Antes de abandonar Arabia Saudí, en su análisis de lo sucedido en la semifinal de la Supercopa Ernesto Valverde aludió dos veces a la entidad del Barcelona, la segunda en un tono más subidito. “Hay que ver lo que tenemos enfrente” reiteró para explicar la derrota y no faltó a la verdad. La observación no iba descaminada: el Athletic sucumbió víctima del déficit de calidad que resultaría de la comparativa con el nivel que atesora el conjunto dirigido por Hansi Flick. Pero no fue este el único motivo de la eliminación.

De entrada, porque nunca existe un único motivo detrás de un resultado, sea favorable o adverso. Una segunda razón, que a nadie se le escapa por estar directamente conectada a lo anterior, radicó en la serie de inconvenientes, en forma de lesiones, detectado en la alineación escogida por el técnico. No es que las ausencias de Sancet, Galarreta, Gorosabel, Yeray o Nico Williams, aunque este participase en la última media hora ya con el pescado vendido, supusieran una ventaja objetiva para el rival del miércoles, que lo eran.

El mayor problema que planteó esta circunstancia seguro que fue el efecto que produjo en las expectativas y la confianza del grupo. Ellos, los jugadores elegidos, eran muy conscientes, al igual que cualquiera ajeno a la plantilla, de lo que puede significar negociar en precario una cita así. Un cara o cruz contra un Barcelona que saltó al campo luciendo todas sus galas (o casi, faltaba Olmo; con perdón). Se notó ya desde la puesta en escena, así como en diversas fases del encuentro, la ardua pelea interior que libraron los rojiblancos: querían y se esforzaron como acostumbran, pero en el fondo no creían firmemente en sus posibilidades. Menos aún al verse tan pronto rezagados en el marcador.

El hecho de que el Barcelona no rentabilizase mejor las ocasiones de que dispuso en el arranque, suficientes para haber sentenciado la ronda, permitió la paulatina reacción del Athletic. Se ha dicho y escrito que no exhibió la agresividad que le caracteriza, que no mordió como siempre, arriba y en bloque, pero es precisamente lo que desarrolló tras encajar el 0-1. Menos coordinado y más tenso de lo debido, pero nadie recuerda que hubiese noticias en el área de Simón desde el minuto 23 hasta el descanso. Básicamente porque cuanto sucedió tuvo lugar en terreno azulgrana, prueba del crecimiento experimentado por los de Valverde.

Pero en el tramo que generó esperanza falló la puntería. Iñaki Williams, él solito, pudo marcar hasta en tres acciones claras. No es cuestión de cargar las tintas en nadie, estaría bueno, pero el capitán tuvo una noche cruzada. En el segundo acto, de nuevo dirigió mal un remate franco y el que coló en la red, demasiado tarde para alterar el signo del partido, fue anulado por el VAR. Son cosas que pasan, que ayudan a entender una derrota.

Desde el inicio de temporada, aparte de orden sin balón y vértigo con balón, este equipo ha destacado por su fiabilidad en los metros decisivos. Sus grandes resultados descansan en buena medida en un índice de eficacia reservado a los mejores: únicamente en dos de los 25 compromisos previos a las navidades se fue a la ducha sin estrenar su casillero. Y ahora, tras el parón invernal, de repente se ha quedado seco.

Lleva cero goles en 210 minutos de competición, la mayoría contra la UD Logroñés, de Segunda RFEF. Obedezca o no a la casualidad, tiene pinta de tratarse de uno de esos baches inevitables a lo largo de nueve meses de competición. Como no cabe colocar en un mismo saco estos dos partidos, lo más fácil es realizar esa lectura. No obstante, sí que hay una conexión entre ambos, pues se celebraron en el espacio de cuatro días y, qué duda cabe, el jugado deficientemente en Las Gaunas, además de no admitir excusa alguna, a la fuerza influyó en la preparación del que acogió el King Abdullah Sports City de Yeda.

Ernesto Valverde atendiendo a la petición de una fotografía. José Mari Martínez

Hecha la digestión del mediocre comportamiento del colectivo y del sofocón de la tanda de penaltis, cómo obviar que la formación escogida para acudir a Logroño fue un despropósito, por la innecesaria cuota de riesgo asumida. Ese día, a Valverde no se le pasó por la cabeza incluir en sus manifestaciones lo de que “hay que ver lo que tenemos enfrente”. Hubiese generado un desconcierto absoluto. Pero no perdió la ocasión de reiterar la teoría del marrón que, desde la perspectiva del favorito, implican las eliminatorias coperas a partido único en casa del humilde. Remató su turno ante la prensa con un elocuente y exento de gracia “lo hemos arreglado en los penaltis”.

Más vale no pensar en lo contrario y sus consecuencias. Así todo, el Athletic tuvo que pagar un peaje en la Supercopa, donde tres titulares arrastraban un desgaste importante (120 minutos de bregar en vano), hubo quien por idéntico motivo no fue titular contra el Barcelona y alguno fue dosificado por sufrir secuelas físicas. Limitaciones que se agregaron a la indisponibilidad, previsible hasta cierto punto, de otros compañeros ya mentados más arriba.

Es tiempo de limpiar la cabeza, oxigenar músculos y aguardar a que en los próximos días alguno reciba el alta médica. Entrenar bien y mentalizarse, enterrar episodios recientes, a fin de hacer coincidir el despegue correspondiente al nuevo año con el regreso a San Mamés.