El milagro del vino
El caldo peleón se convertirá en agua clorada para piscinas y las barricas, en máquinas de musculación
Bilbao
EL vino ya no será la razón de ser del edificio diseñado por el arquitecto bilbaino Ricardo Bastida en la primera década del siglo XX. En pocas horas, el caldo peleón se convertirá en el agua clorada de las piscinas, los pellejos, en butacas y las barricas, en modernas máquinas de musculación. Han pasado 101 años desde que el viejo almacén de vinos se instalara en Indautxu, una zona residencial destinada en aquella época a las clases acomodadas de Bilbao. Mantuvo sus señas de identidad hasta finales de los años setenta, cuando el vino de pasto dejó de formar parte de la dieta alimenticia. Cayó en desuso y fue el momento de buscar otro destino al singular edificio. DEIA ha realizado en las últimas semanas un amplio recorrido por la historia de uno de los símbolos más emblemáticos de la villa.
La serie comenzó echando un vistazo retrospectivo a la génesis del proyecto. Ante la necesidad imperiosa de construir un gran almacén de vinos en Bilbao, Bastida, el joven arquitecto municipal, ideó un edificio industrial con apariencia residencial. Según contó a DEIA el arquitecto Elías Mas, uno de los mejores conocedores de la obra de Bastida, "el mérito fue conjugar dos conceptos: practicidad y estética". Diez años después de su inauguración, el 21 de mayo de 1919, el edificio fue pasto de las llamas. Durante las labores de extinción falleció un bombero. Las pérdidas fueron millonarias. Sin embargo, el almacén se recuperó del trágico incendio. Así, hasta que en 1966 se suprimieron los impuestos municipales sobre el vino, momento en que el Ayuntamiento instó a los inquilinos a abandonar el edificio. Los vinateros, José Mari Arrate, Juan Fermín López Nájera y Juan Cruz Medrano recordaron para los lectores de DEIA la vida en la Alhóndiga. El olor a vino, la dureza del trabajo, "porque todo se hacía a mano", la competencia, la amistad y el respeto fueron algunos de los aspectos que destacaron estos tres históricos vinateros, dos de ellos instalados hoy en día en Gaztelondo, la nueva Alhóndiga de Rekaldeberri. Contaron también cómo fue el traslado a unas dependencias más modernas pero también "más alejadas del centro de la ciudad". Atrás dejaban un edificio que había marcado parte de sus vidas. Se quedó vacío pero no en el olvido.
Los alcaldes de la villa, una vez superada la etapa franquista, quisieron darle vida de nuevo al edificio. Así, por ejemplo, José María Gorordo quiso crear un gran centro cultural. Para ello contrató al escultor Jorge Oteiza y al arquitecto Sáenz de Oiza. Entre los dos diseñaron el polémico cubo de cristal, que nunca llegó a construirse. Ortuondo pretendió convertirlo en un Palacio de Deportes. Tampoco cuajó la idea. Hasta que llegó Azkuna a la Alcaldía y decidió que había que hacer un centro cultural y de ocio.
El actual alcalde se entusiasmó con el diseño de Philippe Starck, que ha acabado siendo una realidad. El propio Starck está tan orgulloso de su obra que ha llegado a asegurar: "Es uno de los mejores proyectos que he hecho en mi vida". Los bilbainos también están orgullosos, tal y como lo demuestran los testimonios de tres personas que DEIA eligió para realizar una visita guiada: la arquitecta Gloria Iriarte, la jugadora de fútbol Iraia Iturriaga y el empresario Julio Alegría. Todos se mostraron entusiasmados con la remodelación del edificio. Ahora deberán ser los usuarios quienes decidan si cumple con las expectativas que se han creado en los últimos meses. El público podrá comenzar a disfrutar de sus instalaciones de forma paulatina. El jueves abrirá sus puertas con una exposición multidisciplinar titulada Proyecto Tierra. A partir de ese momento se producirá el milagro del vino en la Alhóndiga.