OMPETIR. Con los pies en el suelo, pero competir. Contra cualquiera, sin importar rangos identidades ni presupuestos. Antes de que el guion de la temporada 2019-20 empezara a escribirse, allá por el mes de septiembre, este era el gran objetivo de un Bilbao Basket que regresaba a la Liga Endesa tras un año en el purgatorio de la LEB Oro. No era, desde luego, el del conjunto vizcaino un discurso llamativo porque es precisamente a eso, a competir, a lo que aspira cualquier equipo de cualquier deporte. Pero ocurrió que en su caso las palabras se convirtieron en hechos y los hombres de negro, con el menor presupuesto en plantilla de la categoría y con una importante base de jugadores del curso anterior, han acabado convertidos en la gran revelación de la campaña. Jugaron la Copa, batieron a todos los rivales de Euroliga que aparecieron en su camino antes del parón provocado por la pandemia del covid-19, cuando eran quintos en la tabla, y en esta fase final, en cuadro por las lesiones, no han parado de hacer aquello a lo que aspiraban en septiembre: competir.

El Bilbao Basket ha logrado muchos éxitos llamativos a lo largo de esta temporada. Triunfos de campanillas, victorias en el último segundo, acciones espectaculares... Pero probablemente su mayor mérito ha radicado en haber conseguido un sello propio, una marcada identidad competitiva de la que apenas se ha separado durante todos estos meses y que apareció muy pronto, cosa extraña en un equipo recién ascendido. Pero desde el estreno en la cancha del Iberostar Tenerife, victoria por 67-81, se vio un equipo extrañamente sólido por las fechas y el escaso rodaje, un conjunto con pulso firme en las duras y en las maduras, un grupo humano con las ideas claras y convencido de la propuesta que les llegaba desde el banquillo. Y eso es algo que vale oro.

Durante el verano, Rafa Pueyo, director deportivo, y Álex Mumbrú, entrenador, construyeron un equipo en base al modus operandi que querían inculcar y al juego que pretendían desarrollar. Se entendió que mantener la base del equipo del ascenso (Thomas Schreiner, Jaylon Brown, Tomeu Rigo, Iván Cruz y Ben Lammers) iba a servir para acelerar procesos de adaptación y se apostó por jugadores consagrados en la ACB (Rafa Martínez y Ondrej Balvin), conocedores del baloncesto europeo (Axel Bouteille y Jonathan Rousselle), jóvenes con hambre y calidad (Arnoldas Kulboka, Emir Sulejmanovic y Sergio Rodríguez) teniendo como premisa que no se quería, en absoluto, un colectivo con un par de figurones y un cuerpo de comparsas. Juego coral, esa tenía que ser la clave.

Y la mezcla funcionó desde el primer día. Tras Tenerife llegaron victorias rutilantes ante Valencia Basket, Baskonia y Real Madrid, pero también derrotas tras prórroga como las sufridas en las canchas de Obradoiro y Manresa; una racha de tres partidos seguidos perdidos a la que siguió otra de seis éxitos, incluido el firmado en el Palau Blaugrana que sirvió para lograr billete para la Copa. Y en todas las circunstancias, salvo en la visita al Zaragoza, se vio un equipo aguerrido y compacto, solidario y entregado en labores defensivas y con los roles muy claros en ataque. Bouteille era el referente, el encargado de jugarse las bolas calientes y de llevar el peso anotador del equipo pero sin salirse de la partitura, Brown aportaba la explosividad, Balvin y Lammers se repartían minutos y brillo en el puesto de cinco, Kulboka tenía licencia para fusilar desde la larga distancia metiera o no, Rousselle ganaba en temple y constancia con el paso de las jornadas... Y el resto siempre estaba preparado para dar un paso al frente cuando era necesario.

En enero llegó la lesión de Jaylon Brown y sin él se ganó a Valencia Basket y Unicaja y se compitió dignamente contra el Real Madrid en la Copa. Y para suplirle, con la seriedad económica por bandera, se recurrió a un jugador que llevaba todo el curso sin equipo: Tyler Haws. Y cuando el conjunto malagueño pagó por llevarse a Bouteille y rivales directos se reforzaban, la entidad de Miribilla mantuvo los pies en el suelo y reclutó desde el Estrasburgo a Quentin Serron, un jugador de equipo. Y el Bilbao Basket siguió compitiendo y sumando victorias hasta que el covid-19 interrumpió en marzo su gran temporada. Las lesiones impidieron ver en Valencia la mejor versión de los hombres de negro, pero estar allí, y competir, fue el merecido premio para un equipo con sello propio.

Brown se lesionó y Bouteille cambió de aires, pero los 'hombres de negro' no bajaron su rendimiento ni su nivel de exigencia

El grupo confió en todo momento en la propuesta de Álex Mumbrú y siempre fue reconocible, tanto en las victorias como en las derrotas