Miguel Caravaca (Madrid, 1979) podría ser un personaje de alguna de sus propias pinturas. O de una foto de Alberto García Alix. O aparecer en un videoclip de Víctor Abundancia y Los Coyotes.

Es un castizo posmoderno. Gasta camisa entallada con flores bordadas, cinturón ancho con hebilla metálica, tejano ajustado acorde con la camisa y botín de roquero fino. Se toca con un panamá, pero podría tratarse de un sombrero cordobés o un Stetson, según por dónde venga el día.

Caravaca es un castizo sofisticado. Prescinde en su forma de hablar con el flagelo de las ges y las jotas propias del foro. Tampoco tira de latiguillos de moda. Es un pintor. Lo suyo son los acrílicos sobre lienzo y los esmaltes de color. Se inspira en Picasso, en Francis Bacon, en el arte callejero del Madrid de finales de siglo. Referencias de alguien que se adivina leído.

Le pueden encontrar en el salón al fondo de la planta baja del Hotel Ercilla, más allá de la recepción y del bar americano. Su figura resulta inconfundible dentro de la exposición De purísima y oro que presenta en Bibao con el patrocinio del propio hotel y el BBA.

Vemos la silueta de un toro, retratos de una pareja, un matador ¿En qué consiste esta muestra?

—Se trata de una exposición monográfica homenaje al maestro icono del toreo, Manolete, por el 75 aniversario de su muerte, el 28 de agosto de 1947 en Linares.

Que un artista joven se embarque en la realización de obra abundante sobre la figura de alguién del universo del blanco y negro como Manuel Rodríguez, Manolete, llama la atención. ¿A qué se debe?

—Desde el principio me he interesado por pintar tauromaquia. La afición me alcanzó muy pequeño: tengo familia muy aficionada, incluso hay algún crítico taurino en ella.

El centro del espacio expositivo lo domina la silueta de un morlaco con el hierro de Miura bien claro en los cuartos traseros.

—Islero es el toro de Miura que esa tarde fatídica acabó con la vida de Manolete. Debía tener su lugar aquí porque es el otro gran protagonista de ese día.

También ocupa un lugar importante la figura de Lupe Sino, la actriz, casada con un ofical del ejército repúblicano que se convirtió en el gran amor del matador.

—Lupe Sino fue la novia de Manolete en un tipo de relación que entonces no estaba bien vista. En la posguerra tenías que estar casado para algo así. Ese aspecto demuestra que Manolete era un transgresor y un adelantado a su tiempo no solo dentro del ruedo, también fuera.

Pasando del tema a lo pictórico. Salta a la vista la influencia del Picasso cubista del ‘Guernica’ pero también hay algo de pop-art y más corrientes contemporáneas.

—Voy cogiendo la inpiración de varias fuentes. Picasso para mí es el referente, el maestro. Creo que todos le debemos algo a Picasso. Yo le admiro y bebo mucho de sus recursos. El colorido es más pop. Se trata de una mezcla: meto todo en la batidora y sale esto.

Para terminar ¿qué espera Miguel Caravaca de Bilbao?

—Espero pasármelo bien después de tres años sin Semana Grande y sin corridas generales. Estoy contento de encontrarme aquí y de poder disfrutar de la fiesta.