LEGA por fin la ansiada final copera de 2020, trasladada insólitamente a este año 2021, en un tiempo tan excepcional en todo. Estamos ante la gran final vasca, la madre de todos los derbis futbolísticos vascos, porque el de Sevilla va a ser probablemente el más destacable encuentro Athletic-Real Sociedad de todos los tiempos. Y ello solo por el premio que conlleva la victoria a un único partido, sin entrar en aquello de la lucha de modelos, que sin duda son estimables con independencia de quién alce esta Copa, momento importante pero no definitivo a la hora de evaluar la trayectoria de cada cual.

La significación para el conjunto del fútbol y del deporte vasco es clara, y el hecho de que nuestros dos principales equipos se disputen el título de Campeón de España lo dice todo sobre su nivel competitivo actual, reflejo de una gran labor realizada hasta el presente. No obstante, más allá del sentimiento de orgullo panvasco que envuelva a los seguidores y seguidoras de uno y otro equipo, y por qué no a euskaldunes que no militen en ambas aficiones, no podemos engañarnos en la preferente y primordial importancia que el ganar tiene para cada uno de los clubes, para el txuriurdin y para el zurigorri. Sentimiento vasco, bien, pero primero sed de victoria.

Para la Real la final de hoy es un momento histórico indudable, por el tiempo transcurrido desde su último título y también desde su misma presencia en una final, algo muy esporádico en la historia del club donostiarra. El hecho de que la ocasión coincida con un enfrentamiento con el rival bilbaino, sabiendo cómo se entiende en el entorno blanquiazul el derbi, no hace sino exacerbar sus ansias de hacerse con el trofeo.

En el caso del Athletic la trascendencia de la final de Sevilla no es menor, pero creemos que bajo un diverso prisma y alcance. No puede para nada desdeñarse el plus que supone un título de Copa ganado al tradicional rival vasco, aunque no sea este el mayor referente de los duelos históricos protagonizados por el equipo rojiblanco. La cita con la historia tiene en todo caso otro contexto, otros precedentes y condicionantes.

A pesar de contar con 24 Copas en su palmarés, el torneo del K.O. "le debe una" (una más) al Athletic. Al menos una. Y la "deuda" se desprende de que son ya cuatro las finales coperas perdidas de las últimas tantas disputadas, tres de ellas cercanas en el tiempo contra el gigante Barcelona de Messi, con el que se verán las caras de nuevo para el mismo fin el próximo día 17, en lo que podría ser otra misión imposible. O no.

En Bilbao se entiende que toca ya volver a ganar la Copa del Rey, es hora ya de conseguir "la 25", puesto que, aún con el reciente (y muy meritorio) éxito en la Supercopa, son demasiadas ocasiones con la miel en los labios. A las finales perdidas de 2009, 2012 y 2015 frente al Barcelona, donde se atisbaba ya lo difícil del reto, ha de unirse, porque viene enseguida a la memoria, la final malograda de Bucarest, en la Europa League frente al Atlético de Madrid, donde sí se acariciaba la posibilidad cierta de un gran título. Pues ahora quizás ocurra algo parecido: los athleticzales creen que es el momento, que es más factible el empeño, por el carácter del rival (con todo el respeto a la Real, que no es el Barsa como recién se acaba de demostrar) y por el empaque competitivo que ha dado Marcelino al equipo, como se puso de manifiesto singularmente con la brillante conquista de la citada Supercopa, dando cuenta nada menos que del Real Madrid y del propio Barcelona.

Ahora bien, gracias a haber accedido, también meritoriamente, a otra final copera, la del curso, que espera su turno en el mismo escenario para dentro de 15 días frente al sempiterno rival blaugrana, el de hoy no es el último tren. En el caso del Athletic, no ha de olvidarse, ésta va a ser la penúltima final.