EL Bilbao Basket sigue sin dar motivos para que sus aficionados abandonen la preocupación y el pesimismo que Álex Mumbrú dice entender. En esta temporada tan extraña y marcada por la influencia de la pandemia de coronavirus, resulta imposible hacer predicciones, pero a estas alturas el equipo vizcaino es un firme candidato al descenso porque su situación es mucho peor de lo que parece si se mira a una clasificación ficticia. El duelo de ayer suponía robarle uno de los comodines al Obradoiro, que con su triunfo se coloca a tres partidos de distancia de los hombres de negro, pero con cuatro menos disputados. Del mismo modo, el Estudiantes, que solo tiene cinco victorias, parece cerca, pero también es una sensación irreal porque los colegiales tienen cinco encuentros pendientes y a poco que sumen se alejarán. Y el Real Betis, que también tiene cinco triunfos, tiene un partido menos que el Bilbao Basket, al que aún le queda por consumir su jornada de descanso.

En aquel ya lejano choque en Sevilla que precedió a la tormenta de desgracias que ha destrozado los planes de Álex Mumbrú y del club, los bilbainos aprovecharon la presión que pesó sobre los béticos y ganaron tras una semana sin entrenarse. Ayer el Obradoiro llegó después de un mes sin competir y no se le notó porque el Bilbao Basket tampoco supo sacar a relucir las debilidades de los gallegos. Resulta frustrante por repetitiva la manera en que el equipo se desconecta de los partidos, hace aflorar todas su carencias ante cualquier rival y encaja parciales que luego le obligan a remar sin ningún éxito contra la corriente. Porque a estas alturas de la temporada ya no le vale con estar cerca de los rivales, tiene que estar por delante y, a poder ser, cuando suena el bocinazo final.

Este Bilbao Basket limitado de talento tiene que hacer muchas cosas bien para aspirar a ganar partidos, pero resulta imposible cuando la mayoría de sus jugadores están lejos de su mejor nivel. Entre los que acaban de salir de lesiones y no están a tono y los que parecen acusar ya el peso de la temporada, es un equipo cogido con alfileres que se deshace en cuanto los rivales elevan el listón físico. A veces, ni siquiera eso, porque el partido de ayer cambió en cuanto Moncho Fernández dio entrada en cancha a Albert Oliver, un jugador de 42 años que puso inteligencia donde los bases del Bilbao Basket solo encontraron caos. La labor de Jonathan Rousselle y Ludde Hakanson lastró ayer absolutamente a su equipo porque nunca encontraron las soluciones que se necesitaban.

errores en cadena Oliver puso una trampa al sueco en su primera rotación, que fue dejarle tirar, y Hakanson acumuló errores. Después de mes y medio fuera y una condición física endeble, no parecía razonable que el base nórdico fuera el jugador con más lanzamientos hasta muy avanzado el partido, más que nada porque es un jugador que mentalmente no soporta muy bien los fallos. Y Rousselle, en lugar de proteger a su compañero con inteligencia, arrancó el tercer cuarto sin brújula y con tres faltas seguidas y dos bandejas erradas obligó a Mumbrú a mandarle al banquillo y recurrir otra vez a Hakanson, que no estaba para jugar tanto como quince minutos. Así, al de poco tiempo, tuvo que volver a aparecer Jaylon Brown como base con lo que los tan deseados beneficios del regreso a la rotación primigenia no se vieron por ningún lado.

También se suspiró por la vuelta de Balvin, que atrapó catorce rebotes, pero anotó sus primeros puntos a dos minutos del final porque no se le crearon buenas opciones para recibir en ventaja cerca del aro. Y el renovado Jenkins, considerado una de las esperanzas para la salvación, acabó con solo once tiros a canasta en casi 28 minutos de juego. Zyskowski volvió a quedarse en doce minutos de juego y Reyes no compensó esas ausencias, como si hizo en Turquía. Con todo esto, el Bilbao Basket resulta un equipo indescifrable, que no destila confianza ni muestra claramente quienes son esos referentes a los que acudir para alimentar el optimismo. Ha habido ya unos cuantos cambios, Mumbrú intenta muchas cosas, pero ninguna sale, y fiarlo todo a los partidos ante rivales directos es jugar con fuego. El partido de ayer se aguardó como el del inicio de la reacción, pero el equipo sigue sin avanzar, no se atisban cuáles pueden ser las soluciones a aplicar ahora cuando ya se han consumido muchas y el futuro cada vez ofrece menos oportunidades.