La imagen actual de un Ensanche bilbaino bullicioso, con gran actividad y desarrollado completamente a nivel urbanístico cuenta apenas con unas décadas de vida. Buena prueba de ello es la instantánea superior tomada por el mítico fotógrafo bilbaino Germán Elorza en 1927, todavía no hace un siglo, donde se observa cómo la zona en torno a la plaza del Sagrado Corazón se mostraba a vista de pájaro bastante desangelada. Tanto, que entonces los bilbainos denominaban al tramo de la Gran Vía que iba más allá de la plaza Moyua como la prolongación. Entonces, el espacio circular no estaba dedicado a la estatua sobre el gran pedestal. Su nombre era plaza Bélgica, sin duda bautizada así por las filias presentes tras la primera Guerra Mundial. A su alrededor, los solares apenas mostraban edificaciones excepto las de alguna familia de alcurnia como los Escoriaza. Esta saga, cuya fortuna se generó a finales del siglo XIX en Cuba, era la propietaria de toda la parcela esquinera que mira al Sagrado Corazón limitada entre las actuales Sabino Arana, Gran Vía y Licenciado Poza. En la imagen se ve el gran espacio verde completamente vallado que albergó una pequeña pista cementada para andar en bici donde ahora se levantan el hotel Villa de Bilbao, la sede del Gobierno vasco y varios edificios de oficinas, incluida una comisaría de la Ertzaintza. Más a la derecha, el Palacio de los Escoriaza –obra del arquitecto Leonardo Rucabado– se muestra parcialmente. Un edificio de alto standing con torreones, columnas de mármol en su entrada, un riachuelo en sus amplios jardines –el arroyo Elguera que bajaba del Pagasarri hasta la ría– e incluso capilla propia. Una gran construcción que sobrevivió durante muchas décadas y que tras ser alquilado por la familia después del reparto de la herencia se convirtió en 1943 en la primera sede del Colegio de las Hijas de la Pureza. Hoy en día y tras el derribo del palacete y la venta de los terrenos a las monjas, la actividad docente prosigue en un moderno edificio construido en los años 70 y que sirvió para abrir la calle Rodríguez Arias hasta la avenida.

Una gran artería con jardines alargados, que entonces llevaba el nombre de Alfonso XIII, y que se ve muy pobre, sin tráfico, sin árboles, sin paseantes apenas por las aceras. Sí se observan los jardines de la Casa de la Misericordia con unos vegetales ya frondosos entonces y destaca que la prolongación acababa en la plaza. No continuaba más allá de la parcela donde décadas después se levantaría el edificio de Tráfico.

Vacíos están los solares entre la Gran Vía y la arteria que delimitaba con el nuevo parque urbano diseñado en el plan del Ensanche, hoy bautizada como Anselmo Clavé. Eso sí, una zona verde bastante raquítica aún donde destaca más la pérgola, ya finalizada en 1927, que la riqueza de árboles de porte. Incluso la abundancia de vegetales con corteza presente en la zona del lago de los patos, se antoja poco frondosa.

Colindantes, los pabellones de los Astilleros Euskalduna se apelotonan en torno a la orilla de una ría que todavía era barrera insalvable para esta nueva zona del Bilbao del siglo XX. Más allá, la Campa de los Ingleses –hoy Abandoibarra– mostraba su carácter de erial abierto, apenas salpicado por algún almacén y delimitada por el aserradero de vapor de La Compañía de Maderas, creada en 1908 y cuyo solar ocupa ahora el Museo Guggenheim. Cuando se obtuvo la instantánea, el Ayuntamiento ya había tomado cartas en el asunto con la construcción del puente de Deusto. Son visibles los soportes de hormigón construidos en la margen izquierda desde los que se tenderían después las dos hojas del viaducto abatible.

Fue la prueba de la extensión de la villa hacia una anteiglesia de Deusto que, en zona ribereña al menos, estaba más poblada que el propio Ensanche, con una Universidad de los Jesuitas en plena expansión, palacetes y caserones que miraban a una ría ya industrializada y donde, ahí sí, la actividad comercial y marítima estaba en pleno apogeo.

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