaba pegado a la ría, por la margen derecha, a otra zona de expansión, como era San Mamés”, apostilla.

Resistencias

“Las dos anexiones son diferentes”, reflexiona por su parte Ana Salas, investigadora, quien apunta que Begoña va “sufriendo” la pérdida de territorio poco a poco. De hecho, mucho antes de ese gran bocado que la villa dio a la anteiglesia en 1870, menciona la creación del cementerio de Mallona, en 1828, en Begoña. “Fue un negocio. Bilbao tuvo que indemnizar a Begoña por esos terrenos, aunque después hubo discrepancias: no me has pagado lo que me tenías que pagar o te has retrasado...”, expone la investigadora, quien indica que por la cercanía de la anteiglesia al Casco Viejo, se daban situaciones curiosas. En el inicio de la calle Iturribide, llamada Iturralde, había una acera que correspondía a Begoña y otra a Bilbao.

“Había vecinos que veían que los de enfrente tenían alumbrado o sistema de alcantarillas, el sereno llegaba hasta ahí... Y entonces hay gente que comienza a interesarse por pertenecer a Bilbao”, indica sobre los motivos por los que algunos vecinos de Begoña no pusieron tanta oposición a la anexión.

Sin embargo, Eduardo J. Alonso afirma que había muchos ciudadanos de las anteiglesias que “percibían que no tenían nada que ver con Bilbao”, por lo que hubo resistencias a la unificación. “¿Qué era mejor? ¿Ser cabeza de ratón o cola de león? Había muchos que preferían ser cabeza de ratón y tener menos población pero un ayuntamiento y una iglesia, un pasado que defender”, apunta el historiador. La misma percepción muestra Salas: “La mayor parte de la burguesía no lo ve con buenos ojos, porque para ellos supone una pérdida de estatus social y político. El burgués de Deusto o de Begoña era la alta sociedad, pero si lo llevabas a Bilbao, a codearse con los Chávarri, los Epalza o los Allende, salían perdiendo. Porque no pertenecían a la burguesía de las grandes navieras, los altos hornos o del Banco Bilbao, sino a una burguesía media, con negocios, acomodada”, evidencia.

No obstante, J. Alonso asevera que había intereses, siempre económicos, de índole local que habría que matizar. “Los Zubiria y los Ibarra eran grandes propietarios de Deusto y estaban a favor de la anexión porque eso beneficiaba a sus inversiones en Abando”, especifica. En ese sentido, Ana Salas apunta que había muchos propietarios de tierras que veían que podían emplearlos para hacer especulación inmobiliaria. Sin embargo, había otros que intuían que al tener que pagar por impuestos más altos en la villa no les compensaría a sus negocios. “La oposición no estuvo sustentada tanto por una división o por bandos políticos, sino por la situación socioeconómica del entorno”, argumenta el historiador.

En cualquier caso, esa oposición nunca tuvo mucho margen de maniobra. J. Alonso recuerda que la anexión ocurrió durante la dictadura de Primo de Rivera, “con la prensa, lógicamente, vinculada a la censura, por lo que era difícil mostrar desacuerdo públicamente”. En febrero de 1924 Federico Moyúa fue designado alcalde nuevamente, insistiendo en la necesidad de anexionar Deusto y Begoña. “En el pleno de Deusto, con Cirilo Vallejo como alcalde, hubo una votación en la que se dio el visto bueno a la anexión. Pensaban que ya estaba todo hecho y era mejor no prestar resistencia. No oponerse supondría poder negociar buenas condiciones para la anexión”, revela Ana Salas. Sin embargo, desde Deusto hubo una oposición organizada, con comisionados que acudieron a Madrid a defender los intereses de la anteiglesia contra los argumentos que alegaba Bilbao.

Aprobación

Finalmente, el 29 de octubre de 1924 fue aprobada la anexión completa por un Real Decreto firmado por el Gobierno de Primo de Rivera. Una comitiva bilbaina se dirigió en 17 automóviles a los consistorios de las dos anteiglesias para tomar posesión de sus términos territoriales. En el caso de la República de Begoña, su alcalde Ernesto Allende hizo entrega de la makila al regidor bilbaino Federico Moyúa, quien en su alocución pidió respeto para los territorios anexionados. Los actos de las anexiones finalizaron en Atxuri con la lectura de la Carta Puebla ante la escultura de Don Diego López de Haro, flanqueada por los pendones y makilas de Begoña y Deusto. Elementos que se conservan actualmente en el Ayuntamiento de Bilbao, donde están expuestos al público. Con ello, Bilbao comenzó una nueva era en la que ganaba, más que población, nuevos terrenos en los que ir ensanchando sus límites hasta ser la villa que es hoy.