Dejar de pertenecer a una pequeña anteiglesia para pasar a formar parte de una villa que multiplica su población por diez tiene varias consecuencias, como pudieron comprobar de primera mano los vecinos de Deusto y Begoña tras la anexión a Bilbao. Una de ellas fue que la casa consistorial estaba más lejos y, por lo tanto, las necesidades particulares de los ciudadanos anexionados más alejadas de las prioridades de los gobernantes. Además, el Ayuntamiento de la capital vizcaina cobraba impuestos más altos, lo que repercutió directamente en la economía doméstica de centenares de vecinos que estrenaron el gentilicio de bilbaino. Asimismo, se daba una peculiaridad que generó diversos conflictos en el ámbito de las sucesiones: mientras en las anteiglesias se aplicaba el derecho civil foral, en la villa se aplicaba el derecho civil castellano.
Este dualismo legislativo comenzó a producirse en 1870, cuando se llevó a cabo la anexión de parte de Begoña. A partir de ahí los juristas se encontraron con problemas a la hora de decidir qué derecho aplicar. Y no solo afectó a Bilbao, sino a otras localidades de Bizkaia que también protagonizaron anexiones, como la anteiglesia de Arbácegui y la villa de Gerricaiz o la villa de Guernica y la anteiglesia de Luno. “En Bizkaia hay un elemento importante que es la aplicación del derecho civil foral, el derecho nativo, en el ámbito de los testamentos y sucesiones”, explica el historiador Eduardo J. Alonso, quien indica, no obstante, que esa aplicación se circunscribía a las anteiglesias. Mientras tanto, en la villa se aplicaba el derecho civil, lo que generaba un sistema de herencias distinto.
De hecho, la investigadora Ana Salas apunta que cuando alguien fallecía no era suficiente con decir que era un ciudadano de Bilbao. “Si era de Santutxu se le aplicaba el derecho foral, pero si era del Casco Viejo, el derecho castellano. Y si quien moría tenía una casa en Abando y otra en Begoña, había que ver qué se aplicaba en cada caso”, detalla, antes de explicar que “hay casos registrados en los que se tuvieron que hacer dos testamentarias, es decir, dos expedientes de herencia”. En ese sentido, el historiador J. Alonso asevera que “en algunos casos se produce la incorporación a Bilbao, pero se sigue aplicando el régimen foral y, en otros, no”. Y cita, por ejemplo, la calle Alameda San Mamés, donde según dónde vivía uno se aplicaba un derecho u otro. “Había gente que no quería renunciar a ese derecho civil foral y este es uno de los motivos por los cuales una vez que se les garantiza aceptan la anexión de mejor grado”, revela.
A medida que los ayuntamientos comienzan a tener más competencias, necesitan más presupuesto para pagar a los funcionarios y las infraestructuras. “En el día a día tampoco hay tantos cambios, pero se notan, por ejemplo, en que los impuestos que se pagan en Bilbao son más elevados”, asegura Ana Salas. “Hay que conseguir tener una masa crítica para tener un mayor número de contribuyentes con los que poder mantener unos servicios mínimos. Y ese dinero tiene que salir de algún lado”, explica el historiador al respecto. Cuando se produce la anexión, Bilbao crece, por lo que tiene más ingresos y más gastos. “Hay un periodo de transición para establecer el régimen fiscal que tenía el Ayuntamiento de Bilbao”, indica en relación a “la contribución territorial”, es decir, el Impuesto de Bienes Inmuebles. “Había recargos que en Bilbao se estaban cobrando y que en Deusto y Begoña no se cobraban. Y eso generó problemas, porque el Consistorio quiso empezar a cobrarlos pero hubo gente que reclamó y se les dio la razón”, argumenta.
Desatención
Por otro lado, la experiencia de anexiones anteriores también sirvió para que Deusto y Begoña supieran qué es lo que ocurriría con sus anteiglesias cuando fueran barrios. “Antes de la anexión ya aducían que Bilbao, al ser tan grande, quería todos esos terrenos solo con la idea de que se convirtieran en suelos para viviendas de obreros y que, después, se iban a olvidar de ellos”, indica la investigadora Ana Salas, quien pone como ejemplo lo ocurrido anteriormente en Zorrotza, donde el estado en el que quedaron las escuelas o las fuentes, el alumbrado o el saneamiento dejaba entrever cuál sería el resultado en Deusto y Begoña. “El Ayuntamiento de Bilbao lo que hace cuando se anexiona a un territorio es desatender completamente todas las infraestructuras que tenía previamente la anteiglesia”, corrobora Eduardo J. Alonso, quien asevera que desde ese momento “no se gasta ni un duro en el mantenimiento”.
Esa más que percepción caló entre los ciudadanos de las anteiglesias y aún hoy hay quien reivindica su independencia. Sobre todo en Deusto, donde hay un fuerte sentimiento de pertenencia. “Sigue habiendo la costumbre de decir: ‘Voy a Bilbao’. Incluso en los barrios alrededor de Begoña que posteriormente han crecido mucho como Otxarkoaga o Txurdinaga”, explica el historiador, quien incluso afirma que también ocurría en otras zonas de Bilbao. “Un archivero del Ayuntamiento de Bilbao, Teófilo Guiard, hermano del pintor, publicó en los años 40 una toponimia de Bilbao. No puso ningún topónimo del otro lado de la ría, de Abando. Y dijo: ‘Claro, porque eso no es Bilbao”, relata como ejemplo J. Alonso, quien afirma que en aquel entonces muchos bilbainos –del Casco Viejo– solamente cruzaban la ría para coger el tren en la estación de Abando y para ir a los funerales de los allegados a la iglesia de San Vicente.